Estamos viviendo «un cambio de época». Es una expresión contundente del papa Francisco que Carrón hace suya en la presentación a la prensa española de su libro La belleza desarmada. El primer impacto escuchándole es que Carrón se ha dejado provocar por los hechos, interrogar por los problemas, retar por esa realidad que todos estamos viviendo. Es cierto que, como decía Arendt, la crisis nos fuerza a volver a preguntarnos.
A continuación, Julián cita el juicio de Benedicto XVI sobre el desmoronamiento de las evidencias que hasta hace unas décadas eran socialmente compartidas. Explica que la unidad de una cultura de sustrato cristiano se fracturó con la reforma protestante y acabó hecha añicos sobre todo a causa de las guerras de religión. La Ilustración constituyó el esfuerzo por salvar esos valores prescindiendo de su raíz. Tres siglos después, esta pretensión de salvaguardar los valores apoyándose en la simple razón demuestra todo su fracaso. Chicos nacidos en Occidente ponen bombas. Se levantan muros en Calais contra los emigrantes. Resurgen ideologías que justifican la violencia. ¿Qué puede aportar el cristianismo en este contexto?
Una vida. El mismo título del libro responde: una experiencia humana de belleza, sin armas. La misma belleza sin violencia del Maestro que, desde hace dos mil años, tiene la fuerza de realizar lo imposible y cambiar el mundo. A propósito del título, apostilla Julián: «Había escrito un artículo sobre los atentados de París, en el que me preguntaba qué encuentran los que vienen a Europa huyendo de la pobreza. ¿Pueden encontrar todavía cristianos que crean en la belleza desarmada de la fe? Personas que vayan a trabajar contentas o que tengan relaciones de amistad que a otros les gustaría tener. Eso es la belleza. Algo que se puede ver y tocar».
Luego añade: «El Concilio recogió el largo camino de la Iglesia en mérito a la libertad. No hay otro modo de proponer la verdad que dirigirse a la libertad del otro con la fuerza de la verdad misma. La propuesta cristiana no depende de una dialéctica, sino de su capacidad de mostrarse pertinente a los problemas reales de la vida». Por ejemplo, la ideología de género. Ante semejante reto, asegura Carrón, «nos parece poco que el hijo de una pareja homosexual vea la belleza de que otro compañero tenga un padre y una madre. Pero son esos hechos los que abren una brecha en el muro ideológico. Los cristianos hemos luchado por los valores de una forma ideológica. Y eso ha fracasado. A la ideología se la desafía con la vida».
Escuchando a otros. Y una vida humana sin ninguna presunción más que su belleza abre camino al diálogo, abate muros y prejuicios. Carrón va relatando multitud de ejemplos tomados de los diálogos que ha tenido en medio centenar de presentaciones de este libro en Italia y América Latina. Muchos de ellos con personas que a priori estarían muy alejadas ideológicamente del cristianismo. Por ejemplo, Fausto Bertinotti, líder histórico del Movimiento Obrero de izquierdas en Italia, los principales periodistas de ese país. He aquí algunas de sus aportaciones, a la espera del diálogo que el libro va a abrir en España.
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