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«Los tejados volaban como si fueran hojas de papel»

Pietro Vernizzi
12/11/2013 - Il Sussidiario
La devastación del ciclón Haiyan.
La devastación del ciclón Haiyan.

El misionero italiano Amelio Troietto ha vivido varios de los numerosos ciclones que barren periódicamente el Océano Pacífico, provocando a su paso muerte y destrucción. Desde hace diez años, este sacerdote y cirujano camilo vive en la provincia de Leyte, una de las más afectadas por el ciclón Haiyan. Sin embargo, esta vez él se encontraba pasando unos días en Italia, aunque está en contacto permanente con Filipinas, a pesar de que muchas ciudades han quedado aisladas, ya que el ciclón ha derribado las torres de comunicación.
El presidente de la República, Benigno Aquino, ha declarado el estado de calamidad con la esperanza de poder acelerar así las ayudas a la población afectada. En una declaración, ha hecho saber que las dos provincias más duramente golpeadas, Leyte y Samar, han sufrido una grave destrucción y la pérdida de numerosas vidas humanas. La BBC ha informado de que se teme que más de diez mil personas hayan muerto a consecuencia del ciclón.

Usted trabaja habitualmente en el Policlínico de la ciudad filipina de Dolores, ¿qué noticias le llegan de allí?
Dolores se encuentra en la parte oriental de la isla de Samar, en la provincia de Leyte, una de las más afectadas por el tifón. En esa zona todas las emisoras han quedado destruidas, por lo que no hay comunicación telefónica por el momento. Estoy esperando ansiosamente tener noticias. En la ciudad de Calbayog, situada a la misma latitud que Dolores pero al oeste de la isla, los daños han sido muy graves, pero allí al menos las torres de comunicación han quedado en pie.

¿Ha conseguido hablar con alguien en la isla?
Sí, he hablado con la madre Flora, la superiora de las hermanas franciscanas de los Sagrados Corazones de Jesús y María, que trabajan tanto en Manila como en Dolores, y que gestionan el hospital en el que yo trabajo. Según la madre Flora, sólo se han salvado los edificios de mampostería, el resto de construcciones y las cabañas han desaparecido. Por tanto su situación no es tan grave como en el resto de la provincia de Leyte, donde el ciclón sólo ha dejado destrucción y muerte. Los edificios donde viven las hermanas de Dolores afortunadamente han quedado en pie.

En Dolores no hay por el momento electricidad, ¿sabe si el hospital donde trabaja sigue funcionando?
En el Policlínico hay un generador de corriente que funciona con diesel, aunque mi temor es que el gasóleo se agote de un momento a otro. Si el generador no funciona, no hay agua potable, y entonces ni siquiera se podrá lavar a los enfermos.

¿Cómo era la situación en la provincia di Leyte antes del ciclón?
El presidente de Filipinas presume de un crecimiento del PIB del 7,8%, pero en la isla de Samar lo único que crece es el coste del arroz, del azúcar y del petróleo. De modo que para la gente común ese crecimiento no equivale a un mayor bienestar.

Usted ha vivido ya varios ciclones. ¿Puede describir qué sucede en situaciones como esta?
El viento arrastra las hojas, levanta la tierra y penetra por cualquier fisura. Hace cuatro años, mientras estábamos construyendo una escuela para niños sin recursos en Dolores, llegó un ciclón cuando faltaban las puertas y las ventanas. El viento hizo volar las láminas del tejado como si fueran hojas de papel.

¿Cuál es el ciclón más fuerte que ha vivido personalmente?
Unos años antes de lo que le acabo de contar, durante un mes entero, todos los domingos había un tifón de excepcional potencia destructiva. En un campo abierto donde se cultiva el arroz, había una fila de doce torres de alta tensión que cayeron una tras otra. Todos los carteles publicitarios se vinieron abajo y llegaron a urgencia 73 heridos en 25 minutos. La fuerza del viento rompe los cristales y demás objetos frágiles, y casi siempre hay que curar a la gente de heridas en manos y brazos porque intentan cubrirse la cabeza, la espalda y el cuello de todo lo que cae, como metralla.

¿Hay algo que no olvidará nunca?
Durante el segundo de los cuatro tifones que vivimos en un mes, una noche sentí un rugido pavoroso. Por aquel entonces, el hospital estaba situado en una pequeña colina que daba al océano y el viento chocaba contra ella con una fuerza increíble. Tuve que hacer guardia durante toda la noche para evitar que la puerta del generador volara por los aires y el hospital se quedara sin corriente. El viento me echaba la arena la cara, como si recibiera tiros de escopeta.

¿Qué sucedió?
Hacia medianoche, mi hermano don Giovanni Petrin me ordenó salir de allí. «¿Estás loco?», le respondí aterrorizado. Él abrió la puerta del hospital e insistió en que me fuera con él. Salimos de allí y, maravillado, me encontré ante un silencio irreal: estábamos en el ojo del huracán. «Mira hacia lo alto», me dijo entonces el padre Petrin. Al girar la cabeza sobre mis hombros vi el cielo estrellado en un círculo azul justo encima de mí, el ojo del huracán. Menos de un minuto después, el viento volvió a girar cada vez con más velocidad, hasta que tuvimos que volver a entrar para evitar que nos arrastrara.

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