De Tibhirine a Azeir. Este es el itinerario espiritual que ha llevado a algunas monjas trapenses a Siria, como cuenta sor Marta, la superiora del monasterio Virgen Fuente de la Paz en Azeir, durante una breve visita a Roma. Cuando se produjo la masacre de los monjes trapenses en Argelia, un atentado controvertido, atribuido a los islamistas pero sobre el cual todavía quedan algunas lagunas, la orden cisterciense se dejó interpelar por lo sucedido. Entonces varios hermanos y hermanas se ofrecieron para seguir sus pasos y marchar a Argelia. No se trataba de responder a un desafío ni de blandir una bandera arriada por feroces asesinos, como explica sor Marta.
Sencillamente se trataba de seguir un itinerario cristiano vencedor, que había abierto brecha en los corazones de muchos monjes y monjas. Se trataba de empezar a construir una presencia cristiana en el mundo árabe, minoritaria y abierta al diálogo.
Una presencia de oración, esa es la característica de los trapenses, habitada por la esperanza y la caridad cristiana hacia todos. Pero las condiciones no eran favorables para Argelia, así que después de descartar otras opciones un grupo de monjas se trasladaron a Siria, a un pueblo situado a dos pasos de la frontera con el Líbano.
«Cuando llegamos, hace diez años», explica sor Marta, «todo era diferente.
La convivencia entre islámicos y cristianos era normal, algo cotidiano que pasaba por las cosas más pequeñas más que un diálogo cultural abstracto. Es cierto que el régimen tenía sus rigideces y sus límites, pero gracias a eso era posible una convivencia así entre los que eran distintos, y se vivía tranquilamente. Se podía, por ejemplo, pasear a cualquier hora sin miedo.
Había un profundo respeto, ayuda mutua, partiendo del hecho de que todos estábamos ante Dios a pesar de las diferencias entre nuestros credos.
Recuerdo que cuando iba por la calle, para hacer la compra o cualquier cosa, los autobuses se paraban para que subiera incluso fuera de las paradas ordinarias. E insistían, tenía que subir forzosamente: "Para una bendición", me pedían». Es un pequeño recuerdo entre muchos otros, que permite vislumbrar otra época ya pasada. Porque luego todo se precipitó.
«Sobre Siria ha caído esta inmensa tragedia», prosigue sor Marta, «que ha derramado muchísima sangre y que nos ha hecho descubrir un mundo nuevo, el de la desinformación. Cuando leía los periódicos o veía los informativos occidentales en televisión sobre lo que estaba pasando en Siria, me sentía impotente. ¡Todo estaba manipulado! La foto de una manifestación pro-Assad se presentaba como una contestación al régimen, los atentados químicos cometidos por los rebeldes como ataques de las fuerzas gubernamentales...
que sin duda también tenían su parte de responsabilidad, pero en una perspectiva totalmente distinta a la que reflejaban los medios. Si no hubiera estado aquí, no habría visto ni escuchado de cerca todo lo que aquí estaba pasando, nunca habría podido imaginar que se podía llegar a tanto».
Azeir y sus alrededores no han sufrido los grandes horrores del conflicto, solo en ciertas circunstancias y a menor escala. Pero aun así, las estrecheces provocadas por lo que está sucediendo en el resto del país sí se hacen notar. «No sabemos cómo ni cuándo terminará esta guerra. Lo que es seguro es que la comunidad internacional no está ayudando. Si al principio realmente sí eran unos rebeldes sirios, de pronto en la guerra a Assad se infiltraron milicias extranjeras que han traído el terror. Proceden de muchísimos países, cosa que repiten las autoridades y que llama la atención de la gente. Son conscientes de que se encuentran en el epicentro de una especie de guerra mundial, y que están resistiendo a una presión que procede de medio mundo. “Más de 176 países contra nosotros”, repiten. Una exageración, tal vez, aunque no demasiado».
No es que no haya una oposición siria entre tantos movimientos armados que circulan por el país, añade sor Marta, pero los moderados ya son una presencia residual. La gente percibe a Assad como la única alternativa al caos y a la disolución violenta de Siria. «Assad es un freno objetivo ante el avance del terror, ese es el sentimiento común, que se basa en un hecho muy sencillo: el país está tan lleno de armas y mercenarios que un vacío de poder de media hora comportaría matanzas y luchas sin fin», explica sor Marta.
«En estos años ha habido algunos intentos de reconciliación promovidos por la comunidad internacional, pero han sido iniciativas desde arriba. Los ciudadanos sirios no tenían ninguna confianza en las figuras que los Estados Unidos y otros países occidentales imaginaban como nuevos dirigentes del
país: es gente que vive fuera –decían todos– mientras que aquí nos están matando. “Fantoches”, les llamaban. Hoy hay una nueva posibilidad, hay nuevas negociaciones… recemos, esperemos, ¿qué otra cosa podemos hacer?».
El pasado mes de julio, su monasterio se hizo portavoz de un llamamiento fervoroso para que se derogaran las sanciones contra Siria. «Las sanciones no sirven para nada. Es más, al gobierno de Damasco no les causan ningún daño, mientras que a la pobre gente la están aplastando. Occidente se conmueve por la suerte de los refugiados sirios cuando ve imágenes de gente que pasa hambre a causa del asedio de alguna localidad, y es justo. Pero nadie habla del hecho de que todos los sirios llevan cinco años bajo el asedio de la comunidad internacional a causa de las sanciones. Por ellas sufren hambre y enfermedades. Los adultos y los niños mueren por falta de medicinas… ¿qué clase de civilización hace esto?».
«La esperanza no la mata solo los fusiles sino las sanciones», continúa sor Marta. «Nuestra gente no solo se ve privada de sus bienes, no solo ha visto morir a familiares y amigos, sino que le han robado también su futuro. Las sanciones han disparado los precios de todos los bienes por las nubes. Sin energía, sin combustible, privados de lo más necesario, resulta imposible emprender cualquier actividad laboral, tomar ninguna iniciativa, por pequeña que sea. Y hay que tener en cuenta que la situación se agrava con la multitud de desplazados que han hallado refugio dentro del país: personas que lo han perdido todo y que no pueden hacer nada para volver a empezar».
«Las sanciones no golpean a los que están en el poder», concluye sor Marta, «sino que están abatiendo a un pueblo entero. Tal vez sea eso lo que se
busca: generar la desesperación de la gente para debilitar la resistencia y obligarla a aceptar un cambio de régimen impuesto desde fuera, sin respetar la autodeterminación, uno de los pilares de nuestra democracia».
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