Un sábado de abril, un pueblo entero llena hasta lo inverosímil la abadía de Morimondo para entender la belleza que encerraba la exposición que el pasado verano se presentó en el Meeting sobre la restauración del antiguo monasterio bajo el título "Movidos por una mirada". En Rímini alcanzó un éxito de público sorprendente y en los meses sucesivos continuó su gira por varias ciudades italianas sin solución de continuidad.
En este encuentro, organizado por el centro cultural Shalom de Abbiategrasso, promotor de la exposición, participaron el padre Mauro Lepori, abad general de la orden cisterciense; José Manuel Almuzara, presidente de la asociación Amigos de Gaudí; y el arquitecto Giovanni Carminati, que trabajó durante treinta años en la restauración del monasterio de la abadía de Morimondo, mano a mano con Alessandro Rondena.
La amistad que narra la historia de esta exposición nació precisamente gracias a su mirada y su tensión hacia ese abrazo del que vivía. El encuentro empezó con el canto Iesu dulcis memoria, un gesto habitual que Rondena proponía en sus visitas guiadas a la abadía para recordar que todo viene de Jesús y que todo debe volver a Él. Después de la introducción de Simone Paolucci, presidente del centro cultural de Abbiategrasso, Mauro Loi, párroco de Morimondo, agradeció la elección de su iglesia como sede para un evento tan importante, indicando en el testimonio de Cristo el fulcro de esta iniciativa.
Tomó entonces la palabra el padre Mauro Lepori, que mostró una emoción pura ante su vida como don de Otro, la misma emoción que sintió en su primera visita a esta exposición en el Meeting. El cisterciense resumió en dos palabras el sentido de este trabajo: amistad y belleza. Belleza que se desvela en los ojos y genera una relación amorosa, el complacerse en el otro por la vibración que genera la contemplación de algo tan hermoso. El padre Lepori se detuvo en la imagen bíblica de la paloma, que da valor a la gratuidad, es decir, a la mirada de Dios de la que nace la obra de arte.
También fue conmovedora la referencia que hizo al monasterio de Poblet, donde Antoni Gaudí dio sus primeros pasos como arquitecto. Lo vio en ruinas y nació en él el deseo de restaurarlo con sus amigos, exactamente igual que años después haría Sandro Rondena con Morimondo. Una analogía sorprendente, el escalofrío del Misterio que se hace presente con su creatividad, como pasó con los huesos de Ezequiel que recobraron vida. El padre Lepori terminó volviendo sobre las dos palabras que había indicado como claves de lectura al comienzo de su intervención: «Dios se alegra de nuestro asombro, porque sabe que no es posible sorprenderse más que por el reconocimiento de una belleza donada por el Espíritu Santo». Puesto que el valor de la amistad tiene las características de «una historia que no es opcional».
Después del abad cisterciense tomó la palabra José Manuel Almuzara: «Entre Antoni Gaudí y Sandro Rondena hay una consonancia perfecta. Ambos dan valor a la naturaleza», es decir, testimonian cómo la creación continúa incesantemente en su trabajo y ambos portan un gran amor hacia los seres que Dios ha generado y genera. Los dos vuelven al origen pero, mientras para el catalán eso significa volver a empezar desde la naturaleza, para Rondena el origen era la obra construida por los monjes. Almuzara terminó su intervención subrayando cómo, en el fondo, la historia que ha hecho que tanta gente vuelva a reunirse en Morimondo nació de la misericordia. Y, como enseña Gaudí, la misericordia es reconocer la presencia del Misterio, contemplarla y servirla.
Por último intervino Giovanni Carminati, que contó qué significó restaurar la abadía con un amigo de toda la vida. Un relato conmovedor y detallado que le llevó a recordar todo lo que aprendió en aquella larga aventura de treinta años. «La vida es la realización del sueño de la juventud», Sandro repetía mucho esta frase, que tomaba prestada de Juan Pablo II y que, ese sábado, vibró en la abadía, donde el sueño de la juventud se veía realizado en ese pueblo atento que escuchaba y admiraba Morimondo. Que aún hoy sigue siendo un lugar vivo donde todo está marcado por la búsqueda de Dios, de la que vivían los monjes. Restaurar la abadía no exigía inventar nada sino solo descubrir día tras día cómo era el monasterio en su origen y devolverle aquella belleza.
Un encuentro fascinante y conmovedor que testimonió hasta qué punto la experiencia nacida de la amistad con Sandro Rondena sigue viva hoy, cien veces más.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón