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Aquí, donde todo continúa

Alessandra Stoppa
24/02/2015
James Rubin.
James Rubin.

Su padre fue uno de los principales galeristas estadounidenses del siglo pasado. Su tío dirigió el MOMA de Nueva York. Él, después de trabajar como ilustrador publicitario, desde hace dieciocho años también es galerista de arte contemporáneo. Así que Dios no podía haberle salido al encuentro de otro modo más que a través de un cuadro. Fue una mañana, mientras paseaba en bicicleta.

Por las calles de Brera, el barrio milanés de los artistas, James Rubin pasó delante del escaparate de una galería de arte histórica y se quedó impresionado por el cuadro de un ramo de flores. «Era el ramo de flores más insolentemente rojo que había visto nunca». Un «reclamo imprevisto» que le lanzó en busca de la autora hasta encontrarla. Así conoció a la pintora Letizia Fornasieri, a la que Rubin describe como «una de las amistades más significativa, tierna e incidente de mi vida». Así fue su primer e inconsciente encuentro con el carisma de Comunión y Liberación. Poco después moría don Giussani, al que Rubin nunca conoció personalmente.

«Lo que caracteriza mi historia es una dicotomía», nos cuenta en su galería, a unos pasos del Duomo: «Nací en Estados Unidos, en 1956, pero llevo toda la vida en Italia. Mi padre es norteamericano y judío, mi madre es italiana y católica. Y yo soy el único varón entre cuatro hermanas, lo cual me ha influido bastante…», dice con una sonrisa. Tras sufrir el divorcio de sus padres, siempre sintió con fuerza la necesidad de pertenecer a las raíces americanas y hebreas de su familia. El arte fue quien le marcó este camino, mientras él crecía dentro del tejido cristiano de las muchas ciudades italianas en las que ha vivido. «Nos mudábamos a menudo por el trabajo de mi padrastro. Y allí donde fuéramos a vivir, el punto de referencia siempre era la parroquia». A los siete años, su madre le llevó a bautizar para que no se sintiera distinto de los demás niños. «Yo no sentía la religión, pero respetaba el rito del domingo y, sobre todo, la iglesia era el centro de reunión donde hacía amigos».

Hasta que hace unos años, Rubin dejó de aceptar la idea de una verdad revelada. Aunque siempre ha sentido un gran respeto hacia la Iglesia, por ser «una institución que desafía al tiempo y es capaz de fascinar al mundo con tesoros de belleza inalcanzable». Y también por aquella intuición sencilla que tenía de pequeño, cuando ir a la iglesia significaba estar con otros. «Una compañía...». Y así hasta hoy, en el camino de una conversión adulta, que a veces resulta difícil, «porque corre el riesgo de ser demasiado intelectual».

Conoció el movimiento cuando su vida ya estaba bastante consolidada: «Tenía mi trabajo, mis amigos, mi familia. Yo estaba allí, con toda esta vida mía, y miraba el movimiento como una masa de personas. Pero tenía una forma distinta a como normalmente se presentan las demás multitudes, que suelen ir parejas al estruendo y al desorden. En cambio recuerdo perfectamente mis primeros Ejercicios espirituales: orden y grandeza. Me impresionó mucho». Dice que si no hubiera sido por un encuentro humano, habría juzgado a CL solo por su aspecto exterior. Sin embargo, «empecé a estar con Letizia y sus amigos del movimiento, y poco a poco fui viendo hechos que me entusiasmaban y me interrogaban».

La llama «la inevitable pregunta», esa que nace ante las cosas que suceden y no sabes explicar. Te preguntas qué tienen que ver con la persona y la presencia de Cristo. Una pregunta que él decidió dejar volar libre hasta encontrar respuesta dentro de una convivencia, una implicación cada vez mayor. «Era la única forma de conocer verdaderamente qué era CL. Todos tenemos la ambición de encontrar una forma colectiva que nos permita estar verdaderamente unidos a algo y transformar el mundo. Todos lo buscamos. Yo lo he encontrado. Pero al principio corría el riesgo de teorizar el movimiento sin captar su esencia, que es una amistad. Me parece que la participación en el movimiento no es ni activa ni pasiva, es otra cosa. Como dice Giussani: sucede».

Encuentros, lecturas, viajes, cenas. El conocimiento del cristianismo se va haciendo camino. «El catolicismo de CL, en comparación con el que yo había conocido de niño, se vive en todo momento. Soy cristiano en el trabajo, cuando estoy con la gente, cuando estoy en casa… Es una concepción totalizante de la experiencia». Una de las cosas que más llamó su atención desde el principio es su «capacidad de transformar lo ordinario en extraordinario». En la Escuela de comunidad oía hablar de cosas que normalmente se dejan pasar. «Aquella gente no se arredraba ante nada. Narraban la vida de una forma distinta: hechos aparentemente banales se hacían extraordinarios. Sin la fe, tiendes a despreciar todo lo que no te satisface, mientras que en el movimiento oigo contar incluso cosas dolorosas donde la gente va más allá del dolor, buscando la belleza entre los pliegues de la prueba. No se censura lo que no resulta agradable».

Dice que Giussani le enseñó la diferencia sustancial entre racionalismo y razonabilidad. «Su pensamiento no es anti-racional, no rechaza el mundo de hoy, no está ni dentro ni en contra, sino que lo completa. Razón y religión no se oponen. Él supera los límites del pensamiento racionalista. Hasta el punto de que en la vida del movimiento ves concretamente que las esferas más racionales de la sociedad no son la antítesis de una vida religiosa».

Le fascina el camino de Giussani porque «es un método». Y es un método «adecuado a nuestros días». Ha leído su biografía y le “sigue” a través de sus textos y de la relación con los que ha conocido. «Este hombre no tiene nada de “santurrón”, es muy audaz. Es como si siempre hubiera vivido en los límites de las cosas. Vive una obediencia total a la autoridad de la Iglesia pero también abrió nuevos caminos». Para él, la mayor prueba de este «método» es la continuidad misma del movimiento: «Si uno basa el éxito en su propia personalidad, cuando muere su herencia se desintegra, la gente se dispersa. En cambio aquí todo continúa. El movimiento tiene un método, un criterio, que no es seguir a una persona genial».

Narra las dificultades de su impacto, por ejemplo, con el “lenguaje” de don Giussani: «Buscó y renovó las palabras, las usaba para describir hasta el fondo experiencias profundas y complejas. Pero se da el riesgo de caer en una jerga propia. Espero que nunca se convierta en una experiencia para iniciados y que el movimiento no se detenga por miedo a arriesgar, que no se cristalice en repeticiones, porque este camino es para todos», dice. A él esta extrañeza inicial no le frenó, le cautivó la grandeza que el cristianismo podía llevar a su vida, al arte y a la cultura, del mismo modo que a veces se queda cautivado por cosas muy pequeñas que él mira en cambio como una obra de arte. Vive con trepidación la esperanza de que naca un arte nuevo de la experiencia cristiana y del movimiento: «Los católicos, como dice don Giussani, están llamados a ser una presencia “no reactiva” sino original. Esto es una provocación que no se puede dejar pasar, tampoco en la producción artística actual». Para él, esa es la chispa de sus muchas preguntas y de todo su empeño: «Sería muy importante tener una herencia de obras y de belleza que exprese el encuentro con la fe. El mundo siempre ha conocido el cristianismo por sus “piedras”, porque cuando estás delante de la belleza te preguntas por su origen».

Difícil, pero crucial, ha sido para él la relación entre libertad y comunión. «Parecen dos términos que chocan entre sí. ¿Cómo se puede ser libre estando junto con otros? Sin embargo, yo estoy aprendiendo que aquí se juega todo. El individualismo actual nace de una ampliación del derecho a la libertad. A fuerza de reclamar derechos cada vez más específicos, cada vez más subjetivos, no hemos aislado. En cambio es posible descubrir que en comunión uno es más libre». En el trabajo, al afrontar un nuevo proyecto, ha visto que su libertad crecía al abordarlo junto a otros. Siente más vivo que nunca el relamo de la Edad Media, donde las obras, como las grandes catedrales por ejemplo, no las firmaba una sola persona sino que eran colectivas. «Su belleza es la expresión exhaustiva de este principio: libertad es comunión. Si cuando haces una cosa con otros es más bella, no hace falta añadir nada».

El encuentro con el movimiento cambió su forma de mirar el arte y su forma de ser. Algo de lo que se da cuenta mediante los ojos de su mujer. «Ella me ve transformado. Yo siempre estaba preocupado, tenso, sombrío. A veces angustiado. Pero la fe te da la verdadera justicia, te das cuenta de que las justicias temporales, esas que tú vives como si fueran absolutas, son solo el perímetro que nosotros vemos: el mundo es injusto, nuestra existencia también puede ser injusta, pero todo está siempre dentro de una perspectiva más grande, más amplia y más verdadera».

Lo percibió de modo límpido cuando empezó a hacer la caritativa. «Soy muy perezoso. Nunca me habría podido levantar un domingo por la mañana para empujar sillas de ruedas». Pero ver cómo los amigos de su Fraternidad lo hacían era algo que no le dejaba en paz. Los límites volvieron a trascender también aquí: «Aprendes que la caridad no es una limosna sino un amor. Una exigencia del corazón». Una exigencia la suya a la que respondió Annetta. Una criatura de más de cincuenta años que es como una niña, afectada por el autismo. Él va a verla y le toca el piano. Annetta no habla, pero sabe perfectamente cuándo ha tocado bien o mal, sabe perfectamente que a ella le encanta Bach pero no le gusta Chopin. «Annetta tiene razón. Porque a Chopin lo toco muy mal. Bach me obliga a ser más riguroso». Annetta no puede interaccionar con las personas, pero con la música se abre entre ellos una grieta. Y por ahí entra todo. Ella también toca y compone, pequeñas fugas en tiempo real, «es algo milagroso».

La suma de todos los rostros, de todas las personas que ha encontrado en este camino, hasta hoy, «no hacen el movimiento», concluye Rubin. Hay un Rostro singular detrás de todo eso. «Letizia y los demás tenían un comportamiento francamente inexplicable. No es que estuvieran en un parámetro exagerado de generosidad. Eran distintos, dentro de un mundo donde reina el do ut des. En ellos había algo misterioso. Y con el tiempo empecé a percibir una Presencia ulterior. Cuando estás delante de algo así, las categorías saltan por los aires. Es Dios que te ha salido al encuentro».

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Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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