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Chesterton, el «sismógrafo de lo humano»

Peter Stockland
21/01/2013
Gilbert Keith Chesterton.
Gilbert Keith Chesterton.

El sábado 19 de enero el padre Ian Boyd, monje basiliano y profesor de inglés, mostró lo mucho que el autor londinense tiene aún que decir: «Vivimos en una época en la que sus profecías se han cumplido»...

Creció en una casa completamente llena de libros Chesterton, en las llanuras canadienses que son la quintaesencia del espíritu chestertoniano. Ian Boyd ha revelado en el New York Encounter las razones que fundamental el trabajo académico de toda su vida. Ni la nostalgia ni un revival histórico, sino la absoluta contemporaneidad de un autor brillante que, como si fuera un “sismógrafo de lo humano” nos ayuda a juzgar la cultura de nuestro tiempo.

En su divertidísimo ensayo Echado en la cama, Gilbert Keith Chesterton exalta el desafío mecánico y doméstico que supone el intento de dibujar sobre el techo de una habitación acostado en un colchón.
Un lápiz muy largo o una escoba con mango extensible con las cerdas llenas de pintura, como podría ser el caso, sugiere irónicamente el autor, aunque ambas opciones tienen sus respectivos inconvenientes. Al proseguir con su exposición, Chesterton desplaza el objetivo, pasando así de un divertimento artístico a una meditación sobre la perspectiva, la creación y la libertad. «Sin duda, sólo por el motivo de que se hallaba dedicado a la antigua y honorable ocupación de estar echado en la cama con la nariz al aire, Miguel Ángel comprendió cómo el techo de la Capilla Sixtina podría transformarse en la temible imitación de un drama que podría representarse sólo en el cielo», escribe Chesterton.
Probablemente, también el padre Ian Boyd tiene una potente intención similar cuando hace unas décadas emprendió la aventura de delinear la vida, la obra y la concepción de Chesterton, no sólo en el techo de una habitación desde la cama o en la arquivolta de una iglesia, sino a lo largo y ancho del mundo entero y para siempre. El proyecto, que comenzó en un pueblo rural del noroeste de Saskatchewan, llegó hasta Aberdeen, en la costa nororiental de Escocia, para llegar finalmente a la Universidad de Seton Hall en South Orange, New Jersey.
Aún más impresionante que su extensión geográfica, es el empeño demostrado por el padre Boyd al presentar la figura de Chesterton, muerto en 1936, como un escritor y pensador católico convertido, proféticamente contemporáneo. «No creo que [leer] a Chesterton sea sólo una experiencia literaria, como tratar de devolverle la vida a un nostálgico interés literario por cualquier figura eduardiana», afirma el padre Boyd.
«Las advertencias de Chesterton sobre el tema de la cultura deben haber parecido delirantes en el tiempo en que las escribió. Pero nosotros vivimos en una época en la que estas profecías se han cumplido, por eso ahora estamos en condiciones de constatar en la realidad lo sabias que fueron sus palabras. Nosotros somos su verdaderos lectores, su verdadero público».

El sábado 19 de enero el padre Boy presentó en el New York Encounter una serie de lecturas en una mesa redonda titulada "La libertad en G.K. Chesterton".
Monje basiliano y profesor de inglés, el padre Boyd se dedica desde 1974 a proporcionar materiales a los chestertonianos, en calidad de director de la Chesterton Review y, más recientemente, como presidente del G.K. Chesterton Institute for Faith and Culture con sede en Seton Hall.
Durante casi cuarenta años ha formado parte de la “pequeña comunidad” de estudiosos y escritores que une a los apasionados chestertonianos anglófonos a aquel rechoncho periodista londinense que nació en la época victoriana y que se hizo famosos como eduardiano, y que insistió durante toda su vida en ser un medievalista, no un moderno. Desde 2006 hasta hoy, el interés por Chesterton, por la revista y por el Instituto ha crecido hasta el punto de que hoy la publicación sale también en francés, italiano, español y portugués.
Este trabajo puede parecer tan lejano como extraño a los orígenes del padre Boyd, que nació en la ciudad de Blaine Lake, Saskatchewan, en las praderas canadienses.

Creció en un ámbito familiar desbordado por los textos de Chesterton, incluidos los números atrasados del G.K.'s Weekly. Su padre fue un ávido lector de Chesterton desde los años veinte. En los años de su juventud, el encuentro con los relatos policiacos del Padre Brown fueron los que empezaron en parte a orientar al futuro padre Boyd hacia su tesis de doctorado sobre Chesterton en la Universidad Aberdeen de Escocia, hasta llegar a publicar un libro sobre los relatos de Chesterton.
«El otro factor fue el hecho de que crecer en las llanuras canadienses era como crecer en un ambiente chestertoniano. Donde yo crecí, en mi pueblo y alrededores, la gente trabajaba su propia tierra, y por tanto por cuenta propia. Era el tipo de sociedad de la que hablaba Chesterton. Era el sueño del distributismo, en cierto sentido».
El distributismo, claramente, es el sistema económico defendido por Chesterton y su gran amigo Hilaire Belloc, que aparece en la encíclica papal Rerum Novarum de León XIII en 1891, y que recibe un nuevo impulso en los años treinta con la Quadragesimo Anno de Pío XI. Según esta teoría, entre los desastres del capitalismo y la opresión colectiva del socialismo existe una alternativa que se confía al primado de la propiedad privada en manos de pequeños propietarios que viven según los principios de la subsidiariedad.
Al crecer en un lugar y en una época en que el distributismo era natural y estructural, no formalmente económico ni teórico, el padre Boyd quedó fascinado por la sensibilidad de Chesterton hacia el poder de los macrosistemas para deformar la vida del hombre.
«Chesterton comprendía que las estructuras son importantes porque gran parte de la gente adquiere su modo de pensar y comportarse a partir de la cultura en la que vive inmersa. Si la cultura se intoxica, habrá personas que, si bien cuarenta años antes ni siquiera se habrían imaginado remotamente la posibilidad de apoyar el aborto, ahora sin embargo se encuentran de pronto incapaces de ver qué es lo que tiene de malo. No son ellos los que han empeorado, sino la cultura».
A partir de esta conciencia, Chesterton afirmaba que los totalitarismos no representaban una amenaza tan grave para el florecimiento de la humanidad como los ataques contra la moralidad tradicional, particularmente en el ámbito sexual. «Chesterton siempre advertía que el punto central de todo sería Manhattan, y no Moscú. Era como un sismógrafo de lo humano, capaz de percibir los rumores premonitorios».

Como resulta con total evidencia de los textos de Chesterton, él era «un sismógrafo de lo humano» que nunca perdió el don divino de la ironía, incluso cuando se las tuvo que ver con el absurdo kantiano de su época. «El propio Kafka, después de leer El hombre que fue jueves, dijo que no sabía quién era Chesterton, pero que “es una persona tan feliz que casi te hace creer que ha encontrado a Dios”», declara el padre Boyd.
«Eso es lo que Chesterton quería decir cuando hablaba de principio sacramental: los mejores profesores de religión no hablan de religión, simplemente enseñan a las personas cómo descubrir a Dios en la parte de su vida que hasta entonces había considerado profana. Su mujer Frances le preguntó una vez por qué no escribía más sobre Dios, y él le explicó que nunca había escrito de otra cosa».
Tras décadas leyendo, releyendo, estudiando, enseñando y difundiendo las palabras de Chesterton, lo que el padre Boyd admira más de este autor es su incontenible alegría y esperanza, y lo compara en este punto al poeta Charles Péguy. «Como Péguy, él tampoco deja de enseñar a la gente la importancia de la esperanza. En su última intervención radiofónica en la BBC reiteró su convicción de que la gente debería ser un poco más alegre, que debían aprender a ser felices en esos momentos tranquilos en que uno se da cuenta de que está vivo».

Este reclamo de Chesterton – recuerda el padre Boyd – es lo que ha llevado a miles de personas a seguirle más allá del umbral de la Iglesia, o incluso a regresar a ella. Incluso muchos cristianos evangélicos han encontrado en Chesterton a un compañero que hace accesible la doctrina católica. Se trata por tanto de una “evangelización invisible”, que conduce a la libertad última de la fe, y que radica sobre todo en la sabiduría, a la vez práctica y creativa, de esa misma fe.
Chesterton advertía, por ejemplo, que aunque es fantástico tirarse en una hamaca y dejarse llevar a una divina relajación, también es prudente rezar para que los constructores de la hamaca no la hayan construido mientras se encontraban en el mismo estado de divina relajación.
Análogamente, hacia el final de Echado en la cama, el autor recuerda que el modo de levantarse o de quedarse en la cama implica un sabio recurso a una libertad plena de fe, no sólo a los imperativos moralizantes de la jornada. «Los avaros se levantan temprano por la mañana y los ladrones, según me dicen, se levantan incluso la noche anterior», escribe Chesterton.
«El mayor peligro de nuestra sociedad está en el hecho de que su mecanismo se haga más rígido a medida que se hace más elástico el espíritu». Quizá se hace más elástico, pero no podrá nunca quedar eliminado mientras exista un Chesterton al que mirar, y representantes de “pequeñas comunidades” como el padre Ian Boyd empeñados en mostrarlo.

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