«¿Pero usted qué tiene en común con Violante?». «¿Y usted qué tiene en común con Carrón?». Se lo pregunta a ambos la periodista de la RAI (radiotelevisión italiana) que entrevista antes del encuentro a los dos invitados de la noche en el Teatro Dal Verme de Milán, que está abarrotado. ¿Qué une allí al presidente emérito de la Cámara italiana de Diputados y al responsable de CL? La respuesta la explicita Carrón en un momento dado: «Nos une nuestra experiencia. Nos acompañamos para entender lo que está pasando. E intentar así ofrecer una respuesta». Esta seriedad llenará de intensidad toda la velada, muy densa en todo caso por todos los puntos que toca, desde las nuevas tecnologías hasta la política, pasando por las relaciones intergeneracionales.
Fue el propio Luciano Violante quien sugirió que la entrevista de Carrón con la revista española Jot Down fuera objeto de un diálogo público para no dejar que se pierda todo su espesor. Fue de los primeros en percibir la provocación de la lectura que hace del cambio de época, que «ha suscitado debates también en varios centros educativos y universidades. Alumnos y profesores se han reunido para leerla juntos», explica el astrofísico Marco Bersanelli, moderador del encuentro. «Han surgido tantas preguntas de este trabajo con los alumnos que hemos querido recoger algunas hoy». Preguntas que van marcando el ritmo de la velada, planteadas por estudiantes de instituto y universidad, un profesor y un padre. La primera es del propio Bersanelli, que pregunta a Violante qué es lo que más le ha llamado la atención de las reflexiones de Carrón.
La misma mañana en que se publicó la entrevista, Violante había enviado a L'Osservatore Romano una reflexión paralela precisamente sobre la crisis del mundo que nació de la Ilustración. «Me ha llamado mucho la atención el hecho de que hayamos tenido la misma impresión desde posiciones distintas. Se trata de repensar el peso de la razón, cuando hoy lo que prevalece es la emoción. Estamos delante de una reedición del Romanticismo». Y de sus temas habituales: la patria contrapuesta al universo, el pueblo como soberano de la verdad, el héroe solitario... «Otro aspecto que me ha llamado mucho la atención es la novedad en la lectura del otro: no es quien crea problemas sino quien desvela los problemas que tenemos. Nos plantea preguntas». Un ejemplo cotidiano: «Me encuentro delante de una persona con discapacidad, o de un inmigrante, y me cuesta. El problema es mío, no suyo. El problema es cómo entiendo -o no entiendo- el verdadero valor que tiene esa persona, reconocer o no al otro me permite descubrirme a mí mismo».
Carrón dice que por temperamento le gusta mirar las cosas a la cara. «He intentado comprender mejor los desafíos que estamos afrontando. Si no los entendemos, no podemos afrontarlos. Pero hace falta tiempo para comprender». Para él, la clave -que «quizás no lo explica todo pero es luminosa»- ha sido la reflexión de Benedicto XVI sobre la Ilustración, una mirada llena de positividad que ve allí «el intento de salvar los valores fundamentales del vivir después de las guerras de religión». El problema fue «pensar que aquellos valores eran una evidencia que podría durar en el tiempo. Pero fracasó, y eso explica la desorientación actual». La división en cuestiones que hace unas décadas ni siquiera eran puestas en discusión, los grandes valores que han plasmado los derechos y legislaciones de las naciones y que ya no son capaces de resistir. «Cuando no entendemos realmente lo que está pasando, proponemos respuestas que ya se han mostrado fracasadas».
Luego empieza la confrontación en vivo. Michele (cuarto curso del liceo clásico) pregunta si, al buscar bases sólidas sobre las que fundar la sociedad, estamos destinados a repetir ciclos, «a llegar a una cima para volver a caer y empezar de cero». «Creo que no estamos destinados a eso», responde Violante. «Estamos llamados a reflexionar sobre cómo hemos usado la razón. Tengo la impresión de que nos hemos sentado encima de la razón, como si fuera un cómodo diván, y no la hemos utilizado como instrumento de construcción sino como instrumento de identidad propia». Piensa en todos los problemas que hemos alejado de nosotros por considerarlos molestos -por ese complejo comportamental que es lo "políticamente correcto"- y piensa en los "olvidados de la razón". Si no uso bien la razón, inevitablemente me olvido de una parte de la sociedad, porque no afronto los problemas en toda su amplitud pues solo busco parecer bueno. Y esto lleva al conflicto social. Habla de la campaña electoral norteamericana y del anciano que le paró por la calle en un pueblo de Calabria para que le explicara por qué los inmigrantes reciben dos euros al día y su hijo en paro no.
«La razón es un instrumento difícil, incluso doloroso», profundiza Violante. «Te muestra tus límites, la falacia de tus interpretaciones. Nos hemos tumbado encima de la razón en vez de utilizarla como un instrumento -permitidme la expresión- de lucha, de compromiso, de lectura, de transformación». Tumbarse sobre la razón quiere decir abandonarse a la idea de que «en todo caso tengamos razón, siempre somos los que interpretamos bien la realidad». Un tema que retomará varias veces a lo largo de la velada: la dificultad para ponerse uno mismo en cuestión. «Por eso evitamos la relación con el otro y nos refugiamos en nuestros teléfonos móviles, en nuestros chats o en otras cosas. Lo evitamos porque nos compromete a nosotros mismos».
Un mismo hilo que se pone en juego tanto en la vida personal como en la democrática. «Terminamos relegando la inteligencia en lo artificial y en lo emocional, cuando la razón debe ser intrínseca a nuestras vidas. La emoción es mala consejera. Las dificultades que atraviesan las democracias dependen de este no afrontar de manera razonable los problemas».
Carrón toma el testigo y continúa la carrera, llegando al punto sensible donde converge todo lo demás: la libertad. «Estamos acostumbrados al progreso material, tecnológico, que se desarrolla cada vez más rápido sin posibilidad de vuelta atrás. Pensamos que vale lo mismo para el ámbito de la vida humana, allí donde entra en juego la libertad. Entonces nos descolocamos, ¿cómo es posible que ciertas cosas, reconocidas por la razón como evidentes en un momento dado, puedan dejar de ser evidentes? ¡Porque la libertad del hombre es siempre nueva! Como en una familia. Los padres pueden hacer todo lo que puedan por transmitir una determinada concepción de las cosas, pero el hijo es una prolongación suya. Lo mismo pasa con los valores fundamentales, cómo me relaciones con el extranjero que llega a mi casa, con el que está en el final de su vida... Tenemos delante un tesoro, podemos acogerlo o rechazarlo». Los que prometen un "mundo mejor" hacen falsas promesas, «porque ignoran la libertad. Las buenas estructuras ayudan pero no bastan», prosigue Carrón citando a Benedicto XVI, «porque el hombre no puede ser redimido solo desde fuera». Esta es su grandeza y este es el gran riesgo.
Uno de los puntos de unidad más evidente entre ambos ponentes es que ven en todo lo que sucede una posibilidad de protagonismo absoluto para cada uno de nosotros. «El enfrentamiento entre el bien y el mal no está resulto. Por eso tiene sentido vivir», sorprende Violante respondiendo a la pregunta de un estudiante sobre cómo restablecer los nuevos valores. «La vida nos compromete continuamente para que encontremos la manera de afirmar los valores. O esperamos a que alguien nos confeccione un mundo propio, o estamos llamados a hacerlo nosotros. Vemos que la emoción no es un instrumento adecuado pero la batalla de la razón no está perdida en absoluto. La vida pierde sentido para aquellos que dejan de comprometerse». Y añade: «a veces el dolor, la fatiga, son demasiado grandes y hay que ser comprensivos con las personas que viven estas cosas, pero la vida es la alternativa entre comprometerse o dejarse llevar».
Su invitación es la de conocer, conocer, conocer. «2007 fue un año de innovaciones que cambiaron radicalmente nuestra vida». La lista va desde el iPhone hasta el acceso a los Big data, desde el AirBnB hasta la superación del silicio en los microprocesadores. «Cuando en una conferencia oímos decir que una poesía de Montale en realidad es fruto de un algoritmo, la primera reacción es decir: "¡Qué miedo!"... Nos da miedo lo que no conocemos».
«Muchas veces vemos que una experiencia de belleza, de atractivo, no lleva a un compromiso ético duradero. ¿Es posible educar la libertad?», pregunta Melissa, estudiante de Medicina. «Si el hombre se adhiriera al bien de manera automática, se pagaría un precio demasiado algo», contesta Carrón. «El precio de la propia libertad. Dice Péguy: ¿a quién le interesaría una salvación que no fuese libre? Un mundo más humano es un mundo de hombres libres. Pero sabemos que generar hombres libres significa abrir espacio a la posibilidad del mal, que nos hace sufrir a todos. ¿Cómo educar la libertad? Desafiándola continuamente con un atractivo, testimoniando que la vida puede ser más humana, más acogedora. Como una madre que para hacer sonreír a su bebé no deja de sonreírle, sigue haciéndolo, no cambia de método, aunque tiene que esperar».
A los vínculos se refiere precisamente la pregunta de Bernardo, estudiante de Letras: ¿cómo se puede seguir esperando cuando las relaciones fundamentales son inestables, como las de nuestros padres? Violante parte de cómo la tecnología, que ya se ha convertido en factor esencial de nuestras vidas, ha invertido las relaciones. «Los padres, los abuelos, los "mayores" ya no son depositarios del saber que los jóvenes no tienen. Es casi lo contrario. Mi nieto tiene una sabiduría que yo no tengo. Sin embargo, debo educarle para que aprenda a utilizar todo lo que sabe. Hace falta regenerar la alianza. La cuestión de las relaciones es fundamental: tener vínculos es un hecho que libera. El vínculo te hace más libre porque te cambia, transforma tu forma de ver la realidad, te corrige, te hace descubrir cosas de ti mismo, te hace más rico». Subraya apasionado un detalle: «La importancia de la confrontación con el que es distinto de nosotros y no piensa de la misma manera».
Pone entonces el ejemplo luminoso de la degeneración de la política, de su primer día en el Parlamento junto a un sindicalista que insultó a sus adversarios en cuanto empezaron su intervención, y del secretario de la sala que se acercó diciendo: «Estamos aquí para hablar con los que no piensan como nosotros». Habla de Italia a principios de los años noventa, cuando en su opinión se consumó una ruptura. «El clima que se creó desacreditaba todo lo que había, se dejó de pasar el tesoro de una generación a otra». Señaló la importancia de «soldar las relaciones», nada que ver con la tendencia actual a "poner un joven", aunque sea justo, «pero a ese joven no se le puede dejar solo ni utilizarlo de manera instrumental».
Carrón cita entonces una reflexión publicada a partir de un proyecto de Silicon Valley contra las fake news: «Hay que poner en el centro a la persona», lee en el Corriere della Sera, «para que aprenda a mirar el mundo con sus propios ojos y a pensar con su propia cabeza, desarrollando ese espíritu crítico que le hará ser más protagonista y menos espectador, más líder y menos follower, más ciudadano y menos súbdito». Hay algo que ningún algoritmo puede sustituir. «Y no hay un desafío más fascinante que este», dice respondiendo la pregunta de Gianni, el profesor, sobre cómo despertar a los jóvenes ante el vacío que viven. «Hacer que la persona vuelva a ser persona, ofrecerle una realidad más fascinante que la virtual».
Es la «humanización de la vida». Palabras de Violante para sintetizar la urgencia que siente. También ante el equívoco por el que solemos «confundir el problema de los valores con el de la identidad», le dice a Alberto, el padre, que habla de cómo los valores, en la relación con su hijo, le llevan a cerrarse en vez de abrirse. «Creemos defender los valores», continúa Violante, «pero el valor no existe en solitario. El otro debe formar parte del valor, ¡si no, no es un valor!». Y añade: «Debemos decidir la vida que queremos llegar. Podemos quedamos encerrados en nuestras convicciones, pero esa no es una vida rica, sino más bien arrogante». Más tarde dirá: «Vivir es difícil. Es un continuo ponerse en cuestión uno mismo. No es un paseo. Y luego están las caídas, las recaídas. Pero no es un problema. Lo importante cada vez es reconstruir la alianza, reafirmar el bien en medio del conflicto. Sabiendo que hay un objetivo». Luego se pone más serio, y se conmueve: «No es fácil, pero esto es lo que permite vivir verdaderamente, poder decir al final: yo he vivido. He librado la batalla hasta el final. Después el Señor decidirá qué hacer conmigo».
Un instante de silencio. Y luego un largo aplauso. De gratitud, como dirá Bersanelli, «por este testimonio, por haber visto cómo una identidad diferente no impide el diálogo». Más aún, precisa Carrón, «lo permite».
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