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Una sacudida y la pesca milagrosa

Alessandro Caprio
07/03/2017

Una noche, de repente, la tierra empezó a temblar, tal cual, a saltar literalmente. Eran las 19.30 horas del pasado 26 de octubre. Sara estaba en plena mudanza al centro en Visso, un sitio precioso. «Era como si los edificios se estuvieran separando de la tierra. El coche saltaba, todo saltaba», recuerda: «Veía a la gente correr por todas partes y se me paró el corazón. El Señor quiso que nadie resultara herido». Pero la zona quedó destruida. Casi todos los habitantes se han marchado. Quedan unos treinta de los mil que había y duermen en roulottes que han recibido en la mayoría de los casos de donantes desconocidos, aparcadas en un campo de fútbol con baños y vestuarios.

Los demás se han trasladado a casas de amigos o familiares, o a un camping situado en la costa adriática. Entre estos está Paola, hermana de Sara, que el 29 de diciembre la invitó a una cena organizada por un grupo de jóvenes que había conocido por aquel entonces. Eran chavales de Rímini que pertenecían a Gioventù Studentesca y que habían decidido pasar tres días de "vacaciones" con la gente afectada por el terremoto. Jugaban con los niños, acompañaban a los ancianos y para despedirse organizaron una parrillada con la ayuda de algunos padres. Al final se juntaron más de trescientas personas.

Aquella noche sucedió algo, cuenta ahora Sara: «Fue un encuentro totalmente inesperado. Un grupo se puso a cantar unos villancicos preciosos y luego empezamos a comer, y a beber». La belleza que veía le parecía demasiado hermosa: «No podía marcharme de allí sin darles las gracias». Entre los muchos a los que saludó estaba Luca, uno de los padres que hizo las veces de jefe de cocina. Charlando supo que él también se dedicaba a la carnicería. Hablaron durante media hora, lo suficiente para que naciera una amistad. De hecho, ambos se marcharon distintos de como habían llegado.

Después del encuentro con Sara, algo se encendió en el corazón de Luca. No podía dejar de pensar en aquella gente y en lo que estaban pasando: «Están sin casa, muchos de ellos sin trabajo, algunos ni siquiera tienen dinero para el teléfono». Entonces se le ocurrió una idea: ¿por qué no organizar otra cena, esta vez para recoger fondos para sus nuevos amigos? Así fue como empezó a tomar forma "La sacudida de la vida", que se celebró el 25 de febrero, esta vez en Rímini, como una auténtica gala de generosidad. Decenas de personas entre grupos de amigos, compañeros, vecinos o simplemente conocidos. Cada uno dio lo que pudo: unos sus dotes culinarias, otros su talento para cantar, algunos su capacidad organizativa, el alojamiento o el vehículo para recoger y trasladar a los invitados.

Algo que puede parecer obvio en una localidad turística como Rímini, llena de hoteles, resultó realmente conmovedor para algunos como Sara, que escribió en un whatsapp: «Estoy feliz y llena de gratitud por haber podido dormir en una cama de verdad, en una habitación de verdad, y no tener que salir en plena noche para ir al baño o para vestirme. Todo lo que estáis haciendo es maravilloso».

Una onda larga y potente que puede parecer indescriptible. Basta mirar, por ejemplo, a los que contribuyeron con sus donaciones a los premios de la "pesca" que se entregaron durante la velada. Hasta el propio Luca se quedó impresionado por la generosidad de algunos. Como un socorrista que en un principio regaló una semana con sombrilla y tumbona en primera fila de playa, pero que luego llegó además con tres relojes y tres abonos para el parque acuático. O el cocinero que donó decenas de kilos de pasta casera y además daba las gracias a los organizadores por darle «la oportunidad de participar en algo tan hermoso».

Los propios organizadores fueron los primeros en darse cuenta de que allí estaba pasando algo mucho más grande de lo que habrían podido prever. Las plazas disponibles en la sala, donada gratuitamente por la parroquia de San Giuseppe al Porto, se agotaron en diez días, con una interminable lista de espera. Como interminable fue la lista de premios donados: un fin de semana en la montaña, mariscadas, cuadros, cervezas artesanales, vinos, consultas dentales, bonos para espectáculos teatrales... así hasta cien regalos. La recaudación de la cena superó los nueve mil euros, incluyendo los quinientos euros que alguien dejó en un sobre que recogió Zizzo, responsable del servicio de acogida, al terminar la noche.

Hubo 434 comensales sentados a la mesa, con un menú digno del mejor chef. Todos los que trabajaban lo hicieron gratis, algunos desde las siete de la mañana hasta las dos de la madrugada, algunos no haciendo otra cosa que pelar pepinos, por ejemplo. Como Ramona, la mujer de Luca. O Linda, empresaria, que se pasó la noche de su cumpleaños en la cocina, lavando platos. Y luego estaban los bachilleres, encargados de servir las mesas y recibir a los comensales, impecables con sus delantales grises, su gran sonrisa y sus ganas de estar allí.

Aquellas sonrisas conquistaron a Giuseppe inmediatamente. La amistad que nació entre él, Tommaso, Lollo y Claudio, responsable de GS en Rímini, es la otra chispa que dio vida a aquella cena. Su alegría en medio de una situación tan dramática llamaba poderosamente la atención y fue determinante para ponerse manos a la obra. Giuseppe es el presidente de Anffas dei Sibillini, una asociación dedicada a personas con discapacidad, como su hija Paola, que quiso conocer uno a uno a todos los bachilleres de Rímini y que con su simpatía fue la verdadera protagonista de la velada.

Giuseppe y sus amigos, algunos de ellos presentes en la cena, tienen un sueño: reconstruir el centro de día para discapacitados que hay en su pueblo y que se ha derrumbado tras los seísmos. Gran parte de lo recaudado servirá para una estructura de madera «anti-tío Terry», como llaman en tono jocoso al terremoto. «Si para alguien sano un temblor de tierra supone un enorme problema, para nuestros chicos y sus familias el problema se multiplica por cien», explica Giuseppe. El terremoto les ha quitado sus puntos de referencia, les llena de agitación: «Los chavales con discapacidad son como una piedra preciosa. Tenerlos te permite ser tú mismo porque sacan lo mejor de ti. Por eso es fundamental reconstruir este centro, para volver a empezar a vivir ellos y sus familias. Lo que estáis haciendo aquí hoy es realmente precioso».

Al terminar la cena, el padre Claudio les entregó a él y a Sara los sobres con el dinero recaudado. A cambio, ellos llevaron una placa que expresaba su agradecimiento a GS y a Comunión y Liberación, donde podía leerse: «El futuro no se derrumba y dura para siempre, lo que hay entre nosotros no acabará nunca». «Esta noche volvemos a casa con el corazón lleno de alegría», terminó diciendo el padre Claudio: «Y cuando eso sucede es evidente que sabe a eternidad». En una noche, inesperadamente.
(fotografía de Roberto Masi)

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