«El tiempo que pasa puede resultar a veces aburrido o carente de atractivo. Pero en él está Dios dándome siempre, de nuevo, todo. Porque en este instante que está pasando, yo no hago nada para existir. Todo lo recibo». Esta es para Pigi Bernareggi la primera misericordia de Dios. Infinita gratuidad. Nacido en 1939, Pigi fue alumno de Giussani en el Berchet de Milán y uno de los primeros bachilleres que partió con destino a la misión en Brasil en 1964. Desde entonces, allí se quedó. Vive en Belo Horizonte, dedicado al pueblo de las favelas. Hace poco la comunidad brasileña de CL tuvo un encuentro con él, una asamblea sobre los Ejercicios de la Fraternidad y la experiencia de la misericordia.
«Soy consciente de que llevo conmigo un tesoro gracias al encuentro con Cristo», dijo un profesor abriendo el diálogo, «pero muchas veces, delante de los alumnos, es como si dudara, como si tuviera miedo. Y me siento impotente. ¿Podría contarnos cómo vivió usted el desafío que Giussani le lanzaba?». Bernareggi sonrió muy contento, pues recordar las clases de Giussani es uno de sus temas preferidos. «En mis tiempos, en Italia vivíamos sumidos precisamente en un cambio radical, un cambio de época. No de días o meses, sino un cambio de siglo. Por tanto nadie, al menos en mi clase, seguía siendo cristiano ni decía serlo. Nada más entrar en el aula Giussani se topaba con un muro de prejuicios, un muro de enemistad. No era simplemente que este o aquel alumno no estuviera de acuerdo con lo que él decía: era toda la clase contra él. Pero él aceptaba lealmente la batalla. Para empezar, se presentaba con un desafío: también vosotros, sed leales con vuestra experiencia».
Pigi no olvida las discusiones en clase y, sobre todo, los “duelos dialécticos” entre Giussani y el profesor de filosofía Mario Miccinesi en los pasillos del instituto. «Nosotros asistíamos apasionados a estas discusiones, nos sentíamos involucrados. Veíamos que no era un debate desleal o descortés. Era un auténtica comparación entre las razones que cada uno exponía. Eso nos ayudó a salir de nuestra jaula de neutralidad protectora, de indiferencia hacia el otro, en la que la cultura del relativismo más absoluto y del individualismo imperante nos encerraba con candado. Aquello nos introducía en una comparación real entre ideales: el del humanismo racionalista y el de un cristianismo por fin vivo, muy humano. Al terminar la clase, después de un intenso debate, Giussani agarraba del brazo a Miccinesi y se iban los dos juntos a tomar algo al bar...».
Otra pregunta, esta vez a propósito del Año Santo: «En el mundo de hoy no encuentro una necesidad expresa de misericordia. ¿Por qué se percibe con dificultad esta exigencia?». Para Bernareggi, en realidad, «la ciudad misma tiene gran necesidad de misericordia. Ya en el mundo griego, la polis nació precisamente como posibilidad de crear humanidad en un mundo inhumano». Luego sorprende a todos diciendo: «Hoy, en el contexto actual de las megalópolis brasileñas, el motor que rescata esta necesidad de misericordia es la vida en las favelas». Pigi lleva muchos años implicado a fondo en la Pastoral de las favelas de Belo Horizonte, y describe lo que ve en estas comunidades. «Cada mañana, cuando los habitantes de la favela se dirigen a la ciudad para trabajar en las tareas más humildes y habitualmente peor pagadas, llevan consigo una carga de humanidad que se difunde por toda la ciudad. Ellos son el factor de mayor humanización en las áreas metropolitanas. Son personas que conforman un pueblo muy sencillo pero que tiene raíces cristianas. Y eso es suficiente para hacer de ellos un elemento de humanización en el contexto urbano. Es cierto que disfrutando de un cierto nivel social parece que la misericordia ya no interesa, pero es aún más cierto que allí donde hay veneros de misericordia la ciudad es mejor. Yo veo toda la belleza y alegría que estas personas sienten al custodiar la hermandad y la misericordia mutua en sus relaciones».
Otra persona le pidió que contara «cuál fue la evolución del pensamiento de Giussani ante las ideas tan contrarias que le rodeaban. ¿Cómo se enfrentaba a posiciones antagonistas a las suyas?». Pigi volvió de nuevo a sus años de alumno del Berchet: «Giussani citaba a menudo esta frase: "Nada de lo humano me es ajeno". Pero eso lo que se le planteaba como antagonista no era un punto de llegada, sino de partida. Por eso amó siempre el encuentro con el otro, por eso fue a ver a los monjes budistas en el Monte Koya o dedicó su tesis al gran teólogo protestante Reinhold Niebuhr. Si ha habido una persona completamente abierta a todo lo humano que puede darse en el mundo, ese fue don Giussani. La suya era una fantástica percepción humana del cristianismo».
Las preguntas dieron paso al cambio de época que vivimos actualmente y pusieron de manifiesto también cierto miedo, pues parece que por todos lados prevalece lo negativo. «El otro día el Papa hablaba de la “plenitud de los tiempos”», planteó una persona: «Tampoco cuando nació Cristo los tiempos eran fáciles, al igual que ahora. Pero a veces prevalece una resistencia en nosotros, como si el mal pudiera prevalecer sobre todo lo demás. ¿Podría decirnos cómo concibe usted esta idea del tiempo, y qué es lo que puede darnos esperanza?». Para responder, Pigi partió del Bautismo de los primeros cristianos. «La persona era sumergida en el agua de la piscina bautismal y al salir podía respirar. Era para hacer notar que el cristianismo permite respirar. Por eso, la cuestión de la plenitud de los tiempos es algo muy serio. Tal vez, el problema que tenemos hoy no consiste tanto en el hecho de que el mundo sea malo, sino en que necesitamos recuperar urgentemente la alegría de la fe, ese abrazo infinito». Después dio una sugerencia. «Recordad que el tiempo de Pascua no acaba el día de la Resurrección, sino con la fiesta de la Ascensión y con la venida del Espíritu Santo». Y compartió con todos un recuerdo. «Un día en Gudo, a las afueras de Milán, don Giussani tuvo una reunión con los Memores Domini. Meditando sobre la Ascensión, dijo: “Cristo subió al cielo. ¿Pero qué es el Cielo? Es nuestra vida, es la fuente de la vida que llevamos en lo más profundo de nosotros mismos: Cristo, con su cuerpo resucitado, está en lo profundo del ser de todos vosotros, y también de todos aquellos que, en el mundo entero, nunca han pensado en Cristo”».
Sin solución de continuidad, Pigi empezó a hablar de Belo Horizonte, donde el narcotráfico es el problema central. El barrio donde vive es el punto de partida de los canales que distribuyen la droga por toda la ciudad. «Cuando matan a uno de estos chavales de 15, 17, 18años, solo piensan en el mal que cometen. Pero se lo están entregando al Padre eterno. Si lo supieran, quizás no lo matarían; ellos quieren hacerle daño y sin quererlo le están dando el pasaporte para el Cielo. Se lo digo a las madres en los funerales. Y ellas lo entienden. Yo lo veo en sus rostros de sorpresa. No se “sorprenden” en sentido metafórico. Es una realidad que nos sorprende, la realidad en que estamos inmersos, día y noche. Perciben el estallido no de una bomba, sino de Cristo resucitado y subido al Cielo, que vive en cada uno de nosotros. Si alguien dice que esto significa ser visionarios, se equivoca. No es una forma imaginaria de vivir: es la esperanza misma del cristianismo, es el núcleo central del cristianismo». Al escucharlo, todos nos quedamos en un silencio profundo.
Él siguió hablando del valor del tiempo. «Simone Weil dijo: “El tiempo es la espera de Dios que pide nuestro amor”. ¿Qué es el tiempo? Yo no vivo en el pasado, que ya ha no está; no vivo en el futuro, que aún no ha llegado; vivo en este momento que pasa, que ya ha pasado, que fluye hacia una meta. Este fluir no es un vacío banal porque Dios mismo me espera aquí, me está pidiendo mi amor, me está ofreciendo otra posibilidad de sentir que cada instante es el tiempo que yo paso con Él. Entonces, dejémonos llevar por el fluir de Dios que nos dona infinitamente su vida, en este momento, en cada momento, una y otra vez… hasta ese Momento con “m” mayúscula que será la eternidad. Allí el tiempo alcanzará su plenitud. Todo esto lo aprendimos de don Giussani aquel día en aquel desconocido salón de Gudo».
Así culminó el encuentro con Pigi bernareggi que nos dejó maravillados en silencio, con el corazón agradecido porque con sus 77 años sigue enseñándonos la alegría de vivir que nace de la fe.
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