Hace calor en el Aula Rogers del campus Leonardo, en el Politécnico de Milán. No solo porque está abarrotada de estudiantes, y también muchos adultos, sino porque hay un "punto inflamado", esa búsqueda incesante de felicidad y razón adecuada para vivir, para estudiar, para educar, que vibra en cada uno y que les ha convocado allí. Es una ocasión para dialogar a partir de la lectura de La bellezza disarmata, el libro de Julián Carrón.
En la mesa, junto al autor están el profesor Giovanni Azzone, rector del Politécnico, y Emilio Faroldi, profesor de Tecnología de la Arquitectura. Puesto que «una de las funciones de esta universidad es la de ser un lugar de debate», el rector empezó precisando que no se trataba de una conferencia sino de un diálogo. Lo primero que le llamó la atención del libro fue precisamente «el papel del ejemplo, del maestro». Porque «la verdad no se revela como un dogma sino mediante el ejemplo de vida de las personas, algo que es especialmente verdadero para los que enseñan». Aunque a veces la universidad parece limitarse a una transmisión de nociones, es más bien «el ejemplo de una pasión» por la propia tarea, por la propia forma de aplicar la razón a todo lo que puede hacer no solo la universidad sino toda la sociedad, un lugar de crecimiento común. «Libertad y opción» fueron otro de los puntos del libro destacados por Azzone. Aquí radica justamente «la ventaja de toda crisis, como la que actualmente está atravesando nuestra sociedad», come apunta Carrón en el libro citando a Hannah Arendt: «Obliga a volver a las preguntas, exige de nosotros respuestas nuevas o viejas, que nazcan de un examen directo».
Ante un "derrumbe de las evidencias" como el que afecta a toda nuestra sociedad -desde la incertidumbre ante el futuro de los jóvenes hasta la inmigración, así como la guerra y la convivencia civil- Carrón señaló que a veces se piensa que basta con multiplicar las reglas, de la moral o de la ley, «soñar sistemas perfectos», como decía Eliot. Pero la única posibilidad para que «la crisis no sea una catástrofe», para el yo y para todos, es «afrontar el desafío de la realidad sin prejuicios y con lealtad». Todo, y sobre todo en un lugar como este, hecho para valorar la máxima apertura de la razón, puede ser «una ocasión asombrosa».
La ocasión nunca es una abstracción para intelectuales sino la posibilidad de un encuentro que «puede ofrecer una contribución positiva» a la vida. Esas son las palabras de la dedicatoria, según contó el profesor Faroldi al empezar su intervención, en el libro que varios alumnos le regalaron. Una invitación a «ahondar en mi intimidad», a «ofrecer respuestas, pero sobre todo a plantear preguntas». El derrumbe de las evidencias en el que tanto insiste el libro constituye, para Faroldi, una pregunta hecha a la experiencia de la fe, y no bastan respuestas abstractas. Hay que «aprender enseñando», y aprender «de uno mismo en acción», dijo citando a don Giussani. Faroldi, arquitecto, citó a Platón, para quien la arquitectura es una «forma de la belleza», recordando que si las grandes obras del hombre son capaces de resistir a la «catástrofe» es porque se han proyectado buscando un equilibrio entre «contingencia y totalidad». Ahora, sobre todo en un ámbito como la universidad -una universidad donde «proyectar y construir» son tareas específicas, según Faroldi-, está claro que el papel de la libertad es aún más importante.
Carrón citó entonces a Cervantes: «La libertad es el más preciado don que a los hombres dieron los cielos». En su opinión, ahora «todos somos menos presuntuosos respecto a nuestras preguntas, no tenemos fórmulas definitivas». Pero de lo que habla su libro «es de la posibilidad que tiene cada uno de encontrar en la realidad algo realmente atrayente, capaz de despertar el interés por todo lo que hagamos. Para mí, eso es la persona de Cristo». Pero no hay respuestas que ya sepamos y que podamos imponer a otros. No es la idea de un cristianismo en retirada el tema de este encuentro en un aula del Politécnico. Es ante todo un cristianismo "en crisis", en el sentido exacto que le daba Hannah Arendt: el momento de volver a las preguntas que son de todos. Preguntas que son también de los estudiantes del "poli" que tomaron la palabra después de los ponentes. El último fue un chico que dijo no haber leído el libro. Tal vez ni siquiera era cristiano. Pero allí estaba, había ido con curiosidad, y con una duda: si luego el cristianismo pretende imponer las "verdades" -sobre la vida, el amor, las libertades individuales, por ejemplo-, ¿acaso no es entonces justo lo contrario de la búsqueda común, del diálogo abierto del que este libro habla? ¿No está ahí la raíz del radicalismo? «Existe el bien de la libertad», le respondió el autor, que es un dato ya adquirido en nuestra historia. Pero sobre todo, «el verdadero desafío es que cada uno verifique hasta el fondo las opciones que toma». Nadie tiene un "a priori", pero todos tenemos «un punto inflamado» que nos indica el camino.
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