¿Qué sucedió esa noche? Es la pregunta que me acompaña desde que salí del acto de presentación de libro de Julián Carrón, La bellezza disarmata. En el escenario, Pietro Modiano, presidente de la entidad aeroportuaria SEA, junto al autor. Ante ellos, cientos de rostros que llenaron el Teatro Social de Busto Arsizio, en Varese. El moderador, Andrea Franzetti, comienza el diálogo preguntándole a Modiano qué es lo que más le ha llamado la atención al leerlo.
La clave de la velada se desveló ya en sus primeras bromas: «No estoy aquí por oficio», respondió Modiano. «He aceptado porque me gusta escuchar a Julián Carrón y porque estar aquí me obligaba a releer el libro, no todo de un tirón como había hecho... Al releerlo, he descubierto su densidad y he visto cosas que no había visto en la primera lectura». La respuesta se fue devanando en un relato que llamó en causa a su historia personal y las preguntas del momento presente. Sobre la cuestión del "derrumbe de las evidencias", dijo Modiano que era algo que conocía muy bien y que se sentían muy desafiado en este punto.
Una sensación colectiva de pérdida, de "desorientación" (según la descripción del sociólogo Marco Revelli); el desvanecimiento del paisaje de un modo "nada familiar", que no corresponde a las esperanzas ni luchas de los años juveniles. El paraíso en la tierra del internacionalismo socialista por el que luchó y del que esperó, pero que no se realizó ni siquiera en ese otro paraíso, el del mercado liberal. Igual que, después de la caída del muro de Berlín, el mundo emergió como un conjunto sin baricentro, hasta que la crisis del 2008 demostró claramente que algo se había roto.
«¿Cómo se puede vivir así?», preguntó Modiano. Una pregunta que dio paso al parangón. El primer punto fue la posición de Giussani sobre el '68: «Nosotros nos creíamos los buenos», dijo Modiano, «vosotros proponíais algo más duradero, la tradición del movimiento enseña a hacer las cuentas con los recovecos de la historia». "Nosotros" y "vosotros" suenan como una contraposición, pero llaman la atención como lugar de un diálogo ya iniciado, que no quita nada de la historia personal pero que muestra a un hombre lleno de curiosidad por una novedad. Carrón, según Modiano, propone un retorno a los orígenes del cristianismo. Los primeros cristianos en un mundo "plural" parecido al nuestro no eran Iglesia triunfante. El atractivo de la correspondencia es el punto desde el que volver a empezar, algo hermoso que convence, que se afirma en virtud de su verdad, confiándose a la libertad de la persona. ¿Pero cómo volver a los orígenes asumiendo al mismo tiempo todo el bien que se puede valorar en la modernidad? Más aún, al exaltar la libertad, ¿cómo no caer en el relativismo? ¿Qué tiene que ver la libertad con la verdad?
Dos pasajes le quedaron especialmente grabados. Retomar el juicio sobre el edicto de Tesalónica sirvió para reconocer en el texto la posibilidad de un camino nuevo, que se confronta con la tentación de la verdad como hegemonía. Modiano contó su descubrimiento de la religiosidad como "derecho humano", por el que la libertad no puede ser simplemente la de la práctica religiosa. El sentido religioso es patrimonio constitutivo del ser humano que hay que defender como valor irreducible, a pesar de la mortificación del propio hombre.
El segundo pasaje era la pregunta sobre la relación entre identidad y acogida mediante la imagen del muro. ¿Defender la propia identidad abre las puertas a la acogida o a la construcción de muros? En la historia hemos visto afirmar en varios momentos el valor de la tolerancia, pero para Modiano la acogida es otra cosa: «Se le pide al hombre». En esta cita al párroco de Lampedusa -«donde ya no hay fronteras se elevan muros»- emerge la historia de una Europa donde fronteras y muros acaban siendo lo mismo (con ejemplos fascinantes como las murallas de las ciudades y la protección de las iglesias), la idea de abatir muros asusta porque forman parte de nuestra identidad.
¿Cómo afirmar la identidad sin negar la pluralidad? Una dificultad que Modiano reconduce hacia la pregunta sobre la misericordia. Hemos crecido en un mundo donde nos defendíamos, pero ahora se nos pide en cambio apertura. La misericordia debe ser tanto para quien llega como para quien levanta muros (evocando la imagen de Jesús ante el Gran Inquisidor de Dostoyevski).
Esta es la fascinación del desafío de una "belleza desarmada", libre del poder.
Mientras Modiano terminaba su intervención, impresionaba ver cómo Carrón le miraba, con una simpatía total, era evidente una amistad plenamente humana entre dos personas, cada una en su momento del camino.
Ahí empezaron las palabras de Carrón, en la experiencia de belleza que se manifiesta precisamente en sus diálogos a partir de las presentaciones de este libro.
La ideología del progreso ha quedado desmentida, la complejidad del presente se presenta como un desafío para todos, el miedo nace del hecho de que ha sucedido algo que no esperábamos. Un progreso gradual solo vale para el ámbito material, en el ámbito moral no funciona así, porque la libertad humana siempre es nueva, cada generación puede remitir al patrimonio del pasado o bien puede rechazarlo.
¿Por dónde volver a empezar? Precisamente del descubrimiento de la libertad. El imponerse de la libertad como ausencia de vínculos ha tenido un éxito paradójico: el miedo a la propia libertad. ¿Hay algo por lo que valga la pena ponerla en juego? A nadie se le ahorra esta pregunta.
Carrón volvió a ofrecer la contribución de don Giussani: la experiencia de la libertad hace descubrir la verdad que emerge de la religiosidad como expresión de la infinitud del deseo humano. Podemos encontrar lo que buscamos cuando el propio deseo se cumple. «La verdad no necesita muros», dijo Carrón, «por su propia naturaleza solo se sostiene por una plenitud presente».
¿Pero qué puede cumplir todo el deseo infinito que la religiosidad lleva consigo? La tarea de la Iglesia hoy es la tarea de Jesús, la exaltación del sentido religioso. El muro es una traición a Aquel que cumple realmente. Dios cambia el mundo enviando a su Hijo sin más, pero a nosotros nos parece un fracaso. La identidad cristiana es amor al otro más allá de toda idea genérica de tolerancia, es el reconocimiento del otro como amor al bien. Un camino que Carrón no dudó en definir como fascinante.
La velada llegaba a su fin, apenas quedaba ya tiempo para una última broma. Franzetti preguntó por el significado de «desarmar».
Y desarmante fue la respuesta de Modiano, tanto que arrancó un aplauso de Carrón: «El arma de la que debemos liberarnos es el uso del poder para afirmar la verdad. El poder anula la búsqueda de la verdad. No está dicho que haya que el esfuerzo se vea siempre recompensado, pero igualmente merece la pena». Juicio compartido por Carrón, quien recordó que el desafío se afronta ofreciendo el testimonio de una vida que se hace más vida. Y que por eso resulta convincente.
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