Hay gestos que por mucho que se repitan siempre son diferentes, siempre nos parecen algo nuevo, algo inesperado. Uno de estos encuentros es la “Cena de la Pobreza”. Una cena cuaresmal que nos ayuda a compartir, al menos por unas horas, la necesidad habitual, cotidiana, permanente, de las personas que atendemos en la Casa de San Antonio. Estamos hablando de familias que no llegan ni a mitad de mes, y de niños que, muchas noches, tienen que irse a la cama sin poder tomar ni siquiera un vaso de leche.
Que sesenta personas cenen en un silencio absoluto es viva muestra de que el Espíritu Santo actúa. Los textos que venimos trabajando en Escuela de comunidad nos hablan de este actuar, pero nos cuesta trabajo reconocerlo, más aún en un mundo lleno de ruidos, en el que no solemos desaprovechar las oportunidades para introducir un ruido más, muchas veces con los pretextos más banales. Pretextos que, por ejemplo, nos ahorraríamos en el cine o presenciando un partido de futbol. Dos actividades en las que sí sabemos estar atentos a lo que sucede, mientras que en lo cotidiano somos capaces de dejar que la vida pase por delante de nuestras narices sin enterarnos.
Este “milagroso” momento de silencio lo aprovechamos también para oír una obra de música clásica relacionada con la Pasión de Cristo, que viviremos unos días después. En esta ocasión nos hemos ensimismado con el Stabat Mater de Luigi Boccherini. Un músico italiano del siglo XVIII que vino a España por amor, y que se afincó entre nosotros como un emigrante más –en aquellos tiempos no poníamos tantas pegas a los que venían de lejos– para dejarnos lo más bello de su arte, y es que el emigrante siempre trae algo a la tierra a la que emigra.
Si el primer aspecto educativo de la Cena de la Pobreza es que nos enseña a escuchar, el segundo es que nos enseña a compartir. Pagas una cena como si fuera “una buena cena” y te quedas en algo frugal, escaso, manifiestamente insuficiente, ¡vamos, que te vas a casa con hambre! ¡Sí, con hambre! Como se van a la cama tantos hermanos nuestros no ya en tierras lejanas con las que nos cuesta trabajo identificarnos, sino tal vez el que vive en el piso de arriba o en la casa de al lado.
El tercero de los aspectos que podemos resaltar en este gesto –habría muchos más– es aprender algo nuevo sobre la caridad. Primero con la lectura del mensaje del Papa para la Cuaresma, y después –concretamente en esta ocasión– con una reflexión sobre la Misericordia a cargo de uno de nuestros diáconos, Giuseppe Cassina.
El esquema es el mismo que en otros años, hasta el menú es el mismo, pero la sensación es siempre diferente. Todos salimos convencidos de haber vivido un gesto nuevo, algo distinto, algo que sobrepasa cualquier expectativa, por ambiciosa que sea.
Finalizamos con una oración y la bendición del párroco, que nos invita a salir en silencio, a no romper ese clima de belleza que tanto nos ha costado mantener. Tanto es así que mientras “el equipo de demolición” recoge toda la infraestructura, dos de los participantes se engarzan en una animada charla al fondo de la sala. Parece que hora y media de silencio ha sido demasiado para ellos, pero algo ha quedado y no podrán olvidar jamás lo que han vivido en esa intensa hora y media de sacrificio.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón