Habíamos programado este encuentro con la esperanza de entender lo que está sucediendo a cientos de miles de hermanos nuestros, que se ven obligados a dejarlo todo para salvar su vida, pero las expectativas pronto se vieron desbordadas.
Nuestra invitada, Raquel Martín, responsable de comunicación de Ayuda a la Iglesia Necesitada, comienza a desgranar una serie de experiencias acompañadas por una colección de imágenes que muestran cómo viven los cristianos que han abandonado las tierras del norte de Iraq, para refugiarse en el Kurdistán.
El rostro de Raquel, el énfasis con el que pronuncia sus palabras, la pasión con la que acompaña todo su relato, demuestran un alma totalmente cambiada por el contacto con todas estas personas. Sus rostros y sus nombres comienzan a ser familiares para nosotros: Cincia, Loai, Cristina… son hermanos nuestros que han abandonado la zona de Mosul, una zona donde convivían un millón y medio de cristianos, para refugiarse en Erbil, la capital del Kurdistán iraquí, zona por el momento asegurada por los combatientes kurdos, que son los únicos que han podido frenar a los carniceros descerebrados del Estado Islámico, o mejor dicho, el DAESH, como nos anima a llamarles nuestra ponente.
Todos han tenido que salir con lo puesto. Sus casas han sido marcadas con la N árabe de nazareno, y la alternativa a la conversión era la muerte. Ellos no quieren convertirse –de hecho la Iglesia caldea no ha constatado ni una sola apostasía– y tampoco quieren morir. Quieren vivir su vida y su fe, que Dios les ha regalado. Han salido de sus casas sin más equipaje que su fe.
Las imágenes van corroborando las palabras de Raquel, mostrándonos cómo la Iglesia de Erbil ha acogido a todos estos hermanos, que se han visto obligados a vivir varios días sin más techo que el estrellado cielo, pero que poco a poco han ido siendo ubicados en las casas de los cristianos locales, o en las salas de las parroquias. No han querido ir a campos de refugiados porque todos ellos necesitan una pared donde colgar su icono, o donde pintar una cruz que es el centro que guía sus vidas.
Poco a poco se van organizando y, en torno a la iglesia, se construyen pequeñas casas metálicas donde las familias se van acomodando. Lo mismo con otro tipo de servicios como la escuela, o una impresionante sala de música donde el padre Douglas ha instalado algunos instrumentos musicales para que estos hermanos no pierdan la oportunidad de saborear la belleza que Cristo ha traído a sus vidas. «La Iglesia tira para adelante con un realismo brutal», afirma Raquel mientras nos habla del padre Douglas, secuestrado y torturado durante más de una semana por estos fanáticos del DAESH, y que ahora no deja de abrazar refugiados mientras les ayuda a instalare.
Conocemos a Martin, un seminarista que, teniendo la oportunidad de irse con su familia a EEUU, decide quedarse. Un contundente «si Jesús no estuviera con nosotros no podríamos permanecer aquí ni un solo minuto» explica con solvencia las razones que le han permitido hacerlo.
Raquel nos habla también de Judea, un hombre yazidí que, tras pasar una semana deambulando con su familia y comiendo semillas, llega a una de estas parroquias y lo primero con lo que se encuentra es con el abrazo del padre Ibrahim, que le acoge junto al resto de los refugiados que han llegado hasta su pueblo. Un caso realmente extremo porque estas gentes –los yazidíes– son los peor considerados por los nuevos bárbaros, tratándolos como desechos humanos, opinión compartida por otros muchos habitantes de la zona. Con ellos la misericordia se convierte en un auténtico desafío que la Iglesia afronta con decisión, son hermanos y los trata como a los demás.
A medida que avanza la exposición de Raquel, nos vamos dando cuenta de que nos está hablando de lo que explica la Escuela de comunidad sobre lo que es la Iglesia. Unos textos referidos al modo de vida de los primeros cristianos, que para nosotros, los que vivimos en el opulento Occidente, nos cuesta bastante comprender.
Sin embargo, Raquel nos está mostrando una realidad comunitaria sociológicamente identificable, que se siente invadida por una “fuerza de lo alto” y que muestra un nuevo tipo de vida. Y esto aquí, en nuestro mundo y en nuestros días. Algo muy concreto y constatable en el siglo XXI. Nuestra invitada nos está mostrando una comunidad que pertenece más a Cristo que a su tierra. Un grupo de hermanos que son capaces de soportar una terrible prueba porque saben de Quién son, a Quién pertenecen y por Quién luchan. Y el Señor nunca deja solos a los suyos.
Como corolario de la experiencia transmitida, Raquel afirma: «Yo soy otra». Y abunda en las razones: «Conocer a estas comunidades me ha hecho preguntarme quién es el Señor para mí»; «allí me han inoculado lo que es la Iglesia»; «he comprobado cómo es capaz la Iglesia de ponerse de pie»; «estos amigos me han ayudado a entender lo que es la caridad»; «¡me han cambiado la vida!».
¡Gracias, amiga, por mostrarnos con tanta pasión lo que significa vivir por y para Cristo!
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