¿Puede un hombre volver a nacer siendo viejo? Siempre estaré agradecido por la posibilidad de recordar mi amistad con Carla, que me puso en condiciones de responder a esta pregunta. Trabajo como médico oncólogo en el hospital hebreo de Montreal y conocí a Carla hace dos años. Era una nueva paciente que llegaba después de que le hubieran diagnosticado un cáncer de mama en fase avanzada.
Sincera, ingeniosa y clara, me gustó desde el primer momento. Pero inicialmente no fue fácil entrar en relación con ella ni ganarme su confianza. Tenía un carácter muy fuerte, se veía que sufría mucho y latía en ella un escepticismo que no era nada fácil atravesar.
Se había creado un escudo muy duro durante el tiempo que estuvo trabajando en la institución oficial de Protección a la Infancia, en un puesto de responsabilidad y afrontando muchos casos difíciles. Nunca se había casado y estaba acostumbrada a dar órdenes y estar al mando. Pero ese es un gran problema cuando recibes el diagnóstico de un cáncer avanzado, pues esto acaba totalmente con la sensación de tener las cosas bajo control y te obliga a cuidarte de ti mismo en vez de los demás, y te hace sentir más vulnerable.
Nada más conocer el diagnóstico, le propusimos probar un nuevo tratamiento muy prometedor, pero para mi sorpresa ella se mostró extremadamente reacia a seguir mi consejo. Hicieron falta tres consultas para convencerla de aceptar aquel protocolo. Como otras muchas relaciones en la vida, a menudo con un paciente su intensidad va creciendo con el tiempo sin que uno se dé cuenta. No sabía identificar un momento concreto, fue más bien una serie de momentos durante los encuentros con Carla en mi clínica lo que hizo crecer una sincera amistad, sobre todo por la verdad que latía en ciertos diálogos entre nosotros.
Era evidente que ella estaba luchando con la sensación de no tener el control y poco a poco estaba aceptando sus nuevos límites físicos. Además de los síntomas del cáncer y los efectos secundarios del tratamiento, discutíamos mucho sobre la libertad y la dependencia, sobre aceptar el hecho de que hemos sido amados primero y reconocer la presencia de Dios en toda circunstancia. Sus preguntas eran las mismas que las mías, así que yo no podía mentir. Hablando sobre su trabajo en Protección a la Infancia, le conté de los dos hermanitos que había adoptado. Ante sus preguntas yo solo podía hablar de mi experiencia y de mis amigos: los mismos que ella conoció en nuestro concierto de Navidad, al que asistió con su hermana y familiares.
Lentamente, su rostro empezó a cambiar, como su actitud. Era libre. Con esa libertad que nace de la gratitud. El punto de no retorno para ella fueron las vacaciones con los adultos y las familias de CL, en las que participó con su bastón y una gran curiosidad. Es difícil describir qué le sucedió allí más que usando el término "enamoramiento". A la vuelta de las vacaciones, empezó a leer y a informarse sobre el movimiento, y a preguntar sobre nuestra historia y nuestra amistad. Además de la belleza que había visto, le había conquistado el hecho de que su libertad era continuamente provocada pero nunca forzada. Cuando su hermana empezó a hacerle preguntas, mostrando una cierta curiosidad por el movimiento, Carla le advirtió: «Yo nunca he visto nada parecido. En las vacaciones lloraba todos los días por lo impresionada que me sentía por todo... La verdad es que no estoy segura de que tú estés preparada para esto»... No era exactamente el "ven y verás" del Evangelio, pero afortunadamente aquellas palabras no desanimaron a la hermana de Carla, que en septiembre empezó a frecuentar la Escuela de comunidad con ella.
Poco después de las vacaciones, su cáncer empeoró y para ella no fue fácil aceptarlo. Por aquel entonces, una noche yo iba a ir a la fiesta de cumpleaños de Andrea, la enfermera de Carla, que había conocido con entusiasmo el movimiento dos años antes. Al pasar en coche cerca de casa de Carla, la llamé y le pregunté si quería que pasara a recogerla. Ella me dijo inmediatamente que sí. En cuanto acabamos de hablar, me di cuenta de que ni siquiera me preguntó a dónde íbamos a ir, ¡la misma personas con la que un año antes tuve que luchar para convencerla de aceptar el mejor tratamiento disponible!
Durante todo el año fue fiel a la Escuela de comunidad, con una apertura y un asombro propios de un niño. Para ella era una auténtico "trabajo". Pocos días después de la audiencia con el Papa en Roma (ella estaba muy triste porque no había podido ir) me envió un mail con el discurso del Papa para la Jornada Mundial del Enfermo. Luego me escribió: «Has sido una verdadera bendición para mí. Llevas mucho tiempo diciéndome y haciéndome experimentar lo que ha escrito el Papa. Me has enseñado a ser libre; todavía no lo he conseguido pero estoy trabajando en ello. Este cáncer me ha hecho crecer más de lo que nunca habría pensado. Nunca nos habríamos encontrado si no hubiese tenido este cáncer. Dios actúa por caminos misteriosos». Y añadió, refiriéndose a la Escuela de comunidad: «¡Qué periodo tan hermoso de mi vida! Nunca había trabajado tan duro, ni siquiera cuando estudiaba el máster o cuando hice las investigaciones más complicadas. Sigo leyendo e intentando captar al menos el 1% de lo que vosotros estáis viviendo, pero nunca es posible. Me estoy confiando a Él y pido a don Giussani que me dé la paz y la fuerza. PD: Creo que el Papa es miembro de Comunión y Liberación».
La paradoja es que incluso sin hablar ella es como un imán para todos nosotros. Solo su mirada, su frescura, su libertad y entusiasmo, nos contagian a todos. Mirarla nos está convirtiendo lentamente a los que hemos estado a su alrededor, incluida su familia.
Carla siempre ha sido ella misma, también con su manía por controlarlo todo. Hace casi tres meses decidió que tenía que entender qué era la Fraternidad. Así que habló con Andrea y Maria, otra amiga que trabaja en Recursos Humanos en nuestro hospital, que conoció el movimiento el año pasado. Probablemente Carla estaba un poco molesta por no saber tanto como ellos de la Fraternidad. Y para resolver el problema nos invitó a todos a cenar.
En un hospital, ya es un hecho excepcional que un cirujano hable con un oncólogo... En cambio, después de esta serie de amistades inesperadas que han surgido este año en nuestro hospital, se veía en la Escuela de comunidad o en la comida, sentados en la misma mesa a cualquier combinación posible entre cirujano, oncólogo, enfermera, paciente, familiar, representante de Recursos Humanos. Pensándolo bien, uno tendría que preguntarle: «¿Qué clase de grupo es este?».
La noche en que Carla decidió indagar sobre la Fraternidad, Maria empezó a hablar en cambio del difícil periodo que estaba atravesando en el trabajo y cómo, con la ayuda de la Escuela de comunidad, se había sorprendido increíblemente viviéndolo con gran libertad. De ahí nació una discusión en la que Paula y Carla contaron a su vez cómo el encuentro con el movimiento había cambiado su forma de afrontar el trabajo. Fue una velada estupenda. Un variopinto grupo de personas contándose lo que Cristo estaba haciendo en sus vidas, con gran sencillez y estupor. A las once de la noche, Carla dijo: «¡Oh, yo quería preguntaros por la Fraternidad!»; pero entonces se hizo evidente que Dios ya había respondido a su pregunta, y no con una definición. La respuesta había estado ahí, delante de nuestros ojos, toda la noche.
Poniendo a un lado su orgullo, este año Carla había decidido participar en las vacaciones de las familias de CL en silla de ruedas, pero luego se vio obligada a renunciar por un imprevisto empeoramiento de su situación. A la vuelta de vacaciones fui a verla y decidimos interrumpir el tratamiento. Pocos instantes después me dijo: «Tenéis que cantar La strada en mi funeral». Durante su última semana en casa siguió dando indicaciones y planificando su funeral, a medida que crecía su deseo de ver por fin a Jesús y a don Giussani. Se apagó el 8 de julio, al día siguiente de recibir la confirmación de aceptación a su petición de ingreso en la Fraternidad de Comunión y Liberación.
Solo unas semanas antes de morir, Carla pudo asistir a una boda, acompañada de un amigo de la comunidad. En la mesa, radiante con su peluca que en realidad odiaba, empezó a contarle a todos sus antiguos amigos -entre ellos muchos hebreos- su encuentro con el movimiento. «Este cáncer me ha salvado la vida, y lo digo de verdad. No soy una ingenua, sé muy bien que moriré pronto, pero nunca he estado tan viva. Vosotros también tenéis que ver lo que yo he visto, nunca he visto nada parecido». Mientras volvía a casa con nuestro amigo, le dijo: «¡Qué responsabilidad tenemos! ¡Nuestro movimiento es tan pequeño y hay tanta gente que espera conocer lo que nosotros tenemos!».
Salvó su vida porque la hizo plena. Yo diría más bien «el movimiento ha salvado mi vida», pero ella dijo «este cáncer ha salvado mi vida», y eso lo une todo, mucho más de lo que yo hago normalmente, cuando distingo entre bien y mal.
Carla, si yo pudiera al menos comprender el 1% de esto...
Cristiano, Montreal
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