Lunes 20 de julio. Marco, Serafín y otros amigos del comité Nazaret se reúnen en la plaza de los Tres Mártires, en Rímini. Juntos rezan por las persecuciones en Oriente Medio. Pero no estarán solos en la plaza, se han dado cita más de quinientas personas. Es un gesto que se repite todos los meses desde hace casi un año. ¿De dónde nace este pueblo en movimiento?
«Todo empezó de forma sencilla, en una noche entre amigos», cuenta Marco, uno de los responsables del comité. Música, poesía, fruta y buen vino. Y luego conversación, a propósito de algún hecho de actualidad: «¿Qué os parece lo que está pasando en Siria?». Era la primera semana de agosto de 2014 y en el telediario empezaban a aparecer las imágenes de los cristianos que se veían obligados a abandonar sus casas para huir de la furia de sus perseguidores. Era ese Isis que hace solo un año resonaba como unas siglas desconocidas y que hoy son el signo de un horror sin fin. En muchos empezó a nacer el deseo de mirar juntos lo que estaba pasando. «Sentíamos sobre todo la exigencia de hacer algo concreto por aquellos hombres», añade Serafín. «Yo estoy convencido de que toda la realidad nos interesa y nos afecta, aunque esté lejos de nosotros, por eso lancé aquella provocación a mis amigos», explica Marco.
A la pregunta «¿qué podemos hacer?» le siguió una respuesta inmediata: «Rezar juntos». Entre ellos no solo había cristianos, sino también amigos que se declaran ateos o no practicantes, como Franco. «Ni siquiera sé si soy creyente, pero la oración es un gesto tan humano...». Todos deciden participar. La propuesta es muy sencilla: una cita mensual en la plaza principal de Rímini, centro histórico de la ciudad. Algunos cantos introductorios, rezo del rosario y al final un testimonio, con el relato de alguien que ha vivido en primera persona las persecuciones o alguien que, indirectamente, como periodistas o enviados, ha tenido alguna relación con los refugiados.
El 20 de agosto la iniciativa toma forma, y la participación supera todas las previsiones. «Pensábamos reunirnos una decena, pero llegamos a contar a quinientas personas», recuerda Marco: «Fue el verdadero evento del verano riminés, el hecho dominante. Era una noche de agosto y en la ciudad vacacional por excelencia, llena de locales y distracciones de todo tipo, quinientas personas decidían salir a la calle a rezar y dejar una ofrenda económica para personas que ni siquiera conocen». Un gesto único en su género que se ha convertido en cita fija en la ciudad. El día 20 de cada mes se reúnen en la plaza, «no en una iglesia, sino en el lugar laico por excelencia, dedicado a los partisanos, que en estos meses se ha convertido en símbolo de la gran humanidad del pueblo riminés», señala Serafín. Se reúnen siempre, sean cuales sean las condiciones climáticas: sol, lluvia o viento. Los participantes llegan desde todos los rincones de la ciudad: el panadero, el profesor, el vecino y el turista que pasa por allí casi por casualidad. «Son muchos los que han querido estar aquí, empezando por el obispo, monseñor Lambiasi, o el obispo emérito, monseñor De Nicolò. Miembros de la comunidad pero también fieles sencillos, movidos en cierto modo por sus hermanos que sufren».
También han sido muchos los testimonios: empezando con Filippo Di Mario, responsable de las comunidades neocatecumenales en Iraq; el padre Sony Behanan y el padre Georges Jahola, sacerdotes de rito siro-católico en la diócesis de Mosul; los periodistas Rodolfo Casadei y Maria Acqua Simi, el padre Bernardo Cervellera; Leo Capobianco, responsable de Avsi en Kenya; el arzobispo siro-católico de Mosul, también él en el exilio, monseñor Yohanna Petros Mouche; Peter Kamai, rector del Seminario de Jos, una de las ciudades nigerianas periódicamente atacadas por Boko Haram.
«La gente no es indiferente a lo que sucede en el mundo», afirma Marco, «el silencio de verdad tal vez sea el de los medios, a los que les cuesta contar estos pequeños milagros», apunta Serafín. De hecho, a partir de esta iniciativa han nacido otras similares. Muchas parroquias les han pedido replicar estos encuentros, llevar a los chicos los testimonios de estos hombres. «En este tiempo he visto crecer muchas relaciones, y también mi conciencia personal», concluye Marco: «Si un hombre como el padre Georges Jahola me dice: "Queremos salvar la fe, no la vida, pues la fe es lo que ayuda a afrontar la vida", yo no puedo evitar dejarme interpelar por algo así. Y eso me hace cambiar».
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