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Del corazón de Oscar Wilde al nuestro

Gianluca Marcato
17/07/2015
Julia cuenta la historia del <i>Príncipe Feliz</i>.
Julia cuenta la historia del Príncipe Feliz.

«Todo en nuestra vida, hoy como en tiempos de Jesús, comienza con un encuentro. (…) Así, centrados en Cristo y en el Evangelio, podéis ser brazos, manos, pies, mente y corazón de una Iglesia “en salida”».

Provocados por el encuentro con el Papa en Roma, algunos de nosotros decidieron preguntarle al padre Neil, párroco de la iglesia local, si podíamos invitar a sus feligreses al London Encounter (evento cultural de un día en el centro de Londres). Muy disponible, nos pidió que fuéramos a dar un aviso al final de la misa dominical y a repartir folletos con el programa. Hubo muchas caras de curiosidad, pero seguramente la más sorprendida de todos era la del padre Neil, que al final de la celebración suele salir a la puerta principal para saludar a los fieles uno a uno. Cuando todos se habían ido, nos dijo: «Qué pena que yo no pueda ir, sobre todo por la exposición sobre Oscar Wilde porque nunca lo había visto desde esta perspectiva». Se refería al punto central de la muestra, que subrayaba la necesidad de tener un corazón herido para poder conocerse uno mismo y estar abiertos a la posibilidad de que entre algo distinto en nuestro corazón. Inmediatamente se nos ocurre la misma idea: si él no puede venir a ver la exposición, podríamos traérsela.

Así nació la propuesta de mostrar la exposición sobre Oscar Wilde en la parroquia Holy Family de Ealing (Londres), el fin de semana del 11 y 12 de julio. Desde aquel primer instante, ha sido un auténtico espectáculo ver renacer, en tiempos y modos muy diversos, según el temperamento de cada uno, la libertad de aquellos que decidieron implicarse en la propuesta, incluso de aquellos que inicialmente mostraron ciertas resistencias pero luego cedieron. Un total de quince personas que viven en la misma zona o participan en nuestra Escuela de comunidad todas las semanas.
Algunos, como Amos, Chris, Julia y Jack, participaron como guías de la muestra. Julia contó la historia de El príncipe feliz a un grupo de niños que la escuchaban con la boca abierta mientras contemplaban los preciosos dibujos diseñados ad hoc por Brad Holland (famoso artista americano). Otros se dedicaron a colgar carteles a la salida de las paradas de metro y en un colegio. Inés se encargaba de acoger a las personas que iban llegando y el domingo por la mañana ofreció a todos los visitantes té y café con las deliciosas galletas que preparó Elena el día anterior. Otros, liderados por Ale y con la experta ayuda del experto João, prepararon la comida. Y el padre Neil estuvo con nosotros todo el día del sábado, desde las diez de la mañana hasta las once de la noche, cuando se despidió de nosotros mientras cerraba la sala.

La noche de la víspera temíamos que viniera muy poca gente, y solo después de las misas del domingo. Fue toda una sorpresa ver cómo había visitas continuas, los dos días, gente que se acercaba interesada en conocer y confrontarse con la humanidad de Oscar Wilde. Qué regalo poder encontrarnos con 120 personas, más algunos amigos del movimiento que se acercaron porque no habían podido verla en el London Encounter. Todos, empezando por nosotros mismos, nos conmovimos ante el diálogo que se producía entre cada uno de nosotros y el corazón de Oscar Wilde. Algunos, como Simon, que vino porque le había invitado Kiyoe cuando salía del metro la noche anterior, se tomó todo el tiempo necesario para leer atentamente todos los paneles después de la explicación guiada y el video. Otros, en cambio, volvían al día siguiente aunque solo fuera para saludarnos. Como Emmanuelle, que se presentó el domingo toda sonriente, y cuando le preguntamos: «¿cómo tú por aquí, vienes a ver la muestra otra vez?», nos respondió muy contenta: «Sí, cómo no iba a volver para que la vea también mi amiga Eleni». O Christine, visiblemente conmovida a terminar, que nos preguntó qué había que hacer para llevar la exposición a su parroquia, ofreciéndose incluso como guía voluntaria.

Pero el encuentro más sorprendente fue el que tuvimos con Ifan, un galés de 75 años que vive diez meses al año en Barcelona y los dos meses de verano en Ealing. Al principio se mostró muy reservado, prefirió leer la muestra él solo, “palabra por palabra” (era profesor de inglés). También vio, aunque no se le veía muy convencido, el video con fragmentos de De Profundis recitados por Marco. Al final, nos acercamos prudentemente y le preguntamos: «¿Le ha gustado?». Ifan: «¿Gustado?... Mmm (suspiro)... Toda mi vida he pensado y he dicho a los demás que se olviden del sufrimiento y de buscar la felicidad… (otro suspiro, esta vez con brillo en los ojos)… una vida sin sentido». En ese instante acudieron a mi cabeza las palabras de Oscar Wilde al final de su vida: «que mis textos puedan ser un día el mensaje de mi corazón al corazón de los hombres». Lo había sido para Ifan, lo había sido para todos nosotros. Poniendo en juego lo que hemos encontrado, hemos recibido el céntuplo, hemos salido reforzados en nuestra experiencia humana y de fe, y nos hemos hecho más amigos entre nosotros.

Sin duda podemos decir que la potencia de un gesto así educa mucho más que muchos discursos, y por eso hemos comenzado la semana de un modo totalmente nuevo, esperando el encuentro con la mirada de un Hombre que cambie nuestra vida. Probablemente haya sido ese deseo lo que animó a Ifan a escribirnos un mail la noche del mismo sábado para pedirnos el contacto de nuestros amigos en Barcelona. Y lo que le hizo volver el domingo por la mañana para saludarnos y «estar un rato con... vosotros».

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