«Cuando pensamos que ya lo sabemos todo, corremos el riesgo de convertirnos en muertos de espíritu y quedarnos solos en nuestra autorreferencialidad. Solo podemos seguir vivos si estamos dispuestos a dejarnos educar. Siempre». Esta fue la provocación lanzada por el sociólogo Mauro Magatti durante su participación, con Alberto Savorana, en la Fiesta de los Niños de Bolonia para hablar de la genialidad educativa de don Giussani. Esta Fiesta, que celebraba su 38º edición, se desarrolló en el histórico parque del Jardín Margarita con un título emblemático: “Será que me has mirado como nunca nadie lo ha hecho. La vida renace en un encuentro”. Después de los atentados de París, las tremendas condiciones en que se produce el flujo migratorio que llega del norte de África, las persecuciones de los cristianos en tantos lugares del mundo, los complicados debates sobre educación, familia y matrimonio, los organizadores de esta Fiesta quisieron dejarse tocar por las palabras del Papa Francisco en la plaza de San Pedro el pasado 7 de marzo, y decidieron que el tema debía ser el encuentro, entendido como apertura y conocimiento del otro, como posibilidad de compartir la experiencia de cada uno.
Sobre el tema del corazón, Magatti y Savorana participaron en un apasionante toma y daca. Giussani dedicó su vida a la educación «no para adoctrinar, no para convencer de sus ideas a los jóvenes con los que se encontraba, ni apelando al principio de autoridad, sino para enseñarles un camino, un método, para mostrarles un camino que ellos podían recorrer para tomar conciencia de sí mismos y verificar si lo que él les decía era verdadero», señaló Savorana. Una indicación que retomó el sociólogo. «Cuando hablamos de “corazón” y “educación” sobre todo estamos hablando del corazón del educador, ya sea un profesor, un padre, un adulto, un joven que empieza a trabajar, o un sacerdote. El corazón del que estamos hablando es ante todo el corazón de quien se encuentra en esta situación de responsabilidad, por otro lado muy curiosa. Nos pide ejercitar el papel de quien tiene más experiencia, más conocimiento, ha visto más cosas, está más adelante en el camino de la vida, como si fuera una simetría pero destinada a darse la vuelta». Esto, según Magatti, «es algo que requiere del corazón, porque para un educador el objetivo principal es que ese joven, ese hijo, ese chico vaya más allá de sí mismo. Para un padre, lo más bonito es que un hijo recorra caminos que nosotros no hemos recorrido. Así es con un buen profesor: ¿qué puede desear un buen profesor más que el hecho de que las cosas que enseña sean recogidas, transformadas y reorganizadas en continuo cambio?». Obviamente, no es fácil.
A propósito de esto, Savorana recuerda el duro juicio que hacía don Giussani de los adultos, aquellos que deberían introducir a los jóvenes en la realidad, en la experiencia de la libertad y la razón: «A todas estas generaciones de hombres no se les ha propuesto nada, excepto una cosa: la aprehensión utilitarista de los padres». Nadie les ha comunicado un método y los resultados de esta carencia se ven en la cultura contemporánea. «El corazón», insistió Magatti, «requiere exactamente lo contrario de quien considera el conocimiento y la experiencia como una posesión. Nosotros estamos tan condicionados que pensamos que para dar hay que ser particularmente buenos. Cuando en realidad dar es una acción originaria del ser humano. Es el darse del educador, del sembrador de esperanza que va más allá de sí mismo. El arco de la famosa poesía de Gibran que permite al hijo lanzarse adelante».
Por eso don Giussani parte del gran desafío de la educación, consciente de que la acción en este campo es «arriesgada, pues está en manos de una libertad frágil. Y aquí», explicó Savorana, «uno entiende el límite de su propia persona y lo insondable del misterio del otro. Estas percepciones alimentan una humildad que no debilita lo más mínimo el entusiasmo, que no cuestiona para nada la pasión, pero que hace que ese entusiasmo y esa pasión sean verdaderas propuestas y no intentos de cautivar al otro».
Durante demasiado tiempo la educación ha consistido en esto, en el intento de convencer al otro de las propias ideas. «Y eso para don Giussani es profundamente no-educativo, porque violenta ese núcleo misterioso que es el otro y su libertad». El sociólogo señaló otra consecuencia. «La educación tiene que ver con el corazón allí donde nosotros somos instrumento, para que los que vengan después de nosotros puedan intuir mediante lo que hacemos y decimos que lo fundamental para los seres humanos es amar, es decir, dedicar la propia libertad a algo merecedor de nuestra vida. Este es el contenido profundo de la educación. Nosotros enseñamos solo lo que amamos. Y la única pasión que podemos transmitir es esta: que vale la pena amar la vida. Y que amar la vida exige también esfuerzo y conocimiento. Consiste en ponerse en camino. El afecto creativo es la imagen de Dios que tienen los cristianos, sin afecto creativo, ¿por qué habría tenido que crear al hombre?». La consideración de la persona y de su libertad es un aspecto de gran actualidad en la propuesta de don Giussani, señaló Savorana, para movilizar la libertad, despertar el interés de un alumno, vencer ese cansancio, esa aparente indiferencia que parece la nota dominante en la vida de hoy. «Porque la libertad», reiteró Savorana, «solo puede ser conquistada por algo que la mueve, no por una obediencia formal, por una directiva impuesta. “Pero esto que estáis haciendo, ¿qué tiene que ver con las estrellas?”, preguntó don Giussani a una pareja que se estaba besando en la calle a principios de los años cincuenta. Hoy sigue siendo la pregunta central, porque el detalle particular solo encuentra su significado en la relación con el todo».
Frente al derrumbamiento de las evidencias, Magatti se refirió a un fenómeno típico de nuestro tiempo. «En los últimos siglos hemos aprendido a desconfiar de la experiencia; la buscamos pero se queda al nivel privado, al mismo tiempo que nos fiamos cada vez más de la experimentación. Que asume el valor de una certeza, porque sus consecuencias las podemos tocar con las manos. En cambio, ya no funciona la experiencia como algo inestable y precario. Tiene que ver con lo privado pero ya no tiene red. Sucede así en los hospitales donde ya no hay espacios para compartir la enfermedad y el sufrimiento, que corren el riesgo de quedar reducidos a talleres donde se sustituyen las piezas de recambio. Pero en la familia también sucede algo parecido. Hemos reducido las relaciones a experiencias subjetivas y momentáneas que solo valen cuando estamos bien juntos». Para Magatti el camino está claro: «Hace falta trabajar sobre la experiencia para que vuelva a ser un tejido social. Y aquí tienen un papel de primer orden los testimonios. No hacen falta personas necesariamente extraordinarias, sino capaces de reconocer que en su vida han sucedido cosas que merece la pena contar a todos».
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