Omery Tunner fue bautizado la noche de Pascua. Una noche llena de alegría y belleza por un amor que uno descubre dentro de sí. Un amor que, según cuentan los que estaban allí, se podía ver en sus ojos mientras era inmerso en la fuente bautismal y el sacerdote le bendecía derramando agua sobre su cuerpo
Omery tiene 26 años y vive en California, Los Ángeles, con su tía desde que murieron sus padres. Es uno de los chicos de la LAHH (Los Angeles Habilitation House), asociación sin ánimo de lucro que ayuda a personas con discapacidad y dificultades a integrarse en la sociedad. Una entidad que nació en 2008 gracias a Guido Piccarolo, que antes trabajaba como analista financiero, y su compañera Nancy Albin. Cuando empezaron a ayudar a personas con discapacidad a encontrar trabajo y a vivir su vida con dignidad, pronto ampliaron su acogida también a los veteranos de guerra, que volvían del frente con daños y alteraciones post-traumáticas.
«La mayoría son muy jóvenes», cuenta Guido, y normalmente «por la edad que tienen y por su carácter rebelde e irascible, estos chicos corren el riesgo de terminar en bandas callejeras. Sus coetáneos les marginan por los problemas que llevan detrás, les cuesta terminar sus estudios y encontrar a alguien que les contrate». Son jóvenes difíciles, sobre todo porque nunca se les ha educado, nunca han tenido a alguien que verdaderamente esté a su lado. «Omery era así, inquieto y rebelde, parecía imposible. Contestaba mal, llegaba siempre tarde». En muchos otros sitios no habría durado.
Llegó a la asociación hace dos años y medio, y es evidente que aquí encontró algo que le ha cambiado completamente. Ahora trabaja en los servicios de limpieza de la Guardia Costera. Pero antes de proponerle este trabajo, los técnicos tenían ciertas dudas porque era un puesto que requería disponer de un coche, que él no tenía. Sin embargo, nada más plantearle la posibilidad, se puso en marcha para encontrar un medio alternativo. Sin resultado. Así que «recorría las veinte millas que separan su casa de la estación de la Guardia Costera en bicicleta, atravesando incluso un puente que solo es para automóviles». Entonces dejó claro a todos que lo que le movía no era solo la posibilidad de ganar algo sino una mirada que había descubierto hacia sí mismo durante el periodo formatico en la asociación. «Era la mirada consciente de un amor más grande», afirma Guido.
Se percibía con claridad la noche en que fue bautizado. Junto a su tía, al lado del altar, estaban Guido y Nancy. Omery, con su cruz al cuello, era el testimonio vivo de lo que dijo el Papa en la audiencia del 7 de marzo con el movimiento de CL, que «solo quien ha sido acariciado por la ternura de la misericordia conoce verdaderamente al Señor». Omery «se dio cuenta de que estaba siendo amado hasta el fondo», continúa Guido, «hasta ese punto que coincide con su límite, con su incapacidad, con su dificultad. El punto en que uno o reconoce ese amor o está perdido».
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