El ciclo de la Capilla Contarelli en San Luis de los Franceses, en Roma, representó un momento de transición en la historia de la pintura. De hecho, por primera vez, Caravaggio, que ya gozaba de una amplia colección privada en Roma, fue llamado por una comisión pública, en el sentido de que estas obras, al estar en una iglesia, estarían a la vista de todos.
Estamos en 1599. En vísperas del Jubileo, en la iglesia de San Luis de los Franceses, justo enfrente del Senado, había una capilla que, por disposición testamentaria del cardenal titular, Mathieu Cointrel (apellido que luego se italianizó a Contarelli), debía ser decorada con historias de san Mateo. En cambio, por indecisión de los ejecutores testamentarios, durante años estuvo vacía. Pero con motivo del Año Santo que se avecinaba, decidieron no dejarlo parado por más tiempo. Fue el cardenal Del Monte, coleccionista que le tenía en gran estima, quien recomendó a Caravaggio.
Así, «por obra de su cardenal», el 23 de julio de 1599 se firmó el contrato, que incluía, en términos muy precisos, el programa iconográfico. La primera escena debía representar la Vocación de Mateo; debían seguirles a continuación un San Mateo con el Ángel para el altar (que Caravaggio pintó en dos versiones, una que sigue allí y otra que se perdió en los bombardeos aliados sobre Berlín en 1945); y luego la escena del martirio del apóstol.
En cuanto a la Vocación de Mateo, probablemente no exista otro cuadro que haya sabido imaginar con más verosimilitud «cómo uno se hace cristiano». El cuadro está dominado compositivamente por el gesto de Cristo que entra en escena por la derecha; la verdadera repercusión tiene lugar en el ángulo ciego, donde no se intercepta emoción alguna, ningún signo de “momento especial”, donde cada uno sigue haciendo lo que estaba haciendo. Solo Mateo levanta la cabeza, más extrañado que sorprendido, como preguntando si ha entendido bien: es decir, si ese hombre, Jesús, le está llamando justo a él. Por eso, con una mano se señala a sí mismo, pero la otra no la ha movido, sigue en las monedas que estaba contando: una de las monedas la tiene bien visible en la cinta del sombrero. Como dice el Papa Francisco, aún se aferra a su dinero. Recientemente se ha avanzado también la hipótesis de que Mateo sea en realidad el personaje más joven de los que siguen contando dinero sin ni siquiera levantar la cabeza. Una hipótesis sugerente, aunque inverosímil, puesto que Caravaggio, obviamente, busca garantizar una coherencia narrativa y una legibilidad al ciclo, confiriendo a Mateo siempre los mismos rasgos, simplemente haciéndole envejecer.
Respecto al valor de este ciclo, nadie ha sabido interpretarlo mejor que Roberto Longhi. El gran historiador del arte escribió esto en el catálogo de la gran exposición que se celebró en Milán en 1951: «Si le preguntáramos, por ejemplo, a Caravaggio: ¿qué podemos saber, hoy, de cómo sucedió la vocación del santo? De él no sabríamos nada más que era un recaudador. Y como en las recaudaciones, donde se cambian monedas, es innegable que hay una cierta invitación al juego, nadie puede eludir que, por su naturaleza, Cristo, entrando hoy en la mesa de recaudación, llame a Mateo, sacándolo así de su partida con el azar». Las cursivas del “hoy” son de Roberto Longhi: Caravaggio es realmente el genio que remite siempre al tiempo presente.
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