El 16 de marzo de 1980, durante el encuentro del Santo Padre con Comunión y Liberación, Claudio Chieffo cantó ante Juan Pablo II la canción La strada, dedicada a él.
El cantautor recordaría así este momento: «La strada nace de mis viajes para ir a cantar, de la certeza de que estaba haciendo lo que debía –esa es la alegría de la vocación– y del encuentro con la gran personalidad de Juan Pablo II. Le veía feliz en sus primeros viajes, y pensaba cuánto le debía haber costado dejar Polonia. Cuando oyó La strada, su mirada estaba llena de una dulzura y una gratitud enormes. Recuerdo el abrazo de la primera vez que se la canté, un abrazo que no cambiaría por nada» (del libro La mia voce, le tue parole [Mi voz, tus palabras], de Paola Scaglione).
Estos son los apuntes de un concierto de Chieffo en los años ochenta:
«Es una canción que nace de la distancia. Tengo 35 años, vivo en Forlí y trabajo como profesor. El sábado y el domingo viajo fuera con mis conciertos. En estos viajes no salgo de casa de buena gana, porque últimamente, como me tengo que llevar el amplificador, mi mujer no puede venir conmigo porque en mi coche solo caben las guitarras y las cajas. Así que suelo viajar solo con mi guitarrista, amigo mío.
Viajar, estar lejos de casa, me cuesta mucho, no estoy a gusto, de hecho la canción dice: «Los campos están dorados y tengo nostalgia de ti...», porque a mí la nostalgia me acecha inmediatamente, ya en los dos primeros kilómetros, empiezo a mirar alrededor y me viene la tentación de volver atrás. Pero, dice la canción, «adonde voy alguien me espera, por eso os llevo dentro de mí».
Cuando mi hijo me dice: «Papa, no te vayas hoy otra vez a cantar...», «Sí», le digo, «me voy». «Pero papá, no debes irte, yo no quiero». «Mira, Martino, voy porque es importante decirle a la gente que Dios existe y es grande, que se puede vivir juntos en su nombre y que esa es una vida preciosísima». «Está bien, tienes que irte, pero di la verdad, ¡que te gustaría quedarte!». Siento una cosa aquí… un nudo, luego recojo y me voy. O cuando en otros momentos de ternura me pregunta: «Papa, ¿vas por la autopista?». Y yo pienso: pobrecillo, se preocupa de las dificultades del camino… «Sí, pero no te preocupes». «Si las tiendas están abiertas, ¿me traes algo?».
Marcharse es doloroso, pero es muy bonito, porque esta noche cuando vuelva a casa, si no he vivido este encuentro como un estúpido, sentiré nostalgia de vosotros, y os llevaré conmigo, y en casa habrá alguien esperándome.
Esto, si sucede los primeros años de trabajo, puede ser también por la excitación, pero cuando lo sientes dentro de tu corazón después de dieciocho, diecinueve años de giras, carreteras, trenes, bocadillos, noches de insomnio… es verdaderamente hermoso, es algo que no cambiaría por nada.
Anoche les decía a mis amigos: cuán grande es Dios, cuán grande es nuestra vida verdaderamente, porque estas cosas que me suceden a mí, que yo no habría imaginado y que pueden suceder a todos, son impensables, inimaginables, inesperadas.
De la distancia nace esta canción que compuse para mi mujer. Nació casi por teléfono, durante unos viajes que me llevaron muy lejos y yo sentía con fuerza el deseo de estar cerca de ella. No es que yo cuando esté en casa sea un gran marido, un gran padre, no es que la casa sea automática, de hecho cometo errores, estupideces, pero sé bien qué es la familia y amo a mi mujer y a mis hijos, y también a mis amigos. Por eso esta es una canción de nostalgia, pero como deseo de una plenitud que todos podemos vivir juntos. Como deseo de decir muchas cosas y buscar una sola palabra para decirlas».
(apuntes de Francesca Toletti Benzoni)
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