Este año, por circunstancias de esas que parecen sobre todo casuales, el New York Encounter me ha parecido que ha crecido de golpe. Ha cambiado el lugar, más que nada por cuestiones burocráticas y municipales, pero ese hecho ha terminado cambiando también el tono y la atmósfera del encuentro. La antigua localización, el Manhattan Center, tenía aspectos muy hermosos –como el auditorio, un teatro de verdad, muy bello– y en cierto modo los organizadores le tenían afecto, porque había sido testigo de los primeros pasos que daba este Encounter. Pero también era un lugar un poco oscuro y anticuado, que al final le daba al evento una cierta impronta: un poco melancólica, en definitiva, y en ciertos aspectos casi fúnebre.
El escenario de este año, el Metropolitan Pavilion, lo ha cambiado todo de un modo inesperado. Un edificio luminoso y amplio, con cinco plantas –de las que tres estaban ocupadas totalmente por el Encounter– nos ha transportado directamente al presente, lo que ha dado cierta nueva impronta también a los contenidos.
El lema, “En busca del rostro humano”, ha iluminado muchas de las cuestiones y dilemas actuales. El punto central era la cuestión de la identidad humana, sometida a todas las presiones de la modernidad: el papel de la ciencia, la comunicación de masas, la relación entre libertad y tradición, la globalización, el nacionalismo y la influencia de la identidad religiosa en la unidad o división de los pueblos. Hubo encuentros sobre la búsqueda de la identidad, sobre cine americano, sobre blues, literatura, evolución…
Pero lo que más me ha impresionado ha sido la exposición “I am Exceptional: the Millennial Experience” (Yo soy excepcional: la experiencia de la Generación del Milenio). Una investigación que indaga en la experiencia y dilemas de los llamados “Millennial kids”, los jóvenes nacidos entre mediados de los ochenta y mediados de los noventa, abarcando y confrontándose con muchas cuestiones de la cultura que les rodea.
Con la intención de dar forma a una nueva identidad, propio de la cultura de las redes sociales y los smartphone, ofrecen a sus padres una imagen decepcionante, parecen no tener objetivos ni motivaciones, cuando son la generación con más preguntas desde los años sesenta, aunque las plantean de una forma completamente distinta.
Si la generación de los hijos de las flores planteaba las cuestiones de la organización social y la libertad de costumbres, los Millennials tienen ahora la posibilidad de llegar a un nivel más profundo. Cuando aparentemente tienen a su disposición respuestas precocinadas para cualquier pregunta típica de la juventud, parecen en cambio reaccionar a tales respuestas más allá de lo que a primera vista podría parecer un resentimiento viciado, que sin embargo adopta cada vez más los rasgos de la búsqueda de una nueva fórmula.
«La dirección que había dado a mi vida ha demostrado ser una mentira», escribió un chico en su página de Facebook. «Este engaño me está conduciendo a un punto en el que termina singular y extraordinariamente sin importancia». La vida no les alcanza de la forma en que les habían prometido, pero eso genera una tensión inesperadamente positiva. La exposición, realizada por un grupo de auténticos Millennials, ofrecía una mirada llena de estímulos sobre un elemento nuevo de la cultura occidental, donde los más jóvenes han sorprendido a los adultos recuperando algo que habían perdido y traduciéndolo en elementos y frases nuevas.
Esta generación, de una forma que no había asumido ninguna generación de jóvenes últimamente, busca entre los rostros de la multitud el rostro de lo excepcional. ¿A qué se podría parecer este rostro? ¿Quién ofrece algo más, y qué podría ser este “más”? La exposición propone una paradoja: solo en la posibilidad de algo excepcional está la esperanza de algo que esté ligado a la naturaleza del hombre, algo que corresponda a lo que nos falta, a lo que el corazón es incapaz de encontrar en este momento histórico. «Si Dios se ha hecho hombre, si ha venido entre nosotros, si viene ahora, si se ha infiltrado entre esta multitud y está aquí en medio de nosotros, reconocerlo como divino debería ser sencillo, precisamente en virtud de su excepcionalidad incomparable. Reconocer que es algo excepcional, fuera de lo común, irreductible a cualquier análisis, debería ser sencillo…».
Esta es la oración de los Millennials, y quizás la provocación que mejor ha caracterizado al New York Encounter de 2015.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón