“La manera de estar entre nosotros, la naturalidad con la que surgen los cantos, deja entrever que en el Meeting se está construyendo algo grande, que todos formamos parte de una misma historia”. Don Marco Vannini, párroco de la Iglesia San Giuseppe al Porto que acoge desde hace 15 años la cena internacional del Meeting, explicaba con estas palabras qué es lo que más le conmueve cada año de este precioso momento.
“La cena surgió como una reunión de amigos –continuaba– que invitaron a más amigos. Yo tenía acogidos a algunos jóvenes de Kazajistán en la parroquia, que conocían a unos nigerianos, y estos a algunas personas de Camerún. El primer año éramos unos veinte, dos años después pedimos al Meeting que nos ayudara a sostener la cena porque habíamos llegado a ser trescientas personas”.
Decenas de caras nuevas, en media docena de lenguas y catorce nacionalidades, se daban cita en los salones de la parroquia, para disfrutar de una típica cena italiana y del ambiente de amistad que allí se respiraba. La velada es preparada cada año con sumo cuidado por los adultos de la comunidad del movimiento de Rímini, que “pierden” un día de Meeting para que los extranjeros podamos sentirnos como en casa. Y así fue. Risas, cantos, bailes y hasta un pequeño concierto de flauta travesera para amenizar la velada.
Pero aquello era de otro mundo, catorce cantos de catorce nacionalidades diferentes. Comenzando por los ucranianos en el segundo plato, que querían regalarnos aquel momento antes de irse corriendo a su lugar de alojamiento, y que cantaron una canción rusa de amor a la patria. “Queremos que recéis por la situación en Ucrania, y os cantamos esta obra porque el amor a la patria no surge del odio al resto de patrias, si no del amor al otro”.
Tras la cena, comenzó la verdadera fiesta, nadie quería perder la oportunidad de traer un pedacito de su tierra a Rímini. Los españoles saltábamos al escenario con nuestro tradicional alboroto para cantar el “Porompompero”, cuyo estribillo coreaban el resto de asistentes. Los polacos, nos sorprendían con su “Tumpsi, tutumpsi”, la divertida historia de un ser misterioso que se escondía en las manos de los chicos que entre risas interpretaban la canción. Unos amigos de Benin entonaban un canto de alabanza al Señor en la lengua indígena beninesa, y tres amigas de Palestina nos deleitaban con un canto en árabe que suelen hacer los domingos en misa. Acabamos la noche bailando, todos, un baile típico napolitano, y allí nos mezclamos entre saltos y sonrisas personas de todos los continentes.
Como ya he dicho, aquello era de otro mundo, ¿cómo es posible sentirse como en casa en otra ciudad, en otro país y con personas que no hablan tu mismo idioma? ¿De dónde nace el deseo de querer mostrar a todos –algunos valientes incluso salían solos a cantar porque no había nadie más de su país– una parte de nuestra historia, de la historia de cada país? Yo creo que es especialmente acertado el título de esta edición del Meeting, “Hacia las periferias del mundo y de la existencia. El destino no ha dejado solo al hombre”, para responder a estas preguntas. Esta naturalidad, esta amistad, solo puede surgir entre aquellos que tienen algo en común, un mismo camino, una misma historia. Y en la cena de ayer, se hacía presente esta gran historia. No estamos solos, y ojalá podamos llevar hasta las periferias del mundo momentos tan bonitos y correspondientes como este. Solo me queda dar las gracias a aquellas personas que lo hicieron posible.
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