Treinta y siete comentarios en un solo día. «Publiqué en Facebook el texto que habíamos trabajado en la Escuela de comunidad, los Ejercicios de la Fraternidad que celebramos aquí a finales de mayo», dice el padre Leonardus Mali, sacerdote indonesio de 48 años. No solo había comentarios, tres de ellos preguntaban: «¿Nosotros también podemos ir?». Estamos en Kupang, una ciudad situada en la parte más occidental de la isla de Timor, en Indonesia. «El destino no ha dejado solo al hombre. A mí no me ha dejado solo», sonríe el sacerdote a propósito del lema del Meeting.
«Me crié en una familia católica de once hermanos». En una región sui generis, Timor, en comparación con el resto de Indonesia, de mayoría musulmana. Aquí hay una gran presencia cristiana, católica y protestante. «Mi padre madrugaba mucho, nos dejaba todo preparado y luego se iba a misa y a trabajar. Era funcionario. Siempre nos decía que rezáramos».
A los 13 años, Leonardus dejó su ciudad natal para ir a estudiar a Kupang. «Vivía con un universitario que pertenecía a un movimiento católico-social muy popular». Aquel joven se reunía muchas veces con compañeros suyos. «Hablaban de la sociedad, de política, criticaban a la Iglesia… Era como si ser cristianos no importara nada, como si fuera un mero retal de nuestra tradición». Sucedía lo mismo con las demás religiones, que a menudo se mezclaban con las costumbres de muchas etnias indonesias. «Yo pensaba: “A estos chicos les falta un guía, un sacerdote”».
Al año siguiente entró en el seminario menor. «Al terminar los estudios, tenía que pasar al mayor. Era el año 1988». El seminario era caro y no tenía dinero: «Cuando hablaba con mi padre, me decía que es Otro quien decide el “camino”, siempre. Y que tenía que rezar. Poco después supe que él también rezaba para que uno de sus hijos fuera sacerdote». Llegó la semana antes de entrar en el seminario. «Justo en esos días murió de un infarto». Al funeral acudió muchísima gente, todos dejaron ofrendas. Reunió más que suficiente para ir al seminario...
«Ya como sacerdote, empecé a acompañar a los universitarios del grupo que había encontrado años atrás. Pero para ellos la fe era como un paréntesis en sus vidas. Yo me sentía siempre un poco decepcionado». En 2005, enviado por su obispo, fue a Roma para estudiar filosofía. El verano de 2006 lo pasó en una parroquia de Palermo para ayudar durante las vacaciones. Un día, mientras comían, le preguntó al párroco, Carmelo Vicari: «¿Puedes ayudarme a conocer CL?». Había oído hablar del movimiento a una monja en Timor, que le dijo que intentara conocerlo cuando llegara a Italia. «Yo soy de CL», le respondió el párroco. Y empezaron a hablar de que «el encuentro con Dios, en Timor o en Palermo, es un deseo de todos los hombres, y que no depende de las circunstancias. Yo estaba fascinado». Leonardus empezó a participar en el movimiento, y en 2008 volvió a su patria. «Busqué a los amigos del movimiento de Yakarta». Pero no era fácil, por la lejanía y sus obligaciones en el seminario, donde daba clase.
Volvió a frecuentar a sus viejos amigos. Y empezó a «desafiarles con el hecho de que la fe está vinculada a un acontecimiento que tiene que ver con la vida entera». Recuerda una noche, una cena, el 23 de julio de 2011, el día de su cumpleaños. Uno de sus amigos le dijo: «Ese movimiento que has encontrado en Italia, ¿por qué no lo hacemos nosotros? Empecemos por nuestra amistad». La semana siguiente, al primer encuentro acudieron veintidós personas. «El grupo creció tanto que desde el año pasado hacemos los Ejercicios aquí, en Kupang, pues es más fácil que desplazarnos todos a Yakarta». En aquel grupo del inicio están ahora Ted y Tori, una pareja donde él es canadiense y trabaja en una ONG, y ella es indonesia y trabaja como abogada. También está Elcid, periodista. «En total, somos unos cuarenta».
A la mayoría los conoció en la universidad o mediante las ONG locales en las que muchos de ellos trabajan. «Pero también en las parroquias», dice Leonardus, que habla con nosotros nada más volver de dar catequesis en un barrio de la periferia: «Uno de los problemas más graves actualmente es la falta de trabajo para los jóvenes. No saben ni siquiera buscar cuando salen de la universidad». Con la comunidad, comentándolo al final de un encuentro, organizaron unas vacaciones para esos chicos a finales de junio: «El problema no es solo encontrar un puesto de trabajo. Necesitan una educación en la fe, que les ayude a entender cuál es el sentido de la vida y por dónde pueden empezar para afrontar esta dificultad». Una vida. No hay otro camino: «La presencia solo es posible mediante el testimonio, por una amistad que se ve y que te toca». Como los tres que llegaron por Facebook. «Es la iniciativa del Señor. Es Dios que no deja solo al hombre que le busca».
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