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«La santidad es mejor que un Nobel»

19/05/2014
Jerôme Lejeune.
Jerôme Lejeune.

Life as a Challenge es el título del encuentro que organizamos hace unos días en una de las dos parroquias católicas de Estocolmo. El tema del acto era la vida del genetista francés Jerôme Lejeune, descubridor de la conexión entre la trisomía 21 y el síndrome de Down. La Iglesia le proclamó siervo de Dios hace unos años.

La idea del encuentro nació de una circunstancia muy sencilla: la amistad entre Antonella, que lleva veinte años en Sucecia, y Rosi, profesora universitaria de Neurobiología en la Universidad de Pavía. Rosi conoció la gran humanidad y el método de investigación del profesor Lejeune mediante unos amigos con los que fue a París, a la misa de apertura de su causa de beatificación.
Gracias a Ombretta, una antigua alumna suya que ahora es testigo en la causa de beatificación, Rosi conoció a la viuda de Lejeune, Birthe, con la que organizó la exposición que hubo en el Meeting de Rímini.

Rosi vino a Estocolmo con Chiara, una estudiante de genética en Pavía. Durante el encuentro narraron quién fue Jerôme Lejeune, cómo le conocieron y cómo este hombre cambió su forma de estudiar y de investigar.

Al organizar el encuentro, Rosi desbarató todas nuestras expectativas iniciales: «Estoy aquí por amistad con algunos de vosotros y con Lejeune, al que nunca conocí personalmente pero que para mí es como un amigo». De hecho, la velada nos permitió conocer de manera sorprendente a una figura que tenía algo que decirnos y enseñarnos ahora, para nuestro modo de trabajar, de estar en el mundo y afrontar todos los desafíos que plantea la investigación científica. Todo gracias a la estrecha comparación de Rosi y Chiara con los descubrimientos y la humanidad de Lejeune.

Estocolmo es la ciudad del Premio Nobel. Lejeune, tras su hallazgo más importante, ganó todos los premios que normalmente preceden al Nobel. Pero en una de sus últimas conferencias adoptó una posición muy firme, diciendo que su descubrimiento era para ayudar a los pacientes (los embriones con trisomía 21) y no para eliminarlos. La conferencia terminó sin un solo aplauso y Lejeune aquella noche telefoneó a su mujer diciendo: «Hoy he perdido el premio Nobel». No solo nunca ganó el Nobel sino que desde aquel momento empezó a perder amigos, dinero para la investigación, fama y reputación. La frase con la que Rosi terminó el encuentro fue una provocación que aún llevamos dentro al ir a trabajar: «Lejeune perdió todo lo que tenía en la vida. Pero ahora han abierto su causa de beatificación. No sé para vosotros, pero para mí la santidad es mejor que un premio Nobel».

En los días siguientes, hablando con algunos amigos que habían estado en el encuentro, emergía inmediatamente el modo en que había vuelto a despertar todo nuestro deseo de vivir las circunstancias que nos son dadas igual que las vivía él. Mi amiga Bessy decía: «Lejeune siguió su corazón y Rosi nos ha invitado a hacer lo mismo». Sofía, estudiante de enfermería de Erasmus en Noruega, nos escribió: «Lejeune no solo me ha cambiado la forma de estudiar y trabajar, sino que su pasión y dedicación al Misterio me hacen sentir la nostalgia y el deseo de tener su misma tensión por vivir».
Andrea, Estocolmo

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