La Vita di don Giussani entró en Perugia mediante el rostro de su protagonista: la mirada atenta e intensa en la portada del libro aparecía en carteles de seis por tres metros colocados en las principales calles de la ciudad. La presentación tuvo lugar con las intervenciones de Massimo Borghesi, profesor de Filosofía moral en la Universidad de Perugia; Wael Farouq, profesor de Lengua y cultura árabes en la American University de El Cairo; y Alberto Savorana, autor del libro.
El acto comenzó con el saludo de un invitado de excepción: el arzobispo de Perugia y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Italiana, Gualtiero Bassetti, recientemente nombrado cardenal por el Papa Francisco. Con el estilo eficaz y nada formal que le caracteriza, el cardenal recordó a don Giussani como un sacerdote que, en su aparente fragilidad, llevando durante toda su vida la cruz de Cristo irradió una fuerza de gigante. «Siempre vi en él a un peregrino de lo Absoluto», dijo, para hacer después una afectuosa comparación entre el sacerdote brianzolo y el alemán Divo Barsotti, «dos curas auténticos».
El profesor Borghesi, releyendo la historia y la obra de don Giussani («la experiencia educativa más significativa de la posguerra»), se detuvo en las raíces de las grandes intuiciones giussanianas: la relación entre el pequeño Luigi y su padre socialista, que le introdujo en la belleza mediante la música y le educó en la apertura del corazón ante la realidad; la figura de la madre, que le transmitió en la vida cotidiana la tradición de la fe católica; los años transcurridos en el seminario de Venegono, durante los cuales tuvo los encuentros más significativos para su formación cultural y para la consolidación de su amor incondicional por Cristo.
Borghesi evocó con especial atención las etapas en que se concretó su método de educación en la fe: su contribución más original y sufrida al renacer, sobre todo para los jóvenes, de la credibilidad y la fascinación del cristianismo. Palabras como “encuentro”, “presencia”, “acontecimiento” caracterizan sus años de profesor en el Berchet la vida de la primera comunidad de Gioventù Studentesca. Don Giussani, de manera incesante, profundizó, corrigió y renovó sus intuiciones originarias: en virtud de su camino de obediencia a los signos concretos de Dios, asumió la forma y dignidad de un carisma puesto al servicio de la Iglesia. La obediencia, concluyó Borghesi, caracterizó a don Giussani hasta el final: afrontó el tiempo del dolor y de la enfermedad como una última ocasión para identificarse con Jesús.
Conmovedor y extremadamente ordenado fue el testimonio del profesor Farouq, egipcio y musulmán, fundador del Centro Cultural Tawasul, nacido en 2006 después de su encuentro con la experiencia de don Giussani para promover un conocimiento recíproco entre Europa y el mundo árabe, proponiendo una relación entre personas más que entre instituciones. Relatando su propia crisis existencial, desatada por el fracaso de las ideologías, Farouq describió la evolución de la idea de persona y pertenencia, también dentro del mundo árabe. Con el fin de una época, ninguna propuesta de liberación sino nuevas formas de prisión definen tanto a las sociedades árabes como a la sociedad globalizada. Por un lado, el retorno de los nacionalismos, alimentados por el miedo a la segregación, con los ojos dirigidos hacia el pasado, único custodio posible de la identidad personal y colectiva. Por otro, la aceptación pasiva del fin de cualquier sentido de realidad y pertenencia, decretado por el nihilismo e individualismo de la sociedad: los hombres son prisioneros de una luz fugaz y transitoria, donde nada tiene ya significado y el choque cultural parece ser el marco inevitable de las relaciones personales e internacionales. La llamada cultura de lo post-humano revela no sólo «la incapacidad de colmar de significado la condición humana de aquel momento, sino también la incapacidad para definir y comprender»: se ha vuelto extremadamente nebuloso el significado de palabras como humanidad, existencia, certeza, verdad.
En estos contextos, describió Farouq una insoportable división entre corazón y mente, entre fe y razón. En encuentro en El Cairo con un estudiante de CL y en 2001 la lectura en inglés de El sentido religioso de don Giussani le ofrecieron una respuesta y un camino a su drama. Descubrió que la unidad de la persona se cumplía dentro de la persona misma, que la religiosidad une a todos los hombres, que en la persona se realiza una unidad entre tradición y presente. «Así», afirmó, «comprendí que yo era la forma viviente, contemporánea, de mi tradición». Especialmente convincente resultó el relato de la fatigosa pero extraordinaria historia de la publicación en Egipto de El sentido religioso en árabe, y de la presentación del libro, en 2007, en la biblioteca de Alejandría.
Mientras pasaban por la pantalla las imágenes de los rostros y eventos más significativos de esta nueva vida nacida en Egipto (por ejemplo, el Meeting Cairo), Farouq hablaba de su relación con don Giussani en los términos de una experiencia viva y continua, que pasa por la amistad con aquellos que le conocieron y amaron: «Una amistad», dijo, «que no cambió el mundo, pero que me cambió a mí». Antes de ese evento, «todas las cosas bellas en las que creía eran un peso que me empujaba a huir de la realidad; justamente los nobles valores en los que creía me aislaban del mundo». Con El sentido religioso llegó el descubrimiento de que «el ser humano es el camino más corto para llegar a Dios, y la realidad es el espacio donde encontramos a Dios en cada momento». Escuchando al profesor Farouq era posible percibir una conmovedora sintonía y al mismo tiempo una diferencia fascinante: las “palabras” habituales de don Giussani se encarnan con una resonancia nueva, sus “imágenes” preferidas vibran con otros colores. Un ejemplo: «El alma, que se paraliza con la certeza, se mueve con el miedo: pero cuando se mueve por curiosidad, es porque está colmada de fe. Sí, la fe es más grande que la certeza, porque es una relación abierta, un diálogo prolongado entre dos partes, una experiencia a la que el tiempo da una profundidad creciente. Si no conoces al Único cada día más, tu certeza se convertirá en agua estancada, que el paso del tiempo pudrirá». Su experiencia indicaba un camino concreto para el encuentro entre culturas y religiones, especialmente estimulante en una ciudad como Perugia, con fuerte vocación internacional y ecuménica.
La conclusión del encuentro corrió a cargo de Alberto Savorana, autor del libro, que se refirió así a sus cinco años de trabajo dedicados a este libro: «Me dejé guiar por don Giussani y él me hizo revivir las circunstancias de su vida a la luz de la palabra experiencia». Durante toda su vida, don Giussani aprendió que lo que le sucedía, cada cosa, era una ocasión para crecer, y por tanto para adquirir una conciencia más madura de sí. A los trece años lee la poesía de Leopardi, un hombre consciente de sus exigencias originales, y le siente muy cercano a sus propias y decisiva preguntas. Dos años después llega «el hermoso día», cuando don Gaetano Corti lee y comenta el Evangelio de Juan, Giussani descubre a Cristo como respuesta carnal e histórica a su necesidad humana. Y luego, la pasión educativa: allí donde la tradición cristiana tiene problemas para convertirse en convicción personal, él responde con un método nuevo, el de la experiencia, la comparación continua entre el anuncio cristiano y las exigencias originales del corazón. Savorana señala ahí la sintonía con la exhortación apostólica Evangelii gaudium del Papa Francisco: Cristo es la posibilidad de responder a la vida, pero eso sólo puede suceder en la experiencia.
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