La comunidad polaca de CL acaba de cumplir treinta años. En aquel primer encuentro en Poronin se abrió un nuevo camino para muchos. Como María, que cuenta cómo cambió su vida a partir de la «excepcionalidad del encuentro cara a cara» con don Giussani.
El encuentro con un grupo de italianos del movimiento de Comunión y Liberación hace 30 años, en julio de 1983 en Poronin, sucedió de un modo muy sencillo, y al mismo tiempo absolutamente inesperado. Fui “a ciegas” a un encuentro organizado en Poronin porque me había invitado mi hermano Joachim, sin tener ni idea de lo que me esperaba en aquel lugar. Sólo muchos años después comprendí que aquel acontecimiento había dado forma a mi propia vida.
Los italianos que estaban allí presentes entonces eran Francesco Ricci, Luciano Riboldi (responsable de las relaciones con Polonia), Dima, Claudio Bottini, Annalia Guglielmi, Ambra Villa, Rosana Stanchi. Por parte polaca, había unas veinte personas de varias ciudades y ámbitos distintos. Cinco de ellas, después de aquel encuentro, manifestaron su deseo de vivir la experiencia del movimiento. Entre ellas estaba yo.
Fue en 1983, cuando “fracasaron” varios aspectos importantes de mi vida privada (la traición y el abandono por parte de mi marido, la consiguiente fatiga por tener que salir adelante yo sola con un niño de tres años). Justo entonces me encontré con estos nuevos amigos que no tenían miedo de afrontar esas cuestiones que eran tan difíciles y dramáticas para mí. Me sentí abrazada y comprendida en mi mayor necesidad. Me encontré con personas que me tomaron en serio y me comprendieron de una forma sincera y sencilla; me aferraron con toda su sinceridad, bondad y profundidad de experiencia vivida a la luz de la fe. Fue ese “hermoso día” (del que luego oí hablar por boca de don Giussani) que me iluminó con su luz y me conquistó por la evidencia de su verdad.
Recuerdo perfectamente cómo aquel encuentro me conmovió inmediatamente por su belleza interior, por la verdad de las palabras que escuché y por la mirada y la potencia del hecho cristiano. Me conmovió tan profundamente que inmediatamente supe que yo también quería vivir así. En cierto modo, se trató de una forma de enamoramiento y exaltación, de una fascinación por la belleza y la verdad. En absoluto se trata de un recuerdo sentimental, o de algo que sucedió muchos años atrás, pero estoy convencida de que la memoria de este Hecho inicial tiene una fuerza extraordinaria y deja una profunda huella en el espíritu.
Dos años después, en 1985, en una conversación personal con don Giussani, le expresé mi deseo de entrar a formar parte de los Memores Domini, sin saber si eso era posible por mi particular situación. Pero él me acogió como el más amoroso de los padres.
Tuve la gran fortuna y gracia de conocer, escuchar y mirar cara a cara a don Giussani. Sé con absoluta certeza que aquellos fueron los encuentros más importantes de mi vida. Bastaba con estar físicamente a su lado, mirarle y escucharle para comprender con qué fuerza y sencillez amaba a Cristo y al hombre. Incluso ahora, después de nueve años de su muerte, cuando voy a Milán a rezar sobre su tumba, experimento siempre la excepcionalidad de aquel encuentro y una gran conmoción, difícil de expresar con palabras.
No soy capaz de traer a la memoria la enorme riqueza de vida que me ha aportado la pertenencia al movimiento. Pero sé con absoluta certeza que mediante la experiencia del movimiento mi vida se ha visto enormemente enriquecida y cambiada (aunque aparentemente todo sigue igual), y sigue cambiando. Cuántos encuentros, cuánta Leticia, cuánta conmoción, cuánto anhelo en el corazón y en el espíritu. Cuántos testimonios, diálogo, excursiones, juegos, cantos y oraciones. Cuántos momentos difíciles hemos vivido juntos, cuántos tristes adioses a los amigos que se han ido, a nuestros padres, pero nunca con un sentimiento de desesperación. Cuántas fatigas, amores, sacrificios y ofrendas, que nos han exigido mucho, pero que nos han llenado de belleza y significado.
Don Giussani, y ahora Carrón, de un modo genial y sincero, me han puesto delante todas mis “reducciones” y tentaciones a las que cedo en mi vida, en mis relaciones, conmigo misma, con los demás y con las cosas. Sé que no lo hacen para mortificarme, sino para ayudarme a reconocer la verdad de mí misma y del mundo, para que yo pueda quitarme de encima este montón de fango. A veces parecen despiadados al revelarnos la verdad, pero a fin de cuentas resulta una enorme, inestimable ayuda en el camino de la vida, y lo hacen dentro de una amistad real y con un gran amor al Destino. Siempre me he sentido correctamente “diagnosticada” en la Escuela de comunidad. Y doy gracias por ello. A menudo pienso que sin esto hace tiempo que me habría perdido por el mundo actual, donde reina el nihilismo, el vacío, la mentira y el desorden. Ahora, después de todos estos años, comprendo mejor la frase de Möhler tan citada por don Giussani: «Creo que ya no podría vivir sin volver a oírle hablar».
No es mérito mío. El Señor ha mirado mi nada y me ha amado. Me ha llamado por mi nombre.
Este año, durante los ejercicios de verano de los Memores Domini, cuando Carrón hablaba del encuentro de María Magdalena con Cristo después de la Resurrección, cuando la llamó por su nombre, “oí” de nuevo claramente aquella llamada.
Siento que todos estos años he estado sostenida por Su gracia y misericordia. Cada vez me doy más cuenta, con gran conmoción y gratitud, de que en todo mi camino existencial Dios me ha amado mediante su Hijo, y que con discreción, ternura y fuerza me acompaña cada día. Como una fuente inagotable, que mana de su Presencia y que me permea con la gracia de la fe, de la esperanza y de la caridad.
Si hoy, después de treinta años, alguien me preguntara: «¿Qué es para ti el movimiento y cómo está presente ahora aquel Acontecimiento?», tendría que responder sencillamente que el movimiento es mi vida. No puedo ni quiero vivir sin él, no puedo vivir sin Cristo y Su Iglesia, sin la fe, la esperanza y la caridad que manan del corazón de la Iglesia. Es la espera de Cristo y al mismo tiempo la experiencia ya ahora de Su cercanía. Es el modo de pasar las vacaciones, el modo de afrontar la fatiga cotidiana del trabajo, de las tareas domésticas y familiares. Es un modo nuevo de entender y afrontar los propios sufrimientos y los de mis pacientes.
Por eso, oh Dios, te pido que abras continuamente mis ojos, mi corazón y mi razón al Misterio del que todo nace y en el que todo consiste. Que me enseña que la existencia tiene sentido. Un sentido oculto, porque Él mismo es sentido, vida, origen y fin de toda la existencia. También de María, nacida en abril de 1957, primero niña, hija, hermana… luego joven, mujer y madre, médico y dentro de poco también abuela, que vive la experiencia del movimiento y de los Memores Domini, y sobre todo hija de la Iglesia de Cristo, suya para siempre.
Concluyo con una de mis reflexiones preferidas de Abraham Joshua Heschel, que tengo impresa en una placa junto a mi escritorio: «Recordad que existe un significado más allá de lo aparentemente absurdo. Sabed que cada acto cuenta, que cada palabra tiene poder… Estáis llamados a construir vuestra vida como si fuera una obra de arte».
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