«Cuando Enzo te miraba, te afirmaba. Con él conocí una gran historia». Son palabras de Paolo Cevoli, famoso cómico italiano, que definen con sencillez quién era Enzo Piccinini, un cirujano de Módena que fue gran amigo de Luigi Giussani y que murió en un accidente de tráfico la noche del 26 de mayo de 1999. También era amigo de Cevoli: «Enzo hablaba mucho de sí mismo, era extraordinario escucharle, no se andaba por las ramas, sino dentro de la realidad, contaba hechos. ¡Hay que vivir! Todo era milagroso a los ojos de Enzo: ¡hasta el vino o el salami! El mundo se divide entre los que conciben las cosas de la vida como un milagro y los que no. ¡O todo es nada o todo es un milagro! Hasta las cosas cotidianas: comer, beber, dormir». Todos en la sala le escuchan cautivados.
Es 21 de octubre. Estamos en el aula didáctica de la Facultad de Medicina y Cirugía del Policlínico de Módena, donde se celebra la cuarta edición del premio anual en memoria de este médico italiano. Un premio que lleva como título “Maestros de nuestro tiempo en el ámbito del cuidado, la asistencia y la educación”, y que este año ha sido otorgado a Sergio Zini, uno de los fundadores y presidente de la Cooperativa Social Nazareno de Carpi (Módena), que se dedica sobre todo a personas con trastornos mentales, siguiendo el método de observar las necesidades que emergen en la realidad de cada día e intentar proponer respuestas concretas dentro de contextos lo más cotidianos y “normales” posible. Hoy son más de 200 personas las que frecuentan sus centros diurnos y 150 las que participan en cursos de formación e inserción laboral.
Massimo Vincenzi, presidente de la Fundación Enzo Piccinini, comienza el acto lanzando casi un desafío: «La sala vibra y habla de algo que vive ahora». A continuación, da voz a unas palabras llenas de afecto leídas del mensaje de la ministra de Sanidad, Beatrice Lorenzin.
Le toca abrir el turno de intervenciones a Gabriele Toccafondi, subsecretario del Ministerio de Educación, Universidad e Investigación, que relata una amistad que le implicó en primera persona desde los primeros años de la universidad. Con un inconfundible acento toscano, explica que la pasión por la política, por la realidad entera y la urgencia de conocer en profundidad las cosas nació en él precisamente aquellos años. Enzo fue uno de sus maestros y dejó, indeleble, un acento de belleza en su historia personal y profesional.
Una gratitud de la que también se hacen eco, si bien con argumentos distintos, las palabras de Giorgio Bordin, director del Hospital de las Piccole Figlie de Parma. Para este médico, es esencial concebir la medicina como investigación y como el arte de cuidar que intenta curar. Pero también señala la importancia de que existan lugares donde las personas puedan recibir una verdadera educación y una rehabilitación adecuada. «La caridad no sólo no se opone a la ciencia sino que, de hecho, la nutre y la sostiene». La relación sanitaria, continúa, es la relación entre dos personas: el que recibe y el que presta los cuidados. La verdad de la vida siempre está dentro de una relación.
«Toda la obra de un hombre que toca de este modo el gesto creativo de Dios consiste en un diálogo con otro. La realidad es concreta, palpable, pero podría ser peligroso olvidar el nexo con el infinito que la constituye». Por eso, Bordin puede llegar a describir la realidad de la Cooperativa Nazareno como un lugar en el que «la belleza es casi excesiva. En cada rincón vibra una presencia, unos vínculos que definen su método y su objetivo. Son hogares. Son esos lugares que nos hacen sentir siempre nuestra necesidad. Incluso habitando en ellos».
Es necesario que existan lugares que cuiden así, «donde se pueda cuidar a las personas», afirma Fabrizio Asioli, médico y consulto de la Organización Mundial de la Salud para programas de salud mental. «Lugares donde las personas reciban un apoyo emocional concreto, y donde sean acompañadas para aceptar su límite, su condición de enfermos, incluso a veces para prepararles para la muerte». Lugares donde se está con las personas, donde nadie está solo. De aquí nace su estima por la Cooperativa Nazareno, con la que colabora, una entidad que se dedica tenazmente a personas con patologías crónicas que probablemente no se curarán nunca.
Entrega el premio la esposa de Enzo, Fiorisa Manzotti. El doctor Zini da las gracias y habla de los años de trabajo que han hecho falta para ver crecer y madurar un camino, y por tanto un método, para mirar de frente al trastorno y a la discapacidad. Una atención que no se basa en el clásico binomio “síntoma-terapia” sino que se apoya en la posibilidad de una relación. «Estar con el otro. No se puede catalogar, no entra en las estrictas categorías de las clasificaciones científicas, pero es capaz de realizar ciertos procedimientos con eficacia. No se pueden cuantificar los recursos necesarios, no se paga con dinero. En la relación uno se ofrece él mismo al otro, y esto a menudo cura incluso el corazón de quien se dona».
El doctor Zini empieza por el principio. Habla del síntoma más evidente de la normalidad en la persona, incluso cuando tiene problemas: la exigencia de felicidad que no se puede apagar. De hecho, la experiencia nos dice que ni siquiera las patologías más invalidantes o las heridas más tremendas y lacerantes pueden eludir la pregunta desbordante de qué es lo que satisface verdaderamente el corazón del hombre. «Es una experiencia de satisfacción que alimenta y nutre el recorrido humano de cada uno». A menudo, las personas que Zini y sus colaboradores atienden están heridas, decepcionadas: se sienten abandonadas. Suelen vivir su propia historia como una prisión, una jaula. A veces se encuentran con un sufrimiento tan profundo que da miedo. Para mirar con el otro su historia, su condición, y hacer un camino juntos, hay que aceptar comenzar una aventura donde no hay medida, donde muchas cosas no se comprenden, donde la búsqueda de un bien no termina nunca. Zini habla de un hombre que vive y se alimenta de una relación, de lo contrario muere. No necesita aliento, vive de la necesidad de ser amado.
El testimonio de Zini habla de una vida, de historias de personas y de la irrupción de una novedad. Citando las palabras de Giorgio Gaber, la libertad es verdaderamente una participación. ¿Pero en qué? En una relación, en un vínculo. El vínculo, el verdadero vínculo, libera. Parece una paradoja, pero las historias de los cientos de personas atendidas en la Cooperativa así lo documentan.
El acto termina escuchando la cálida voz de Édith Piaf que hace más de cincuenta años cantaba Non, je ne regrette rien: “Non me arrepiento de nada. Ni del mal, ni del bien. Mi vida, mi alegría, vuelve a comenzar hoy contigo». Algo nuevo y grande que, al suceder, deja a un lado todo lo que molesta y te invita a una nueva aventura. Una vida que vuelve a comenzar. Una alegría que vuelve a empezar. Una novedad que todos esperan, tímida o ardientemente deseada.
«Para vivir así hace falta un valor que uno solo no se da a sí mismo», decía en 1999 el propio Enzo Piccinini, en un encuentro con trabajadores sanitarios. «La amistad existe para sostenernos en nuestra batalla cotidiana y para hacernos partícipes de esta vida inmerecida».
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