El sábado hacemos una fiesta. ¿Por qué? «Nueve amigos se van a la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil. Hacemos una fiesta porque la verdad cristiana es atrayente y persuasiva. ¡Siempre!». Esto es lo que se leía en la invitación.
La fiesta surgió como una iniciativa para ayudar a nueve amigos, jóvenes trabajadores de 22 a 27 años, que quieren ir a la JMJ de Río de Janeiro, y se convirtió de forma natural e inmediata en una ocasión para agradecer lo que ha sucedido en nuestra vida. Una situación privilegiada para testimoniar la alegría de ser cristianos, a la que el Papa reclama incesantemente, y que ha animado a estos nueve jóvenes a ir hasta el otro lado del mundo.
El programa de la jornada estaba pensado para todos: un torneo de fútbol-sala en el que participaron doce equipos (dos de ellos femeninos), juegos infantiles por la tarde, testimonios, cena y concierto.
El momento central fue el testimonio de Giacomo, Claudio y Valentina, que contaron qué les ha animado a ir (casi) al fin del mundo para ver al Papa. Lo que se hacía patente en sus intervenciones era precisamente esa gratitud y plenitud que no dejan el corazón tranquilo. Giacomo ya había organizado sus vacaciones con sus amigos y, cuando Claudio Bottini le invitó a tomar en serio la propuesta de la JMJ, se reprochó a sí mismo el no haberle respondido sencillamente que “no”, «pero cuanto más me reprochaba, más me preguntaba qué es lo que sostiene mi vida, es decir, qué es lo que yo deseo». Así que respondió que sí a aquella propuesta que ponía patas arriba sus proyectos, y lo hizo recordando que «el punto que me ha hecho vivir, con V mayúscula, ha sido el encuentro con una compañía en la que yo soy querido por lo que soy. De hecho, soy más querido que eso, y de forma gratuita me siento abrazado totalmente. La gratitud y la gracia de haber encontrado personas tan sencillas me hizo ir hasta el fondo de mi vida porque deseaba ser como ellos, y lo más bonito ha sido que para llegar a ser así no tenía que añadir nada a lo que yo ya era, simplemente me tenía que dejar abrazar».
El mismo abrazo y la misma experiencia de Valentina, aunque ella partía de un estado de ánimo bien distinto. Recuerda perfectamente cómo regresó transfigurada de la JMJ de Madrid y deseaba revivir la mirada que había visto en el Papa, «pero seguía teniendo un montón de dudas, tantas que durante dos semanas no le dije nada a nadie, sobre todo a mis padres, porque me sentía culpable por gastar tanto dinero en mis “vacaciones”». Pero los deseos verdaderos nunca le dejan a uno en paz, así que en una conversación con sus padres les “suelta” que unos amigos suyos iban a ir a Río. «¿Qué problema hay con el dinero? – le dijo su padre –. Basta con acudir a nuestros amigos y familiares, y figúrate cuando les digas que vas a ver al Papa seguro que colaboran para pagar tu viaje». Y así se movilizó un pueblo. Hasta su hermano pequeño le ofreció el dinero que le habían regalado por su confirmación. Un movimiento de personas que le ha hecho «aprender a mirar lo que sucede y sorprenderme por lo que tengo delante con la misma sencillez con la que me ha mirado mi padre».
Incluso una lotería, la iniciativa que de por sí parece la más práctica para recoger fondos, ha mostrado ser un instrumento de encuentro para contar Quién estaba poniendo en pie todo esto. Hasta tal punto que no sólo los amigos y familiares se han implicado en la venta de papeletas, también una compañera atea que, impresionada por lo que estaba sucediendo, decidió ayudarla. Porque el entusiasmo que nace de algo bello contagia a quien está dispuesto a dejarse contagiar, aunque implique fatiga.
Andrea nos cuenta que la mañana de la fiesta estaba muy nervioso porque muchos de los que tenían que ir a ayudarle no llegaban y había mucho por hacer. Pero la mirada alegre de un amigo que hacía lo mismo que él pero de un modo distinto le cambió, le recordó por qué estaba allí. Y entonces empezó a darse con una razón.
Es el “sí” de cada uno lo que hace posible que algo como una fiesta – fruto de una contingencia para recoger dinero para unos amigos – llegue a ser ocasión para testimoniar la alegría de ser cristianos bailando y cantando juntos: no para afirmarse a sí mismos, sino para afirmar que Otro ha tomado nuestra vida. Hace falta la disponibilidad de cada uno, ayudada por el sí del que está al lado, igual que el sí de nueve chavales que han decidido ir a la JMJ ha contagiado a una comunidad entera.
El concierto lo puso de manifiesto de forma evidente: la velada más preparada del mundo no podría sustituir a la libertad de cada uno a la hora de decidir estar allí, no por casualidad como cualquier podría pensar sino como un pueblo que celebra una fiesta, permitiendo una vez más que cada uno pueda reorientar su mirada hacia el Origen de lo que estaba sucediendo ante sus ojos.
La fiesta no fue una jornada fuera de lo común, sino la enésima prueba de lo que Claudio contó esa tarde: «Yo acepté la invitación de ir a la JMJ sencillamente para seguir yendo hasta el fondo de esta experiencia. Me doy cuenta de que la realidad supera siempre mis expectativas… ¡y con mucho! Tengo mucha curiosidad por ver qué sucederá en Brasil, cómo me sorprenderá esta vez». El cristianismo es una mirada que te toma y de la que ya no puedes separarte. Esta mirada necesita sólo una cosa: nuestro sí.
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