El domingo 26 de mayo se celebró una misa en memoria de Enzo Piccinini, muerto en 1999 en un accidente de tráfico. Publicamos la homilía de Massimo Camisasca, obispo Reggio Emilia - Guastalla: «¿Cuál fue el secreto de su existencia?»
Queridos hermanos y hermanas,
Ante todo saludo a los familiares de Enzo – me alegra poder rezar con ellos esta noche – y a todos sus amigos, que no le han olvidado.
Cuando Enzo murió, recuerdo el conmovedor artículo de Giancarlo Cesana publicado en Huellas, conmovedor al menos para mí, que terminaba con esta expresión: «Como siempre, Enzo nos ha precedido».
Estamos aquí reunidos para rezar y dar gracias. Rezar por el alma de nuestro amigo Enzo, que nos ha precedido en el encuentro definitivo con Dios, como tantas veces nos precedió también en vida con su testimonio de Él. Pero también estamos aquí para dar gracias al Señor. Por su vida, por lo que ha representado para tantos de nosotros. Él fue un “terremoto” para muchos de los que le conocieron. Su personalidad exuberante y “totalizante”, su pasión por Cristo, su generosidad sin límite cambiaron la vida de muchos hombres y mujeres.
¿Pero cuál fue el secreto de la vida de Enzo? ¿Cuál fue el motor de su incansable entrega?
Es una coincidencia particularmente significativa que volvamos a reunirnos justamente el día de la Santísima Trinidad. La solemnidad que hoy celebramos, y que nos introduce en el corazón del misterio cristiano y de nuestra propia vida, nos ayuda a responder a estas preguntas. Dios es comunión, no es una lejana estrella, aislada, fría, sino al contrario, es una estrella cálida, luminosa, ardiente, es una relación personal. La comunión trinitaria es la tierra de la que procedemos y que explica exhaustivamente nuestro ser hombres y mujeres, personas que sólo pueden realizarse en la relación con otros. Nuestro yo se explica sólo dentro del nosotros.
«El fondo mismo de la existencia, el fondo de lo real, es decir, lo que constituye la forma de todo lo demás, es el amor – escribió Jean Daniélou –. Algunos dicen que el fondo del ser es la materia, que el fondo del ser es el espíritu, que el fondo del ser es el uno. Todos se equivocan, porque el fondo del ser es la comunión» (La Trinidad y el misterio de la existencia, Paulinas, Madrid 1967). Esta es en síntesis la idea que animó la vida y el pensamiento de don Giussani, hasta el punto de destacar esta palabra – “comunión” – como nombre del movimiento al que dio origen. Y es también la experiencia central que nos mostró Enzo.
La vida trinitaria, en la que cada una de las personas divinas se dona y recibe continuamente a las otras dos, muestra cómo el hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios, sólo podrá realizarse, misteriosamente, al abrirse a otro, en el don de sí mismo. El pecado ha hecho más difícil y ha llenado de resistencias esta experiencia, pero no ha podido eliminarla. Hasta tal punto esto es verdad que cuando nos encontramos con personas que entregan su vida sin reservas por un ideal que va más allá de su propio yo, personas que con su sola existencia remiten a un significado más grande, hombres y mujeres que afirman la comunión como consistencia de sí mismos, quedamos fascinados. Despiertan en nosotros algo que estaba escondido. E inmediatamente percibimos una profunda correspondencia con lo que nuestro corazón desea.
Este es, por tanto, el secreto de Enzo Piccinini.
Él era un hombre sin medias tintas, un hombre que cuando se encontró con Aquél por el que vale la pena vivir, le siguió totalmente. Era “totalizante” porque vivía un ímpetu de adhesión continua, una fuerza de convencimiento y una capacidad de arrastre absolutamente singulares. Pocas personas he visto en mi vida con una capacidad evocativa similar: Enzo fue como un imán para cientos y miles de personas que al encontrarse con él despertaron a una vida nueva, aventurera y emocionante. Encontraron a Cristo y quedaron fascinados.
En este sentido, él fue verdaderamente “generador de un pueblo”, mientras participaba él mismo del pueblo que don Giussani estaba suscitando en Italia y en el mundo.
Mi vida se cruzó con la de Enzo hace casi cuarenta años, cuando don Giussani me pidió que me trasladara de Bérgamo a Módena. Finalmente este proyecto no llegó a realizarse porque entretanto me pidieron ir a Roma para encargarme de las relaciones entre el movimiento y la Santa Sede. Nuestros temperamentos eran muy distintos, pero siempre nos unió una gran estima y un gran afecto. Por otro lado, lo que separó nuestras vidas es la misma experiencia que las había hecho encontrarse y por tanto lo único que podía mantenerlas unidas: la obediencia a lo que Dios pide.
Precisamente este es uno de los rasgos que más me llama la atención de la existencia de Enzo: la obediencia a Dios genera una vida plena, realizada, fecunda y original. Mirándole a él, uno comprende que obedecer a Dios significa siempre obedecer a aquellos que Él elige para guiar nuestra vida. Su filiación de don Giussani le introdujo en una relación personal con Jesús, y así le hizo libre, emprendedor, y por tanto padre de muchos.
Al pensar en Enzo, fijémonos por tanto en lo esencial, en lo que cada uno de nosotros puede vivir en su propia existencia: la obediencia de la fe, la alegría de ser elegidos, la creatividad de la amistad.
Confiemos ahora a este querido amigo nuestro a la misericordia del Padre y sobre todo pidamos para nosotros su misma pasión por la gloria de Cristo en el mundo.
Amén.
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