El martes Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación, visitó el Meeting de Rimini. Llegó por la mañana acompañado de Emilia Guarnieri, visitó los stand, las exposiciones y asistió al encuentro de las cinco de la tarde, dedicado al lema de este año, que corrió a cargo de Javier Prades, amigo suyo de toda la vida y profesor, como Carrón antes de que Giussani le llamara, en la Universidad San Dámaso de Madrid.
Una jornada como la de tantos de los miles de visitantes del Meeting. La primera parada, en la exposición sobre el Monte Koya, «la montaña sagrada del Budismo Shingon que don Giussani tanto amó». Allí contó con una guía de excepción, el propio Shodo Habukawa, abad del Muryoko-in Temple, que evocó la fecunda amistad con don Giussani. Luego un paseo por la exposición sobre los jóvenes, L’imprevedibile istante (El instante imprevisto), inaugurada por el primer ministro italiano Mario Monti. Después, una entrevista en el Tg Meeting, en la que Carrón, al referirse a estos días, declara que hay algo que le impacta especialmente: «que el mensaje que el Meeting ha puesto en el centro de su atención empieza a ser interesante también para todos. Los demás empiezan a darse cuenta de que esta no es una cuestión espiritual para los “adeptos al trabajo” o las personas pías, sino que es una cuestión decisiva para el hombre, para todo hombre que desee vivir la realidad».
Luego llega a la Taberna Española, donde se da cita con Su Eminencia el cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid.
Julián, ¿qué es lo que más le interesa que se comunique a través de este Meeting?
Lo que me gustaría que se entendiera es el título, no como un eslogan sino como el punto de vista esencial. Qué significa al despertarse, al ir a trabajar, al estudiar, que por naturaleza somos relación con el infinito. No como una expresión formal, sino como autoconciencia.
¿Cómo se puede evitar el riesgo de hablar del infinito en modo abstracto, como ha dicho alguien estos días?
Simplemente atendiendo a la realidad. En todas las actividades que hacemos en el Meeting sale a la luz que no es una abstracción, sino algo concretísimo, que tiene que ver con el modo en que cada uno se relaciona con la realidad: desde la novia al dinero, del trabajo al descanso. Si no entendemos que el sentido religioso tiene que ver con todo, reducimos la religiosidad a una dimensión virtual que no tiene nada que ver con la realidad, y entonces pueden reprocharnos que no es algo concreto. ¡En cambio, es lo que más concreto que hay!
¿Qué ha significado para usted, personalmente, la carta autógrafa que Benedicto XI ha enviado al Meeting? ¿Qué sintió al leerla?
Un consuelo indecible. Porque es como reconocer una vez más cuál es mi naturaleza de hombre: que yo estoy hecho para el infinito y que, por tanto, si no se da esta apertura en cualquier actividad, yo me ahogo. En el mensaje que envié a los voluntarios que trabajan en el Meeting, al pensar en ellos me vino a la mente el consuelo que supone vivir todos los aspectos de la vida con este horizonte de infinito. Es como si uno viviera la alternativa entre un escondite donde refugiarse y un paisaje de montaña con un horizonte totalmente abierto: todos sabemos lo que implica esta diferencia, no es nada abstracto.
¿Y qué indicaciones percibe para usted y para el movimiento en esta carta?
La carta de Benedicto XVI nos permite a cada uno vivir cualquier circunstancia como la ocasión para esta apertura. Uno puede limpiar en el Meeting como la madre que limpia a su hijo, puede encerrarse en lo que hace, o puede estar allí con esta conciencia abierta hacia lo infinito. Es lo que Giussani llamaba vivir la vida como vocación. En cada particular, cada uno de nosotros está llamado a esta apertura. Como cuando a un chico le llama su novia, y esto le abre a un mundo donde su “yo” puede cumplirse. Puedes vivir esta llamada como un problema del que defenderte, o puedes percibirla como la ocasión para tu cumplimiento, y entonces piensas: «¡Menos mal que está!».
El Meeting de este año tiene lugar en un momento particular, después de su carta en La Repubblica el pasado 1 de mayo. Una carta que ha marcado un momento histórico para el Movimiento. A la luz de las consecuencias que ha tenido, ¿la volvería a escribir?
Sí. Mi carta es una llamada a vivir en esta perspectiva de la que estamos hablando. El Papa ha tenido su modo propio para decirnos lo que yo pretendía decir: no sucumbamos a los “falsos infinitos” que nos esclavizan y no nos dejan respirar. Mi carta era un grito para liberarnos de estos “falsos infinitos” y para vivir con todo el respiro para el que estamos hechos, un respiro que ningún mal puede eliminar.
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