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Un verano diferente

Paola Bergamini
24/07/2012

Lorenzo tenía dieciséis años en 1994, cuando sus amigos de GS le propusieron ir a trabajar durante el verano en los hoteles de montaña del grupo Tivigest, creado y gestionado por un grupo de amigos de la comunidad de CL de Padua. «Lo que me contaban me parecía tan fascinante que yo también quise probar». Aquel primer año trabajó como camarero y la aventura le gustó tanto que volvió todos los veranos, y cada vez para periodos más largos.
Los hoteles fueron cambiando poco a poco, y en sus años de universidad le surgió la posibilidad de acceder a un puesto de trabajo definitivo. En el año 2000 se convierte en el director del hotel de Pontresina (Suiza). En invierno se encarga de la selección de personal y desde 2010 dirige el hotel Planibel, en La Thuile, en el Valle de Aosta. «Las solicitudes llegan por el boca a boca. Uno que viene un año a trabajar habla con sus amigos y les invita».

Lo mismo que le sucedió a él. Y lo mismo que le ha sucedido a Paolo, 22 años, estudiante de cuarto de Historia. «Quería echar una mano en casa porque somos nueve hijos. Precisamente fueron mis hermanos los que me hablaron de esto». ¿Y qué tal fue la primera vez? «Nada más llegar, te sientes un poco perdido, pero cuando te encuentras con personas apasionadas por su trabajo, cambia todo, el trabajo se hace atractivo, hasta el punto de que al final te gustaría quedarte siempre un poco más. Por los rostros de esas personas es por lo que yo vuelvo aquí todos los años».
¿Pero qué es lo que hace posible decir que el tiempo libre empleado así no es tiempo perdido? Responde Lorenzo: «Yo lo he vivido en mi propia piel. Todo parte del trabajo. Puedes hacerlo pensando sólo en el dinero que te llevarás a casa, o puede tener un sentido. Es lo que les digo a los que empiezan: servid. Servid a los que tenéis delante: a la familia que ha hecho grandes esfuerzos para poder pagarse una semana aquí, o al niñato que te hace perder los nervios. Esto abre un horizonte muy grande, y entonces la corrección es útil». ¿En qué sentido? «El maître, el jefe de sala, el responsable de las plantas, te indican en qué te has equivocado porque están pendientes de ti. Quieren tu bien y desean que aprendas. Es una mirada. Eso es lo que está en el origen de la experiencia de los primeros, Graziano, Gino y los demás, que pusieron en pie esta empresa en los años setenta».
Paolo ha aprendido otra cosa: «La pasión por lo que haces. Cuando pones la mesa, por ejemplo, tienes que colocar los cubiertos en el sitio adecuado, todo en orden. Hace falta una atención particular. Y así el cliente estará más contento, disfrutará más de sus vacaciones. Yo empecé como camarero y ahora soy responsable de sala. Esa pasión que yo he visto trato ahora, en la medida de mis posibilidades, de transmitirla a los jóvenes que vienen a trabajar aquí. Es un tesoro que te llevas».
Añade Lorenzo: «He visto chavales que llevaban aquí sólo unos días y tenían una atención por lo que hacían que no la encuentras en un profesional después de veinte años de trabajo. Las técnicas se aprenden, pero hay algo más, el significado, que te hace ser distinto en la relación con el cliente, tanto si eres el camarero como la señora de la limpieza». ¿Un ejemplo? «A las chicas que se encargan de limpiar las habitaciones les digo: “Antes de cerrar la puerta, paraos tres segundos y mirad la habitación pensando en quien, cuando vuelva cansado de hacer una excursión, abra la puerta”. O un chico de la cocina, cuando saca un plato del lavavajillas y se da cuenta de que no está perfecto, puede decidir si sigue como si nada y lo apila con los demás platos limpios, o si lo limpia a mano. Son trabajo sencillos, humildes, llenos de miles de detalles. Donde aprendes que la realidad está hecha de estos detalles a los que debes prestar atención. Y todo esto te lo llevas luego a casa, a tu vida normal». Continúa Paolo: «Ejemplos un tanto banales: cuando vuelvo a casa me gusta que la mesa esté bien puesta, pero también me ha servido para organizar mi estudio o, sobre todo, he aprendido a dejar a un lado mi orgullo. Hay que ser humildes para aprender...».
El trabajo, sea cual sea el hotel, siempre es duro. Es muy cansado vivir las 24 horas en el hotel, lejos de casa, sacrificar el propio tiempo. «Eso es verdad», afirma Lorenzo, «pero muchos, como me ha pasado a mí, al terminar se dan cuenta de que han descubierto uno de los secretos de la vida: a través del sacrificio que haces, hay algo que te da la satisfacción, que te hace feliz».
Al pasar tantas horas juntos, nace la posibilidad de nuevos encuentros que generan luego vínculos inesperados. Como le ha pasado a Paolo, que en estos años ha conocido a muchos chicos y con algunos ha nacido una estrecha amistad que continúa después. «Hace poco nos vimos en la peregrinación de Macerata a Loreto. Si uno llega con la idea de que cuando termine su turno se va a encerrar en su habitación a descansar... se muere ahí dentro. Sin embargo, si es la ocasión para conocernos y estar juntos, es otra cosa. Nacen relaciones impensables. Y luego, para qué lo vamos a negar, también nos divertimos. Nos podemos tratar simplemente como compañeros de trabajos o mirarnos cara a cara y vivir juntos. Incluso la fatiga se soporta mejor si estamos juntos, sobre todo en ciertas ocasiones especialmente intensas». ¿Como por ejemplo? «Ferragosto es aquí una fiesta importante. Siempre intentamos hacer algo especial para los grupos: el menú de una cierta manera, el buffet con una decoración distinta... quieres que sea un día diferente. También así sirves al que tienes delante, al cliente».
Hace años, don Giussani le dijo a un chico que servía su mesa: «¿Cómo te llamas? ¿Qué haces en tu vida?». Y él respondió: «Federico, soy estudiante y me gustaría hacer Ingeniería». «¿Sabes? Si yo no hubiera sido sacerdote, seguramente habría sido camarero». Por la dignidad que supone servir a otro

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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