Me centro en una persona en la que la riqueza de su personalidad, su actitud en la vida, la libertad de sus respuestas, su manera entrañable de ser, su cercanía, sus juicios, su espiritualidad teresiana, todo tiene su raíz en su sentido del humor. Es verdad que su humor implica de manera necesaria un profundo sentido cristiano de la vida. En su vida se puede hacer un estudio cristiano sobre el humor.
Por tanto el humor del que hablamos posee el sentido de la medida, desmitifica, práctica el realismo, es eficaz, dice la verdad y nada más que la verdad. El humor es lo contrario a la desfiguración, a la envidia, al resentimiento, a la crítica corrosiva. El humor hace sonreír e incluso reír a carcajadas. El humor, mucho más frecuentemente de lo que creemos, nos pone en nuestro sitio. Es limpio, Si nos viéramos a nosotros mismos con sentido del humor, sería nuestra mayor riqueza y la expresión clara de nuestra verdadera autoestima y libertad de espíritu. El humor es la veracidad de la vida, sabe reírse, para empezar, sin complejos de uno mismo. El verdadero humor nunca es rastrero. Se limita a despojar todo de lo vano y superfluo, de los ropajes añadidos para mostrar las cosas tal y como son. El verdadero blanco del humor ha sido, es, y será siempre el ser humano. Describir las cosas humanos tal y como son, implica humor.
No es nada extraño lo que digo. Hay dos autores, auténticos creyentes, Chestertón y José María Cabodevilla que me han ayudado con sus análisis a reconocer la necesidad y la importancia del sentido cristiano del humor, como lo estoy afirmando de esta persona, una religiosa teresiana, con una ya larga trayectoria de vida, y en los lugares y sitios más diferentes, lo mismo que en su trato con personas de toda índole y condición. Se podría hacer un libro delicioso, de lo más real y práctico, con los juicios de las personas que la conocen.
En Chestertón es evidente que en toda su obra, el humor es una luz meridiana, clarísima, luminosísima. Por ejemplo, El hombre que fue jueves, una de sus novelas más populares, en la que narra a la vez dos historias, una entretenida y superficial, y otra trascendente y enigmática. Vincula los acontecimientos del relato con versículos bíblicos, pero es lo suficientemente inteligente para que el mensaje cale y no ahogue la historia. Ahí está el realismo de la vida. Su sentido del humor nos hace entrar en los temas más profundos y ver las cosas con la sencillez y perspectiva del Evangelio. Es conocida la magia de sus paradojas
Y el otro autor es José María Cabodevilla del que no me resisto a recordar La sopa con tenedor: tratado de las complicaciones humanas. El título ya da en la diana del tema. Un ángel con los ojos ligeramente desviados, un poco estrábico, es enviado a la tierra para redactar un informe sobre los seres humanos. Unos seres bastante complicados. Piensan, aman, actúan, sufren muy “complicadamente”. Y no digamos ya lo que le impresiona al ángel la “complicada” relación que tienen los humanos con Dios. Son complicados tanto en su orgullo como en su humildad, en su sabiduría y en su modestia. Están empeñados siempre en acercar el piano al taburete en lugar del taburete al piano. Se entiende clarísimo el título de otro libro suyo: Hacerse como Niños: Locura para los Sabios (BAC). Y escándalo para los que se consideran justos. Cuando uno se encuentra con libros de este estilo, y personas como Mercedes, ve la sencillez y claridad del Evangelio, la ridiculez de nuestras conductas, y como en todo se cuela la vanidad, el orgullo, el egoísmo y nuestras pobres medidas.
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