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«Su única preocupación era anunciar a Cristo»

Alver Metalli
02/05/2011

Un pequeño regalo tras la beatificación de Juan Pablo II: los primeros años de su pontificado, narrados en un diálogo histórico entre don Giussani y el uruguayo Alberto Methol Ferré

Al observar este Papa hay algo que impresiona, y es el impacto que tiene en la gente. En Europa este impacto fue muy fuerte al comienzo de su pontificado y en otros continentes, como América Latina y África, sigue ocurriendo hasta el día de hoy. En cambio quienes lo critican y lo atacan, en diferentes partes del mundo, son sobre todo los intelectuales. ¿Por qué el pueblo lo ama y los intelectuales lo atacan? ¿Y qué relación tienen entre sí, en América Latina y en Europa, el pueblo y los intelectuales?

GIUSSANI: Me parece que los intelectuales lo atacan porque usa un sistema de categorías que se deduce inmediatamente de la conciencia del acontecimiento cristiano como un hecho, como un evento en la historia, un hecho y un evento que apunta directamente a lo humano en sus exigencias elementales produciendo un despertar y una nostalgia, un sentimiento de afecto y luego una adhesión a su destino. Un destino que además coincide con el contenido del evento mismo, es decir, con Cristo. Mientras que el intelectual, si no conoce el cristianismo de este modo –vale decir como evento y como hecho que abre todas las puertas de la jaula de las categorías ideológicas- se encuentra limitado e inevitablemente percibe el discurso del Papa como algo no culturalmente evolucionado, porque el Papa no asume las categorías ideológicas de la cultura dominante.

METHOL FERRÉ: Quiero responder contando una anécdota. Cuando el Papa visitó México, yo estaba participando en la Conferencia de Puebla como experto. A la noche, cuando terminaba la jornada de trabajo, tenía la costumbre de volver al hotel siempre en el mismo taxi. Y durante el viaje conversaba con el taxista. Era la primera vez que Juan Pablo II visitaba América Latina y que un Papa iba a México. El taxista era un indio bastante viejo, y una noche me dijo “¿Ha visto que cada día que pasa el Papa habla mejor el español?” Yo no le di mucha importancia a su exclamación, mitad pregunta y mitad afirmación, y le contesté algo como “así será…”, como dando a entender “si tú lo dices, puede que sea cierto”. Y él, levantando la voz, me dijo: “Sí, es así. ¿Y sabe por qué? Porque nos quiere”. ¿Por qué relato este episodio? Para mostrar que los intelectuales, incluso en Puebla, estaban concentrados en analizar lo que decía el Papa, sin darle importancia al contexto y al modo en que hablaba. En cambio el pueblo, que comprende el concepto a través del gesto, había sido sensible a los cambios en la pronunciación, había percibido la mejoría, cosa a la que ningún intelectual había prestado atención. El pueblo es mucho más sutil que los intelectuales. Las miles de madres que observaban al Papa acariciar un niño sabían con exactitud si lo hacía con amor o en forma distraída, percibían sin error la verdad de un testimonio.

Ya a partir de esta respuesta se plantea la siguiente cuestión, que también es la otra cara de la medalla: la relación entre los intelectuales y el pueblo. ¿Cuál es, en la opinión de ustedes, esta relación en la actualidad? ¿En Europa, por ejemplo?

GIUSSANI: Entre los intelectuales y el pueblo no existe esa relación amorosa de la que habla el profesor Methol Ferré a propósito del Papa. Pero como manejan los medios de comunicación –que son los instrumentos de los intelectuales en el poder– lamentablemente el pueblo poco a poco va siendo formado –en el sentido literal de la palabra– por los esquemas ideológicos y prácticos que los intelectuales le inoculan, casi por presión osmótica.

METHOL FERRÉ: En América Latina me parece observar un fenómeno muy curioso en el ámbito del poder. Un fenómeno que describiría como una especie de simbiosis entre el poder tradicional y un proletariado intelectual de extracción universitaria y de origen ideológico ultraizquierdista. El resultado, en el plano cultural, es la vigencia de esquemas que se caracterizan por la falta de comprensión de la época, por una absoluta incapacidad para dar inteligibilidad histórica a los acontecimientos. La prueba de que estos esquemas son un fracaso, consiste en el hecho de que Juan Pablo II rompe las previsiones de la intelighenzia que los produce. Cuántos de estos intelectuales han pensado y repetido que la crisis de la Iglesia católica postconciliar daba lugar a una progresiva descomposición de la misma. Y en cambio con este Papa está ocurriendo algo muy distinto. Incluso algunos pocos, los más honestos, reconocen que en la actualidad Juan Pablo II es la única figura propositiva a nivel internacional, innovadora con respecto a la opacidad de los dos centros hegemónicos del mundo, que no ejercen ya ninguna atracción y que por lo tanto deben recurrir a la violencia para obtener consenso. Lo que para los intelectuales es un símbolo de “anacronismo” se convierte, en contra de todos sus esquemas, en un factor de “progreso”. Es una paradoja que tienen delante de sus ojos y que los separa del pueblo simple de América Latina.

Los intelectuales de América Latina hacen sobre el Papa juicios de naturaleza más bien política; lo califican como “conservador”. En cambio entre los intelectuales de Europa, incluso los católicos, circula una acusación de orden cultural. Se lo considera premoderno, se dice que no comprende las exigencias de los hombres de nuestro tiempo. Mientras que el primer tipo de crítica se asienta en una base marxista, que a pesar de la crisis sigue estando vigente en América Latina, el segundo tipo parte de esa postura escéptica frente a la vida que caracteriza actualmente toda la cultura europea. ¿Sería posible describir con más precisión estas dos bases, a partir de la experiencia de ustedes?

METHOL FERRÉ: A partir de mi experiencia, diría que la crítica contra el Papa arranca de la convergencia de dos áreas: de los sectores medio y pequeño burgueses de América Latina y del marxismo. Los primeros tienen la tendencia a imitar los hábitos de las sociedades permisivas de Estados Unidos y de Europa occidental. Ellos también, en el fondo, entienden la idea de emancipación como emancipación de una responsabilidad. Y por lo tanto no aceptan la firmeza y la jovialidad del ascetismo del Papa. Sobre todo la jovialidad ascética de Juan Pablo II les resulta intolerable. Aceptarían mejor un ascetismo sufriente y atormentado. Es más, les resultaría muy útil para demostrar que la ascesis, la disciplina y el dominio de uno mismo es una frustración de la vida, y que en cambio ellos están a favor de la afirmación de la vida. Lo que les irrita de Juan Pablo II es su transfiguración libre y positiva de la vida. Si tuviera una espiritualidad anacrónica lo odiarían mucho menos y no criticarían su pretendida “premodernidad”. La ascética de Juan Pablo II representa, por el contrario, la liquidación más radical de las supervivencias jansenistas en la Iglesia. Y esto choca violentamente con la mentalidad pequeño-burguesa que, no casualmente, se encuentra muy cómoda con el marxismo, que es el segundo gran acusador del Papa en América Latina. Sobre todo ahora que el marxismo ha alcanzado el punto máximo de alienación de las masas. Que la Unión Soviética lleve al vértice del poder al jefe de la policía secreta, pone de manifiesto el culmen de la separación del pueblo, que es el ámbito de lo “público” por antonomasia.

Pero en América Latina también hay algunos que aprueban a este Papa en base a un razonamiento que suena más o menos así: “por fin podemos dormir tranquilos porque hay un Papa que defiende una disciplina, que defiende los principios y castiga a los transgresores…”. Hay algunos representantes del episcopado latinoamericano cuya óptica, aunque se expresa de distintas maneras, puede resumirse en esta postura. ¿Les parece aceptable una interpretación que considera que el Papa actual es solamente un restaurador de la disciplina eclesiástica y de la ortodoxia doctrinaria después de los desbandes y de las “fugas hacia adelante” de la etapa postconciliar?

METHOL FERRÉ: Es precisamente una interpretación, y es esencialmente errónea. Puedo comprender que haya sectores de la Iglesia que han vivido con mayor agitación que otros los años del posconcilio, y han quedado más traumatizados que otros por la convulsa búsqueda de nuevas formas históricas de presencia de la Iglesia. Ellos sienten que en algunos aspectos este Papa ha cerrado el ciclo posconciliar. En realidad, después de haber estado a la defensiva durante mucho tiempo, la Iglesia, con el Concilio, ha levado anclas. Y ahora con Juan Pablo II ha salido fuera del espejo de agua del puerto y se ha internado en alta mar. En la tripulación –para continuar con la imagen- hay algunos que sienten náuseas, otros que vomitan y otros que se tiran al agua. Pero ya no es posible volver a ningún puerto. Por lo tanto comprendo que muchos tengan la esperanza de que el capitán controle el timón con energía, que no lo afecten las incertidumbres o las dudas. Se le puede conceder el derecho a la duda a un filósofo, pero no al que debe dar a los hombres el testimonio de la fe y de la esperanza. Pero sin duda no es una visión conservadora o restauradora la que puede imperar a bordo y navegar con este Papa. El que desea esto, no comprende que Wojtyla es el primer y verdadero fruto de la novedad que nació del Concilio, es la primera floración, el primer hijo del Vaticano II. Por eso no se lo puede interpretar con categorías preconciliares.

¿Se puede hablar también de un “dormir tranquilos” para algunos sectores católicos de Europa?

GIUSSANI: No me atrevería a decirlo. Hablaría más bien de una desorientación que trata de pedir prestados caminos seguros tomándolos de categorías que se consideran seguras de la cultura dominante. Esta desorientación induce a no buscar el agua pura, la frescura nueva en la única fuente, que es la fuente del sencillo hecho que se anuncia.

¿Y a qué se debe este miedo? Lo que usted describe es una desorientación que más bien oculta un miedo. No es casual que el Papa repita a menudo “No tengan miedo”…

GIUSSANI: Yo creo que el Papa se lo repite a esas dos categorías de las que hemos hablado antes. Vale decir, al pueblo cuando es pueblo, es decir simplemente impulsado por sus exigencias naturales, y a la categoría de los que son “verdaderamente cultos”, vale decir aquellos que verdaderamente buscan. Mientras que la seguridad que impera en las clases que detentan el poder –de cualquier tipo- es una seguridad desesperada, que trata de apoyarse en los descubrimientos de lo que se denomina ciencia.

En ese caso también es miedo, un miedo que mirándose a sí mismo en profundidad, solo encuentra desesperación…

GIUSSANI: Es más una obliteración que una desesperación. Yo creo que deberíamos preguntarnos si no se tiende demasiado a identificar el hecho cristiano con lo que se denomina “palabra”, entendiendo por ello las palabras que la han expresado. Habría que preguntarse si no se ha diluido la imponencia del hecho cristiano como tal para reducirlo a las palabras, incluso acaso a las palabras del Evangelio. Y una palabra es sugerencia para una interpretación, y la interpretación siempre está determinada, si no se es muy crítico y vigilante, por las categorías de la cultura dominante. A este punto ya no sería la palabra del Evangelio en cuanto indicadora de lo que ha ocurrido, sino la palabra del Evangelio en cuanto pretexto para supuestos desarrollos adecuados a lo que la cultura en el poder considera evidencias.

¿Y por lo tanto a este Papa no se le perdona que haga entrar en crisis esa situación?

GIUSSANI: Así es. Se lo acusa de no alinearse con esta actitud, y por lo tanto, por un lado se le reprocha el desconcierto, la crisis que desencadena en ese oasis de certeza (cuyo origen es puramente ideológico); y por el otro se lo acusa de ignorar la evolución que se ha verificado en estos sistemas culturales. Mientras que su itinerario y toda la formación de su pensamiento está muy lejos de esta ignorancia.

¿Por eso no es un buen Papa, no cumple bien su rol? Quiero decir según lo que, para las categorías dominantes, debe ser y hacer un buen Papa?

GIUSSANI: No se lo considera un buen Papa en la medida en que no se alinea con los sistemas de pensamiento dominantes. Tan es así que la reivindicación en contra suya se encarna, en mi opinión, en la afirmación de una cierta autonomía de cada obispo en particular o de cada una de las conferencias episcopales. La desaprobación que muchos ambientes eclesiales expresan con respecto a la posición del Papa, se lleva a cabo en nombre de la autosuficiencia del episcopado de un país en particular o de un obispo determinado. Esta falta de aprobación al Papa es una manera de separar de él las propias responsabilidades; como si dijeran: “Él es el obispo de Roma y habla de esa manera, pero nosotros tenemos nuestra propia concepción de las cosas que es más adecuada a los tiempos que vivimos”. En este sentido decía antes que se lo acusa también de desconocer los aportes significativos, que se consideran evidentes, de la cultura en el poder. Por eso hay que distinguir la cultura en el poder de la que verdaderamente busca.

METHOL FERRÉ: Al mismo tiempo es notable el hecho de que Juan Pablo II afirma intensamente –en la misma línea que Pablo VI- la colegialidad episcopal, pero como co-participación en la Iglesia universal. Todo su testimonio va siempre en el sentido de consolidar la unión del Papado con todo el colegio episcopal. Lo veo como un rasgo muy característico de la línea del Papa.

GIUSSANI: Aquellos que lo acusan, si fueran realmente concientes, deberían criticarlo por continuar la línea de Pablo VI del Credo, o de sus discursos sobre el diablo, o de la Humanae Vitae, vale decir por la auténtica continuidad con Pablo VI en los últimos ocho o diez años.

A propósito de Pablo VI, muchas veces la cultura laicista – y en algunos casos también la cultura católica- contrapone la “problematicidad” moderna de Pablo VI a la “certeza” medievalista de Juan Pablo II. Para poner después de manifiesto que aprecia la primera en oposición a la segunda…

METHOL FERRÉ: Ahora lo quieren a Pablo VI después que ha venido Juan Pablo II, aunque antes no lo querían. Es un amor retrospectivo.

GIUSSANI: En Italia no ocurre solamente eso. Sino que aman a un Pablo VI congelado en un determinado punto de su sufrido itinerario, un Pablo VI detenido en el tiempo, antes de su famosa proclamación del Credo.

¿Podemos decir que mientras el Papa confirma la esperanza de la gente sencilla, a la cultura le señala una búsqueda, una responsabilidad, una libertad de los esquemas, tanto de los esquemas del marxismo como del capitalismo?

GIUSSANI: También les da esperanza a los hombres de cultura, los estimula para buscar otra vía.

¿Qué es la esperanza, la espera?

GIUSSANI: La espera es la exigencia natural del pueblo en su naturaleza original, pero también de los hombres verdaderamente cultos, para quienes la cultura es una búsqueda sincera del sentido de la vida y de la historia.

¿Y cuál es la “otra vía”?

GIUSSANI: Es la preconización de una civilización nueva donde el pueblo pueda encontrar una verdadera morada para sus aspiraciones naturales.

¿Y qué significa la idea del Papa de una Europa más grande? El Papa considera que Cirilo y Metodio también son patronos de Europa. Señal de que para él Europa no se detuvo en Yalta…

GIUSSANI: Es cierto. El Papa ha indicado varias veces, de manera explícita, que una cultura y una civilización europea que luche por reconquistar los valores adecuados a las exigencias del hombre sólo puede encontrar su fuente en la tradición histórica común de todos los pueblos europeos, vale decir en la tradición cristiana.

El profesor Methol Ferré ha dicho que Juan Pablo II es el primer Papa completamente formado por el Concilio. ¿Qué significa eso?

METHOL FERRÉ: Me parece que una de las mayores dificultades en las que se debaten los intelectuales ha sido y sigue siendo la interpretación del Concilio. Extraen fragmentos del Concilio pero no son capaces de captarlo como un evento en su integridad. Yo creo que la esencia del Vaticano II no es tanto la reafirmación de las verdades eclesiales de frente a la Reforma, porque eso ya lo llevó a cabo el Concilio de Trento; ni mucho menos una simple reafirmación de dichas verdades frente a los errores del Iluminismo. El Concilio es más bien el esfuerzo de comprender la verdad que está contenida en el error tanto de la Reforma como del Iluminismo. Me parece que en Concilio Vaticano II la Iglesia lleva a cabo creativamente la asimilación, desde adentro de sí misma, de los dos desafíos de la historia moderna que todavía estaban pendientes y que no se habían resuelto integralmente. Por eso yo diría que el Concilio se sintetiza en las dos constituciones que estructuran su totalidad: la Lumen Gentium y la Gaudium et spes. La Lumen Gentium es precisamente la manera como la Iglesia asume la verdad del protestantismo. Aclaro: no es que asuma el protestantismo, sino que vuelve a asumir muchas verdades fundamentales del protestantismo, verdades que la Iglesia vuelve a encontrar, esta vez a partir de la propia interioridad eclesial. Me refiero sobre todo a la gran idea de la Iglesia como pueblo de Dios…

Lo interrumpo, porque a propósito de la idea de la Iglesia como pueblo de Dios, el padre Chenu, teólogo dominico, afirmó hace poco que el entonces arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, en el Concilio se opuso precisamente a esta idea, sosteniendo, por el contrario, el concepto de societas perfectas.

METHOL FERRÉ: Chenu hace esta afirmación yendo en contra de los textos escritos de las intervenciones del arzobispo Wojtyla. Wojtyla pidió que la idea de pueblo de Dios fuera introducida en el texto antes que se hablara de la jerarquía y de los laicos. Además, aún prescindiendo de este hecho, es absurdo oponer la idea de Iglesia-pueblo a la idea de Iglesia-sociedad perfecta. Son dos conceptos que no se refieren a la misma cosa sino a cosas completamente diferentes. Sociedad perfecta no identifica lo que en el lenguaje habitual se entiende por la palabra “perfecta”; por el contrario, es una realidad que tiene en sí misma los recursos necesarios para su propia independencia. Por lo tanto sociedad perfecta en el sentido de la tradición escolástica es también el estado que es capaz de soberanía per se. La tradición escolástica decía que la Iglesia también era una sociedad perfecta, precisamente para afirmar la propia independencia del Estado. En efecto, el problema consistía en que no quedara subordinada al Estado, que no tuviera un fundamento concedido por el Estado, sino que éste le viene de su propia naturaleza íntima, vale decir, de Jesucristo.

¿Cómo puede conciliar este Papa su misión, que es el anuncio, con el gobierno?

GIUSSANI: En mi opinión se concilian en el sentido de que su gobierno consiste precisamente en favorecer una evolución del gobierno eclesial, hasta sus mismas estructuras, según el contenido del anuncio que él repite. El ímpetu misionero del Papa no sólo no excluye sino que caracteriza una posición de gobierno, tan clara en la dirección que asume como paciente para hacer evolucionar desde el interior la conciencia de la eclesialidad de aquellos que conducen o que expresan la vida de la Iglesia. Precisamente este ímpetu apostólico suyo, que superficialmente parece reducir su capacidad de gobierno, realiza en cambio una forma de gobierno que no rompe, que no fuerza, sino que espera de la coherencia -en la repetición de su mensaje– la conversión de las conciencias dentro de la Iglesia, especialmente de aquellos que la guían o la expresan.

METHOL FERRÉ: Vale decir que es un gobierno que se lleva a cabo más por convicción y ejemplo que por administración.

GIUSSANI: Por eso uno de los instrumentos de esa evolución que el Papa protege son los Movimientos, que con sus carismas constituyen una percepción renovada de la vida de la Iglesia, según la intuición fundamental del Concilio.

Sin embargo los movimientos y la relación del Papa con algunos de ellos son objeto de la las críticas más duras…

GIUSSANI: Los movimientos son un capítulo de acusación contra este Papa en cuanto son un auténtico estímulo para que nazca precisamente de la conciencia del pueblo de Dios, el cambio de la conciencia de los modos de la Iglesia.

METHOL FERRÉ: Tan conciente es este estímulo al pueblo y a su conciencia en la gestación de los movimientos, que este Papa demuestra que encarna en sí mismo la Lumen Gentium como eclesiología del pueblo de Dios. Las formas de autoridad anteriores tendían más a la idea bellarminiana...

GIUSSANI: …en la cual están ancladas hasta la actualidad muchas posiciones eclesiales, que son progresistas en su ideología y al mismo tiempo reaccionarias en el método.

METHOL FERRÉ: Exacto, a tal punto que quienes “juzgan” al Papa se ven obligados a fundar sus críticas en consideraciones cuanto menos curiosas. Como lo que he leído en un artículo de Zizzola según el cual los “baños de multitud” del Papa son una manifestación de su intrínseca necesidad fisiológica. Como latinoamericano he quedado asombrado de que se tratara de interpretar un hecho histórico nuevo, como la relación del Papa con el pueblo, recurriendo a un argumento extra-histórico, como éste de la misteriosa fisiología papal. En el furor que sienten algunos por atacarlo me parece que no se dan cuenta de que caen en lo irracional.

Para ser más precisos me parece que uno de los argumentos centrales del artículo que ha citado el profesor Methol Ferré es que el pontificado de Juan Pablo II no es un pontificado universal. Tanto por su origen polaco como por el tipo de acción que desarrolla, por ejemplo en el plano internacional. En resumidas cuentas, sería un pontificado que “divide”, parcial.

METHOL FERRÉ: ¿Qué significa “parcial” o “de todos”? Jesucristo eligió a Israel de entre todos los pueblos y, dentro de Israel, llamó a doce para que lo siguieran, vale decir una infinitésima parte. Los que hacen la acusación de “parcialidad” arrancan de un concepto abstracto de universalidad; mientras que la universalidad siempre es concreta, porque lo universal vive realmente sólo en lo particular, y hay momentos en los que determinadas particularidades se cargan de universalidad y se transforman en significativas para el resto de las particularidades. Ésta es la única manera en que lo universal se encarna en la historia. Lo universal abstracto existe solamente en la mente de los intelectuales sin raíces, no en la mente de los “verdaderamente cultos”, como decía don Giussani, que siempre son inmanentes a la vida del pueblo.

¿Y en qué sentido es “universal”, como ustedes dicen, este pontificado?

GIUSSANI: En primer lugar porque su única preocupación es anunciar y dilucidar el acontecimiento de Cristo y de su Cuerpo misterioso en el mundo, que es la Iglesia o pueblo de Dios, y que posee una consistencia auténtica y exhaustiva. Tan es así que también Pablo VI definía al pueblo cristiano como una realidad étnica sui generis. En segundo lugar, porque precisamente lo mismo que el evento cristiano en cuanto tal (vale decir Jesucristo y su Iglesia), el anuncio se dirige al corazón del hombre, que es igual en todos los tiempos y en todo el mundo. Tan es así que la palabra del Papa recoge el inmediato consenso de los pueblos de todas las latitudes. En todos los lugares donde ha ido, el pueblo le ha respondido.

¿Cuál es, en opinión de ustedes, el verdadero objetivo de los ataques contra el Papa?

METHOL FERRÉ: En la época anterior a Pío XII, o incluso antes, tanto desde los ambientes secularistas de signo liberal como desde los marxistas, los ataques estaban dirigidos por lo general contra la Iglesia en su conjunto. Me parece que hoy, en cambio, la situación actual de ésta última favorece el hecho de que los ataques no apunten a la Iglesia en cuanto tal sino a su centro, a lo que unifica al cuerpo católico en su conjunto. El que ataca al Papa sabe o espera poder contar incluso con el silencio o la confusión de algunos miembros de la Iglesia.

GIUSSANI: El ataque contra el Papa se produce en cuanto es el actor, el exponente de la reconquista de la identidad de la Iglesia, contra las imágenes establecidas a la luz de las corrientes de pensamiento dominante.

Ustedes han dicho que el Concilio también asumió la verdad contenida en los errores. ¿Cuál es la verdad del marxismo?

METHOL FERRÉ: Ningún error puede vivir un solo segundo si no es por la verdad que lleva en sí mismo. La verdad del marxismo es el esfuerzo por asumir el trabajo humano como medida de la economía y dar un sentido a la reivindicación de la dignidad humana que exige la clase obrera, oprimida en el sistema capitalista. Pero ocurre que simultáneamente el marxismo, que se sostiene en relación a la reivindicación ética del movimiento obrero, en su interpretación se convierte en un maquiavelismo del proletariado, que destruye las bases éticas que dan significado a las propias reivindicaciones del socialismo. Paradójicamente, el marxismo ha sido el mayor parásito de la verdad de la reivindicación socialista. En efecto, no es casual que desemboque en el socialismo que se autodefine “científico”, negando la base ética de la propia reivindicación para convertirla en el resultado del juego de fuerzas estructurales. Acaba entonces en un maquiavelismo histórico contrario a la reivindicación del sentido del trabajo humano y de la dignidad del hombre. El marxismo termina devorando aquello que lo pone en movimiento, y por esa razón termina convirtiendo a los revolucionarios en policías. Indefectiblemente.

¿La verdad del marxismo ha sido asumida en la experiencia histórica de los cristianos?

METHOL FERRÉ: Yo creo que con Solidarnosc es la primera vez que se asume de manera real la verdad del socialismo, y por lo tanto la primera impugnación radical del maquiavelismo del marxismo. Es la primera crisis existencial del sistema soviético, que no es rechazado ni por los intelectuales ni por los terroristas, sino por la misma clase obrera. El otro aspecto esencial que quisiera poner de relieve es que nos encontramos frente a la primera revolución obrera íntimamente ligada a la Iglesia católica. La clase obrera se siente espiritualmente sostenida por la fe cristiana, lo que era algo impensable desde los tiempos de la Comuna de París. Ningún gran acontecimiento obrero había estado tan íntimamente unido a la conciencia y a la presencia de la Iglesia. No es una presencia de sacerdotes, que afortunadamente no se pusieron directamente en el medio de Solidarosc sino que la sostuvieron espiritualmente. “Que el zapatero no vaya más allá del zapato”. La Iglesia polaca es una iglesia de buenos zapateros, por eso ocurren estas cosas. Creo que los acontecimientos polacos marcan una nueva época en la historia del movimiento mundial de los trabajadores, y también exigen una nueva impostación de todos los esquemas existentes hasta la actualidad, que dependen de la ausencia de la presencia cristiana en el mundo del trabajo. Eso rompe todos los esquemas, incluso católicos, fundados en el hecho, que se consideraba definitivo, del divorcio de la Iglesia y el mundo del trabajo.

Vuelvo a proponer la pregunta a don Giussani. ¿Cuál es la verdad del marxismo, tal vez por como fue enarbolado por muchísimos jóvenes europeos? ¿Y el Papa ha asumido esta verdad?

GIUSSANI: Creo que la verdad del marxismo es la verdad del socialismo original. Este Papa se constituye en el líder de la lucha por la liberación del hombre que trabaja, y por lo tanto de una revolución ética que tiende a liberar a este hombre de ser considerado el engranaje de un sistema productivo. Quisiera agregar que la revolución de los jóvenes en el ’68 fue precisamente en este sentido: una afirmación, romántica todavía, de la necesidad de liberar al hombre en sus exigencias expresivas. Por eso la cultura dominante, como no asumió estas exigencias profundas, trató de bloquear y de reabsorber dentro de sus propios esquemas esta revolución. Y efectivamente la hizo desaparecer. ¡No la hizo desaparecer el cristianismo!

¿En qué sentido el cristianismo no la hizo desaparecer?

GIUSSANI: Porque no se movió. Y los que se movieron, adhirieron a la forma de la revolución del ’68, perdiendo entre otras cosas la propia identidad cristiana y la propia fe original. Recién con Juan Pablo II la insurgencia del ’68 fue recuperada en sus exigencias auténticas y desarmada de sus modalidades violentas. El ’68 conjugó exigencias originarias justas (de liberación de la expresividad del hombre) con los métodos que tomó de la cultura dominante. En cambio con Juan Pablo II se recuperaron las exigencias fundamentales, pero las modalidades del ’68 dejaron de ser útiles porque el Papa ha vuelto a proponerlas dentro del orden de una ética, de una antropología y de una historia sistemáticamente liberadoras. Tan es así que en Milán dijo que el ’68 había terminado…

METHOL FERRÉ: … porque ha sido asumido y superado.

¿Qué es para ustedes la libertad religiosa?

METHOL FERRÉ: En primer lugar es una libertad generadora de libertad. La constitución misma de la humanidad se verifica a partir de la libertad. Libertad religiosa es reconocer el hecho de que el hombre sólo puede encontrar a Dios humanamente, porque es humano en cuanto es libre.

GIUSSANI: Más aún, en la expresión “libertad religiosa” hay una palabra de más, porque la libertad siempre es religiosa. La libertad es la capacidad que tiene el hombre de relacionarse con su propio destino; por lo tanto es religiosa o bien no es libertad.

METHOL FERRÉ: Es imposible concebir una relación de amor que no sea libre. El Concilio ha desarrollado y afirmado vigorosamente una vez más este punto,

¿Y qué necesidad había de afirmar en el Concilio un concepto tan fundamental?

METHOL FERRÉ: Era necesario que la Iglesia asumiera hasta las últimas consecuencias un elemento fundamental del Iluminismo y al cual el Iluminismo es incapaz de dar fundamento.

GIUSSANI: El Iluminismo siempre ha sido incapaz de respetar el principio que afirmaba.

METHOL FERRÉ: Así es. Durante cierto tiempo supuso que podía darle fundamento, pero actualmente ya no cree en eso. Los hijos del Iluminismo son nihilistas, pragmáticos.

GIUSSANI: Yo creo que la necesidad de volver a afirmar la libertad religiosa en la Iglesia también es completamente original, porque la alternativa, para la vida del hombre en cuanto ser social, es la afirmación de la responsabilidad ante lo trascendente o bien de la responsabilidad ante el Estado. No hay otra posibilidad. Y toda la sociedad moderna ha teorizado que el Estado es la fuente del sentido del hombre y en consecuencia de los derechos del hombre. La libertad religiosa, en la afirmación del Concilio, es por lo tanto un anuncio original, aunque se hace a partir del la terminología del Iluminismo.

¿En América Latina se obstaculiza la libertad religiosa?

METHOL FERRÉ: En muchos países está gravemente limitada. Como en Cuba, por ejemplo. Pero también está limitada en los regímenes “de Seguridad Nacional”, donde se persiguen a los hombres de la Iglesia sólo por haber afirmado los derechos elementales del ser humano. Aunque quisiera decir que la libertad religiosa, de mil maneras diferentes, continuamente se encuentra amenazada.

¿Y en Europa?

GIUSSANI: Por la estructura misma del Estado moderno, tendencialmente se combate la libertad religiosa. Se la permite en la medida en que queda comprendida dentro de las categorías de la cultura dominante. Cuando no es así, se la ataca.

Don Giussani, no nos ha dado su definición de libertad religiosa…

GIUSSANI: La libertad religiosa es el derecho que tiene la conciencia del hombre a identificar y a construir el camino hacia su propio destino según una búsqueda lealmente llevada a cabo a la luz de las exigencias originales del corazón del hombre. La conciencia del hombre es, eminentemente, interpretación del signo de la realidad. Por eso –a menos que Dios entre en la historia comunicando su rostro y trazando Él mismo el camino- rostro, palabra y camino del destino son una imagen creada por la interpretación que hace la conciencia del hombre. Y éste es el supremo derecho que tiene la conciencia de la persona humana.

Publicado en 30 Giorni, año 1, octubre de 1983
Tradución de Inés Giménez Pecci

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