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“Cuando encuentras el camino, las cosas suceden”

John Waters
14/02/2011

En un diálogo público en Dublín, John Waters habla de su “encuentro” con el libro de Giussani, el “más revolucionario” que nunca haya leído, porque le ha permitido “volver a ver”. Una ayuda para el trabajo de la Escuela de Comunidad

Me tropecé, mejor dicho, me topé con este libro de una manera preciosa. Creo que, cuando encuentras el camino adecuado, las cosas suceden muy deprisa, empiezan a suceder. Por lo que respecta a mí, cuando me topé con este libro yo estaba recorriendo un camino que, en cierto modo, me estaba llevando hacia atrás, hacia el lugar del que venía. De niño, era profundamente religioso. Luego me fui alejando, me dejé llevar por lo que creía que era el mundo moderno, la naturaleza de la lógica del mundo moderno. Al cumplir los veinte años, me parecía inevitable el hecho de que el cristianismo en el que yo me había criado ya no podía, no era capaz de resistir frente a una cultura como aquella en la que me había embarcado, que me atraía tanto, con su peculiar imagen de la libertad, que a primera vista resultaba tan atractiva. No había color. No podía soportar ese moralismo y sentimentalismo en la relación con Cristo que yo había recibido de aquella versión del cristianismo. Aunque cuando era niño me parecía muy real –en el sentido de presencia y de relación-, sencillamente se había venido abajo frente a todo lo que yo creía saber en aquel momento.
Tuve entonces una experiencia particular en mi vida, que me obligó a afrontar mi forma de ser, de manera imprevista e inevitable, debido a mis problemas con el alcohol. Esto me enseñó a mirarme a mí mismo, y me demostró la falsedad de algunas de las convicciones que yo tenía sobre mí mismo y sobre la realidad. Yo no era una especie de máquina en medio de la realidad, que ya estaba cargada y lista para abrirse paso en la vida hacia una meta que yo podía elegir a mi gusto.
Después de aprender esto, empecé a estar más abierto y descubrí más cosas. Entre ellas, el hecho de que todo lo que me habían enseñado de pequeño, las cosas que cuando era niño daba por descontadas, se mostraban ahora muy útiles para mí. Y es en ese momento cuando conocí a Giussani y El sentido religioso.
Curiosamente, lo que primero me atrajo del título no fue la palabra “religioso” sino la palabra “sentido”, ¿qué podía significar “sentido religioso”? ¿Era como un sexto sentido? Nosotros vemos, oímos, hablamos, ¿qué era ese otro sentido “religioso”? ¿Algo nuevo? Con esa idea en mi cabeza tomé el libro entre manos y empecé a leerlo.
Giussani, en cierto sentido, prepara el terreno para guiarnos hasta un punto dentro de nosotros mismos. Nos guía a través de la cultura, con un sentido de la cultura verdaderamente enamorado de la inmoralidad que yo era. Pero la idea de que uno ensanchaba su razón al acercarse a Cristo me parecía una contradicción. Nuestra cultura nos dice justo lo contrario: que el conocimiento se define por la negación de Cristo.
Sólo después de leer las primeras 99 páginas, durante la lectura de las páginas 100 a 145, tuve una iluminación: aquél era probablemente el libro más revolucionario que había leído nunca. Movía algo en mí que me llevaba hasta el punto de origen de mi vida, me invitaba a mirar toda mi vida de un modo distinto, como si pudiera revivirla a partir de una conciencia distinta, de una autoconciencia nueva.
Éste es el párrafo que me hizo ponerme en camino. En cierto modo debería ser el comienzo del libro, aunque entiendo que no lo sea. Pero verdaderamente es el punto de partida sustancial del libro. En realidad, el libro parte de los conceptos de razón, racionalidad, moralismo, y de todos esos obstáculos que nuestra cultura (incluida nuestra cultura religiosa) interpone entre nosotros y nuestra autoconciencia.
El párrafo que me habló con esta claridad, explicándolo todo de mí, dice así:
“Ante todo, para hacerme entender, recurriré a una imgen. Suponed que nacéis, que salís del seno de vuestra madre, con la edad que tenéis en este momento, con el desarrollo y con la conciencia que tenéis ahora. ¿Cuál sería el primer sentimiento que tendríais, el primero en absoluto, es decir, el primer factor de vuestra reacción ante la realidad? Si yo abriera de par en par los ojos por primera vez en este instante, al salir del seno de mi madre, me vería dominado por el asombro y el estupor que provocarían en mí las cosas debido a su simple ‘presencia’. Me invadiría por entero un sobresalto de estupefacción por esa presencia que expresamos en el vocabulario corriente con la palabra ‘cosa’. ¡Las cosas! ¡Qué ‘cosa’! Lo que es una versión concreta y, si queréis, banal, de la palabra ‘ser’. El ser, no como entidad abstracta, sino como algo presente, como una presencia que no hago yo, que me encuentro ahí, una presencia que se me impone. El que no cree en Dios no tiene excusa, dice san Pablo en la Carta a los Romanos, porque debe negar este fenómeno original, esta experiencia original de lo ‘otro’. El niño la vive sin darse cuenta, porque todavía no es consciente del todo; pero el adulto que no la vive o que no la percibe, como hombre consciente es menos que un niño, está como atrofiado”.
Pero incluso este párrafo se podría interpretar de forma equivocada, desde una suerte de moralismo que una y otra vez nos empuja a hacer “cosas justas”, a ser buenos “cristianos”, a ver la verdad, la luz. Pero no es eso lo que dice. Giussani nos quiere llevar al punto de origen de nosotros mismos, nos invita a volver a ese punto para que podamos ver realmente, para que podamos recuperar el estupor, que es la posición adecuada en nuestra relación con la realidad, el estupor que causa ver el mundo como verdaderamente es, no como imaginamos, como un fenómeno sobrenatural o una realidad futura. No. Para que tú puedas ver la maravilla de lo que sucede ante ti, para que puedas despertar a la existencia y empezar a entender las implicaciones y evidencias que tiene, y para que, cuando busques un sentido a tu deseo, puedas tomar conciencia de lo que significa ese deseo.
Eso con lo que he luchado toda mi vida, los problemas con el alcohol, era en gran medida un problema del deseo. El problema era que nada me podía satisfacer. Ni siquiera el alcohol, por mucho que bebiera, era capaz de satisfacerme, igual que todas las demás cosas que había encontrado. Era algo que ya había intuido a lo largo de mi camino, que este deseo era algo enorme, que podía ser infinito. Y Giussani nos dice: sí, así es, infinito, y sólo el Infinito lo puede satisfacer.
De repente, empecé a adquirir una conciencia nueva de mí mismo al leer aquel párrafo. Entendí que si volviera a mi origen empezaría a recuperar esa conciencia de que todo es sorprendente, que yo exista es sorprendente, mis manos, no las he creado yo... Entonces empecé a mirar a mi alrededor y a mirar la cultura. ¿Cómo ha podido esta cultura convencerme de la banalidad de todo esto? ¿Convencerme de que mis manos son banales, que las puedo dar por descontadas? ¿Cómo ha podido esta cultura convencerme de que ya nada era posible? ¿Cómo ha podido convencerme y llevarme hasta el abismo? ¿Cómo ha podido quitarme la esperanza, llevarme a la desesperación, al escepticismo? No es posible. Ahora puedo moverme por mí mismo y mirar hacia afuera por primera vez, como si saliera del vientre de mi madre, y mirar todo lo que tengo delante como si no lo hubiera visto nunca antes. Y cuando lo hago, hablo con otras personas, con grupos de personas en cualquier país, y les invito a hacer lo mismo, les invito a volver a nacer, no como si fuera el día siguiente a su nacimiento, sino nueve meses antes.
Fui concebido el día en que mi padre cumplía cincuenta años. Lo supe porque cuando nació mi hija empecé a preguntarme cuántos años tendría mi padre cuando yo nací. Y me preguntaba cómo estaría yo cuando atravesase ese umbral, cuando fuera más viejo de lo que era mi padre cuando yo vine al mundo. Fue así como descubrí que fui concebido el día del 50 cumpleaños de mi padre, el 4 de septiembre de 1954. Pensé entonces que, si pudiera volver al día 3 de septiembre de 1954, me quedaría en aquel instante y pondría a prueba lo que me ha sido presentado como “razón”, como razonamiento científico empírico, que se ofrece como explicación de cada cosa y por tanto también de mi propia persona. Así que vuelvo atrás, al 3 de septiembre de 1954, y veo cómo se me presenta, y me pregunto, en ese momento, ante lo que podemos describir como realidad (nada, abismo, vacío, lo que se quiera), ¿qué puede pasar? ¿Qué puede pasar ahora? ¿Qué puedo ver? ¿Qué puedo saber? ¿Qué puedo imaginar? ¿Qué puedo esperar?
Cualquier cosa que podáis imaginar, si lo habéis hecho, sería errónea, porque donde estamos nosotros es aquí. Sin embargo, esta cultura insiste en que, al final, nada es posible, nada excepto una noche larga y tenebrosa. Desde el principio, este libro nos lleva hacia la cultura, nos muestra cómo esta pesadilla de irracionalidad ha sido creada por nuestra cultura, que nos presenta una imagen de nosotros mismos, de nuestra realidad, de nuestro futuro, que resulta sencillamente insensata, irracional. Giussani nos muestra cómo estamos tan condicionados que lo damos por supuesto, lo consideramos obvio. Y luego nos guía a través de la historia del cristianismo. Nos lleva de la mano; con Juan y Andrés encontramos a Cristo por el camino. Y después nos muestra cómo lo único que este mundo nunca ha visto, soñado ni imaginado como correspondencia, correspondencia a este deseo infinito, está en el corazón de esta historia, la del nacimiento, muerte y resurrección de Cristo. Éste es el único hecho que responde a nuestra intuición, a nuestro deseo, a nuestra certeza de niños, que están allí a la espera, dependientes, conscientes, más sabios de lo que podríamos llegar a ser nunca.
Es un libro extraordinario. No habla de religión, y esto es lo más sorprendente. Habla de la realidad. Es un libro que demuestra que no existe separación entre realidad y religión, son lo mismo. Y muestra hasta qué punto es absurdo pensar que la religión pueda quedar recluida a los domingos, o a un cierto tipo de prensa o a determinadas franjas horarias en la radio o en la televisión. No, “esto” es religión (al decir “esto” da dos golpes en la mesa). Nosotros somos religiosos. Cómo nos definimos, cómo nos describimos, eso no importa. Yo hoy me puedo definir como ateo. No importa. Yo soy religioso. Y si mañana dijera que he decidido ser ateo, tú podrás decirme: “Te equivocas, tú mismo lo has dicho, eres religioso”. Y lo soy. No puedo cambiar esta realidad: soy creado, soy dependiente, soy mortal.
Sólo al redescubrirme a mí mismo en este contexto, puedo encontrar la paz en este mundo. El futuro no importa. La eternidad ha empezado ya; este viaje que ha empezado y que, en un momento dado, terminará. Eso es todo. Por eso Giussani no se limita a presentar el cristianismo. Hace esto. No cambia nada, sencillamente nos lo pone delante de una forma despojada de ornamentos, y al mismo tiempo nos ofrece una lectura del contexto cultural en que vivimos, que nos bombardea con ciertas imágenes de nosotros mismos que nos dicen que el escepticismo es una respuesta razonable, que el pesimismo es una respuesta razonable, que la desesperación es una posición inteligente. Giussani nos enseña a despertar nuestra razón, instante tras instante. No es algo que sucede ahora y se queda en nosotros para siempre, es algo que vuelve a suceder en cada momento, y en cada momento nos amenaza la invasión de la cultura. En cada momento debemos volver a ser despertados, reconducidos para ver, para decir con Giussani: abre mis ojos.
Giussani nos ha dado los instrumentos para volver a empezar cuando nos sintamos perdidos. Nos ha dado el mapa para volver a encontrarnos una y otra vez. Por eso digo que El sentido religioso es el libro más importante que he leído nunca.

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Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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