Con ocasión del V aniversario del fallecimiento de Don Giussani, fundador del Movimiento Comunión y Liberación, el Cardenal Rouco Varela, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, dijo en la homilía de la misa celebrada el pasado lunes, que don Giussani “fue un hombre del Papa, y Comunión y Liberación un movimiento fiel a la Iglesia”. Y subrayó que a principios de los años 70, “no era fácil”, menos aún, bajo las indecisiones existentes sobre el significado de Cristo y la negación por parte de muchos de su afirmación de ser Hijo de Dios.
Cuantos hemos tenido la suerte –la gracia en cristiano- de haberle conocido y leído sus escritos, sabemos que el fundador del Movimiento Comunión y Liberación se implicaba directamente con lo que proponía y llamaba a cuantos le conocían a compartir su vida y la de sus amigos. Su arte pedagógico consistía en proponer con su misma vida, en su misma persona, el acontecimiento de Cristo.
El ingenuo atrevimiento del que hablaba tantas veces don Giussani lo encarnaba personalmente cuando introducía a sus alumnos en el cristianismo leyendo los versos del poeta ateo Leopardi y escuchando las sinfonías de Beethoven. Y es que, como explica José Luis Restán, “sus polémicos alumnos comprobaron muy pronto que su profesor no quería hacerles trampas, y que estaba dispuesto a aceptar, con la experiencia de su fe, cualquier desafío que le plantearan. Porque si la fe cristiana no se reconoce como la respuesta plena a la exigencia de lo humano está llamada a desaparecer o a reducirse a mera regla moral, a barniz cultural o a mera consolación”.
Dijo en una ocasión el Cardenal Scola, arzobispo de Venecia, que “Si la educación es un arte, don Giussani fue sin duda un genio en este arte. El gran enemigo de la educación es la incapacidad de arriesgar. No es una cuestión de fragilidad o de contradicción; es la incapacidad de dejarse interrogar por todo, especialmente por lo imprevisto. En este sentido, la educación es lo contrario a una técnica. Lo más impresionante de mi relación con don Giussani es que cientos de veces empezaba a escucharle con escepticismo, triste y lejano, y él siempre conseguía mover mi corazón y mi razón”.
Porque educar, enseñar, proponer, no responde sólo al deseo de saber, sino a la necesidad de vivir. Por eso los verdaderos educadores, como don Giussani, ejercieron, ejercen y ejercerán siempre una impagable paternidad.
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