Yo nunca he propuesto a nuestra hija participar como voluntaria en la Jornada de Recogida de Medicamentos del Banco Farmacéutico, pero el año pasado, animada por sus amigas, lo hizo con ellas.
Este año la Jornada coincidía con su cumpleaños y al final decidió participar con dos amigas en El Molar, lugar en el que vive una de sus amigas y en el que participaba una farmacia nueva. Me contó que todo había ido muy bien ya que la gente del pueblo colaboraba bastante.
Hablando después con mi madre y con ella, me preguntó: «¿no se podría hacer de otra manera más sencilla, sin los voluntarios, y recogeríamos lo mismo seguramente?».
Esa es una pregunta que nos han hecho y que nos hemos hecho muchas veces. Ya que preparar una Jornada nos supone seis meses de trabajo, además de nuestras tareas habituales, y en un día gestionar 141 farmacias, 23 coordinadores de zona y 250 voluntarios.
Una de nuestras amigas, coordinadora de una zona de farmacias, nos escribió esto al finalizar la Jornada:
«Para mí ha sido muy bonito ver a la gente haciendo el bien. Y te cuento que me asomaba al pensamiento, el viernes y el propio sábado, la duda de si merecía la pena tanta movida y tanto esfuerzo (sobre todo el vuestro) para recaudar unos cuantos medicamentos cuyo coste quizá podría recaudarse en una colecta más sencilla. Pero me daba cuenta, sobre todo el propio sábado, visitando a los voluntarios y farmacéuticos (y con algunos incluso compartí esta reflexión), que el valor de esta iniciativa no está solo en los medicamentos que se recogen, sino en las relaciones personales que se establecen, en la conciencia que se te abre hacia los demás, hacia las necesidades de las personas que atienden las entidades y sobre todo hacia los voluntarios que en ellas trabajan, y los del propio Banco Farmacéutico. Ver en acción a esta gente “tan buena” te despierta el corazón y te dan ganas de ser mejor. Y te das cuenta de que en la vida uno necesita cubrir muchas necesidades (entre ellas las medicinas) pero sobre todo necesita una compañía. Yo estoy en esto por vosotros. Gracias».
Esto nos lo testimoniaba también una joven que, después de tomar algo con nosotros, nos dijo que «pensaba que la sociedad en la que vivimos era egoísta pero, después de ver tantos gestos gratuitos, esto me da esperanza».
Y así es también para mí, que veo cada vez más claro que lo que necesita ver mi corazón es esa gratuidad en acción y que así llegue a mi hija, a esa joven y a todos los que colaboran ese día. Para que así, algún día, ellos puedan decir, si Él quiere: es Cristo quien actúa.
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