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«Aquí ayudo a gente que me enseña a vivir»

Alfonso Fossà
12/05/2015
Campo de refugiados en Erbil.
Campo de refugiados en Erbil.

Erbil es una ciudad moderna, en continua expansión. Hay decenas de barrios nuevos, con edificios y pueblos en gran parte deshabitados, símbolos de la tensión ante el futuro que vive esta nación sin Estado. Lo cierto es que la gente de Erbil está dispuesta a afrontar el presente, el drama imprevisto que su historia les ha impuesto. Cuando el Isis invadió la llanura de Nínive empezó el éxodo de los cristianos del norte de Iraq, un barrio cristiano como Ankawa, de 40.000 habitantes, acogió a 60.000 refugiados. No había ni un metro cuadrado libre, la gente se instalaba por todas partes, en los jardines, en los parques, en las iglesias, en las escuelas, en las aceras. «Se hizo un enorme esfuerzo de acogida». Esto es lo primero que vio al llegar a Erbil Alfonso Fossà, médico jubilado, que después de diez años de misión en África ahora colabora con AVSI en un proyecto en los campos de refugiados del Kurdistán iraquí.

Llegó por primera vez en febrero con un equipo de AVSI para hacer, junto a los responsables del Patriarcado caldeo y Cáritas Iraq, un reconocimiento de las necesidades a las que dedicar los fondos de la campaña del año pasado. «Vi a gente que estaba allí desde agosto», relata. «Pero no parecía que estuvieran sufriendo. En ellos no había ni una sombra de rabia, ni siquiera un lamento. Una actitud que veía continuamente, como si fuera el clima de allí. Me preguntaba qué podía hacer posible aquello».

La respuesta la encontró al final de aquel viaje, ante el arzobispo de Mosul, monseñor Amel Shamon Nona. «Se puso a contarnos detalladamente todo lo que él había vivido». La llamada de un querido amigo suyo sacerdote, al que no pudo responder en aquel momento, y cuando le devolvió la llamada resultó que el teléfono sonaba en el vacío: le habían matado. Las horas de aquella noche, entre el 5 y el 6 de junio de 2014, las pasó avisando a los cristianos de Mosul de que el Isis les invadiría al amanecer. Luego llegó aquella riada de miles de personas que se pusieron en camino para recorrer setenta, ochenta kilómetros por el desierto, donde muchos ancianos se quedaron por el camino y algunos niños se perdieron para siempre.

«La persecución adquirió tintes sangrientos después de 2003, tras la caída de Saddam», le dijo Nona. «Luego se agudizó con el Isis, pero aunque el mundo ahora no se acuerde, nosotros somos perseguidos desde hace 1.400 años». Cuando le preguntaron qué podían hacer por ellos, respondió: «Vivid como buenos cristianos. Nos basta con eso». Fossà le miraba («en él no había ni rastro de rabia»), y pensaba en la Carta a los cristianos de Occidente que el teólogo checoslovaco Jozef Zverina escribió durante el régimen, en 1970, para recordar a sus hermanos del otro lado del muro su verdadera identidad, ya olvidada. «Nona me aclaró la actitud que había visto entre la gente, todas aquellas personas como compactadas en una unidad, sin sombra de odio ni lamento, a pesar de la gravedad de su situación. El arzobispo es el guía de un pueblo que vive como él: hombres, mujeres, jóvenes y niños que están viviendo su misma experiencia».

Los rostros y voces que le sorprendieron eran muchísimos. Una monja anciana que caminaba por el medio de un campo de refugiados buscando niños con los que poner en marcha una escuela maternal ese mismo día. Las dominicas siro-católicas, que tuvieron que huir exactamente igual que su gente, y que viven en las mismas condiciones que ellos. Sor Diana, de gran finura intelectual, profesora de Espiritualidad en el seminario caldeo de Erbil, que puso en pie dos ambulatorios ambulantes en sendas caravanas, buscando entre los refugiados a médicos y enfermeros, buscando la manera de conseguir medicinas... «Tienen 300, 400 pacientes al día. Es impresionante ver cómo estas religiosas viven la maternidad en medio de la gente».

Mientras tanto, desde marzo, Cáritas ha alquilado algunos apartamentos en Ozal, uno de los barrios nuevos de la ciudad, casi 125 casas, con dos o tres familias en cada una, para que poco a poco puedan ir dejando las tiendas de campaña. «AVSI abrirá una base para gestionar varios proyectos, desde el alquiler de viviendas a la escuela materna de las monjas, las medicinas para los ambulatorios», continúa Fossà. «Se ha abierto un capítulo verdaderamente excepcional para nosotros. Sobre todo para mí. La posibilidad de ayudar a gente de la que aprendo a vivir». Es un don que le conmueve. «Antes, no quejarme era un propósito moralista. Ahora es una mirada nueva, sobre las cosas y sobre mí mismo. Es verdad, en cuanto algo no funciona, solemos llevar a Dios ante los tribunales. Ellos no. Se les ve en la cara». Es una «humanidad nueva» la de los cristianos en estas tierras, capaz de re-generar a todo el resto de la población, «por contagio», dice. «Aquí no hay desesperación. Si los periodistas escriben lo contrario, es porque la desesperación está en su cabeza. En la gente no está».

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