Un cardenal que se conmueve al relatar un episodio de su experiencia; un pedazo de bosque, con olor a humedad y cantos de pájaro, en medio de un pabellón enorme; un ponente que, agradecido, se detiene un momento durante su intervención para llenar de agua el vaso de su traductora; un periodista agnóstico que afirma convencido que lo que más le interesa a la gente es el sentido de lo que hace. Hechos que pueden parecer pequeños pero que gritan a voces las razones por las que merece la pena la vida en común.
En el acto central de la XI edición de EncuentroMadrid, el cardenal Angelo Scola, autor del lema de este año, “Buenas razones para la vida en común”, destacaba la importancia del verdadero testimonio «que no tiene nada que ver con el buen ejemplo, como muchas veces pensamos. El buen ejemplo es obvio, y sirve para dar gloria a uno mismo más que a Dios». Para explicar la diferencia, el arzobispo de Milán decidió narrar un hecho que le sucedió siendo Patriarca de Venecia, cuando conoció a un hombre, viudo desde hacía treinta años, que había dedicado gran parte de su vida a cuidar a su hijo, inmovilizado en una cama, incapaz de expresar lo que sentía, y por lo tanto incapaz su padre de saber si su hijo era consciente de que le estaba cuidando. Sin embargo, nunca se separaba de él, sólo un ratito los domingos, para asistir a la misa de las siete de la mañana. Don Angelo Scola le conoció poco después de que su hijo hubiera muerto. Ante él, lleno de silencio, «sólo se me ocurrió decir “Dios se lo pagará”, y él inmediatamente me contestó: Patriarca…».
Silencio en el auditorio de la Casa de Campo de Madrid. «Perdonad…». Un cardenal conmovido tiene que detenerse un momento para dar un sorbo de agua y poder continuar. Tal es el ímpetu de la verdad, que cuando sucede le llena a uno de estupor. «“Patriarca, he aprendido qué es el amor”. En eso consiste el verdadero testimonio: un conocimiento nuevo y completo de la realidad, y su comunicación».
Algo parecido sucede al entrar y salir de la exposición “Hermana Madre Tierra”, tal vez una de las más sencillas de la historia de EncuentroMadrid, pero que sin embargo hacía suceder un cambio en la mirada de aquellos que se acercaban a contemplar esas imágenes. «Cómo me gustaría empezar a mirar así las cosas que hasta ahora me han parecido obvias», he oído decir a varias personas después de visitar esta exposición, entre ellas dos niños de apenas diez años. Porque la verdad, cuando sucede, se reconoce fácilmente, y fácilmente suscita el deseo de empezar a mirar al otro como un bien.
“Mirar al otro como un bien”. Esta frase fue el punto de partida en una mesa redonda dedicada a analizar la situación actual española. Algo que no se hace en nuestro país desde hace mucho tiempo, aunque últimamente se ha vuelto a contemplar como posibilidad y como «anhelo», como decía César Nombela, rector de la Universidad Menéndez Pelayo, tras la muerte de Adolfo Suárez. El anhelo de encontrarse con los otros y el anhelo de la confianza, «que se ha desvanecido, que ya no es un factor en las relaciones», apuntaba Fernando Abril, consejero delegado del Grupo Prisa. Tal vez eso explique por qué el periodista de El Mundo Pedro Gª Cuartango recibe tantos comentarios cuando escribe sobre cuestiones personales y casi ninguno cuando dedica sus columnas a la actualidad política. “La gente está hastiada del columnismo político y tertuliano. Lo que realmente les importa son otras cosas: el sentido de la vida, el sentido de lo que hacemos”. O en palabras del escritor Jon Juaristi, “tenemos que conocernos un poquito mejor”.
El mismo anhelo que se percibe cuando se habla de educación. «Un profesor debe amar con pasión lo que hace, la materia que enseña. Sólo así lo que tienen que estudiar los chavales podrá tener un sentido para ellos», afirmó José María Alvira, secretario general de Escuelas Católicas, en una mesa redonda con el profesor italiano Franco Nembrini: «El drama de la educación actual no es que falte la fe, es que falta la condición para la fe, es decir, el sentimiento de la realidad, la percepción de la realidad».
Ya lo habían apuntado en el acto inaugural el diputado Eugenio Nasarre y el senador italiano Mario Mauro cuando afirmaban que las elecciones europeas del próximo 25 de mayo son un momento decisivo, donde se juegan las razones de ser de la Unión Europea, porque falta «el sentimiento profundo de nuestra unidad. Un sentimiento que no es una cuestión sentimental sino una forma de percibir la realidad». Un sentimiento que es una razón, que pone en movimiento al hombre, que le cambia y le hace narrarse, relatarse, en todos los ámbitos. «Hace falta es un nuevo relato europeo», señalaba Nasarre, «un relato que yo no tengo terminado, pero del que sí tengo el primer capítulo, que está en el origen de Europa».
Primeros capítulos, como el de la plaza de Maidán o como el de la habitación de aquel padre que durante décadas ha cuidado de su hijo. Unos son más visibles, otros permanecen ocultos, pero su acento de verdad coincide en que al relatarse hacen conmoverse al más pintado. ¿Pero no será una utopía? Responde el profesor ucraniano Constantin Sigov: «¿Por qué vosotros seguís haciendo EncuentroMadrid? Por la misma razón, nosotros no queremos dejar que se pierda lo que ha nacido en Maidán».
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