Cuatro monjas trapenses decidieron, hace ocho años, fundar su monasterio benedictino en Siria, en los campos que se extienden en la frontera con el Líbano. Aunque la zona en la que residen y trabajan es relativamente más tranquila que el resto del país y hay militares que defienden a la población de los rebeldes, el clima sin embargo es muy tenso. Sobre todo después de que los extremistas islámicos de Jabat Al Nusra secuestraran el pasado mes de febrero no sólo a dos sacerdotes, uno armenio católico y otro griego ortodoxo, en la carretera que conduce de Alepo a Damasco, sino también a dos obispos de la “capital del norte”, el sirio ortodoxo Gregorios Yohanna Ibrahim y el griego ortodoxo Boutros Yazigi. Las voces que sostenían que los dos patriarcas habían sido liberados revelaron pronto su falsedad. La comunidad cristiana de Siria está viviendo un momento de gran dolor, como relata una de las monjas que viven allí desde 2005.
Existen lugares menos peligrosos en Siria para fundar un monasterio. ¿Por qué han elegido precisamente éste?
Nuestra orden tiene una relación muy especial con la tierra, porque el trabajo manual, especialmente agrícola, es central en nuestra vida. Aquí vivimos separadas del país, en un pequeño monasterio inmerso en el campo.
Pero Siria no es sin duda el único lugar del mundo donde hay campo.
Hemos querido emprender esta “aventura” para seguir el ejemplo de nuestros hermanos del monasterio de Tibhirine, en Argelia, que para permanecer al lado de la población – en gran parte musulmana – con la que habían establecido un vínculo profundo, decidieron no abandonar el monasterio a pesar de las amenazas de los terroristas musulmanes que finalmente les asesinaron.
¿También ustedes tienen un vínculo con la población de la zona?
Sí, es propio de nuestra orden tratar de establecer, con las personas que habitan en la zona donde se implanta el monasterio, una relación fructífera, de colaboración y de diálogo.
¿Eligen entonces voluntariamente vivir en lugares donde los cristianos son una minoría?
Exactamente. Aquí la población es predominantemente musulmana chiíta, pero también hay sunitas y alauitas. Estamos geográficamente en una encrucijada.
¿Cómo tratan de entrar en diálogo?
De la forma como se hace en nuestra orden: fundando un monasterio, viviendo la vida trapense y estableciendo relaciones de amistad con las personas a las que conocemos y con las que vivimos.
¿Cómo ve la población local su “misión”?
En realidad, el gran problema ha surgido ahora. Hasta hace dos años, los miembros de las distintas religiones estaban acostumbrados a convivir durante siglos pacíficamente, en amistad, vecindad y colaboración, sin plantearse demasiados problemas si uno era musulmán o cristiano.
¿De qué modo han cambiado ahora las cosas?
Durante los últimos dos años los rebeldes han insinuado por primera vez en el corazón de esta gente un sentimiento de hostilidad hacia los grupos religiosos o étnicos distintos al propio, haciendo así que las cosas se precipitaran. La gente de a pie, la gente normal con la que vivimos ahora ha empezado a mirarse con sospecha, mientras que hasta hace poco tiempo vivían totalmente de acuerdo.
La región en la que viven aún es bastante tranquila, pero si las cosas se siguen precipitando, ¿qué harán?
Nosotras simplemente estamos aquí, abiertas y con disponibilidad, como dicen nuestra Regla. Hay que ver qué sucede, tal como están las cosas no se pueden hacer previsiones, pero nuestro intento es el de permanecer al lado de la población, que nos agradece el hecho de no habernos movido de aquí.
Para saber más, los reportajes publicados en Huellas sobre este monasterio: “Guerra y destino” en octubre de 2012 y “Las hermanas de Siria” en junio de 2011.
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