Sábado 17 de octubre. Centro Comercial La Vaguada, 9 de la mañana. Alcampo tiene hoy una visita especial. Banco de Solidaridad desarrolla su recogida de alimentos en este comercio. Quienes aquí van a comprar serán invitados a colaborar con el Banco. A la entrada de Alcampo los voluntarios les informan de que hoy se recogen alimentos no perecederos. Quienes se lo dicen también les explican que una vez al mes les llevan una caja con este tipo de alimentos a familias con dificultades económicas. A la entrada del comercio, los clientes se encuentran con un cartel desplegable con el logotipo del Banco y a los voluntarios con el peto amarillo y una hoja que explica quiénes son y cómo pueden colaborar. A primera hora de la mañana una mujer jubilada ha terminado de hacer la compra. Se acerca a dos voluntarios que a la salida esperan con un carro donde los que quieran pueden depositar los alimentos que hayan decidido comprar para colaborar con el Banco. “Soy jubilada, no tengo mucho dinero, pero aquí os traigo unas cajas de leche y también unos dulces para que los niños a los que atendéis también tengan algo especial”, les dice.
A mediodía, la afluencia de clientes al centro se incrementa. Termina el primer turno de voluntarios y llega la furgoneta a las dársenas de La Vaguada para recoger los alimentos y trasladarlos al Colegio Newman para hacer las cajas. En el intervalo de tres horas se han llenado cuatro carros completos, especialmente con paquetes de legumbres, pasta, arroz y botes de conservas. Mientras se colocan en el interior de la furgoneta, en Alcampo una mujer acaba de terminar su compra y se dirige a la salida. No ha comprado nada pero no quiere dejar de colaborar y dona 20 euros. En otra caja, otra mujer inmigrante sí trae una bolsa con varias cajas de leche y dos paquetes de lentejas y garbanzos. “España ha hecho mucho por mí. No había cogido nada pero he vuelto a entrar de nuevo para colaborar con algo”, señala tras depositar en un carro algunos paquetes de arroz.
La iniciativa de este sábado no ha dejado indiferente a otro cliente. Uno de los voluntarios trata de presentarle la propuesta que hoy realizan, pero el hombre trata de escabullirse con gestos de desinterés. El voluntario se despide de él diciéndole que le agradecerían que colaborase con cualquier tipo de alimento, pero que también quedarían agradecidos, “faltarían más”, si no lo hiciera. Justo después pasa de nuevo a la galería comercial de la que acaba de salir. Vuelve ahora con una bolsa con dos cajas de leche y se acerca al voluntario de forma tímida. “Tu contestación me ha herido, por eso lo he hecho. En verdad, uno no se da cuenta de lo tonto que hace a lo largo de la vida”, le comenta al voluntario.
Poco después, por la misma puerta, sale de la compra María Jesús. Lo hace con dos bolsas en las que trae legumbres, leche y aceite. Poco para ella, y es que la inventiva de ver cómo se mueve la gente del Banco le ha hecho pensar que va a proponer a los vecinos de su urbanización una recogida para la gente que acaba de conocer.
Mucha suerte y gracias por todo. Es una frase que más de un voluntario ha escuchado decir a quienes les han traído alimentos, como una forma de reconocer la adecuada labor que desarrollan.
Que la caridad mueve a quienes nos encuentran lo demuestran tanto la señora que sale del supermercado con 5 bolsas de arroz, 5 de legumbres y dos botellas de leche, como quien, como un joven, deposita en el carro dos pequeñas bolsas de pasta al peso que acaba de recoger. O la madre que, una vez realizada la compra, le pide a la hija que vuelva a entrar. ¿Para qué? Había olvidado comprar alimentos a los que ahora más lo necesitan, y trae en la mano un paquete de arroz que deposita en el carro de uno de los voluntarios. O el hombre que, aunque reconoce no llegar a fin de mes, aparece con una caja de leche. También el que, tras comprar 20 kilos de legumbres y dejarlas en el carro, pregunta si pasa de nuevo para coger leche en polvo para los mas pequeños.
Pero no son sólo los clientes quienes se animan a colaborar en la recogida de alimentos. Los trabajadores de Alcampo no pueden hacer la compra, pero uno de ellos, el carnicero, no quiere dejar de colaborar. A dos voluntarias les da un par de euros “para que compréis lo que mejor vaya”. En otro lugar del supermercado, una voluntaria explica qué hace hoy el Banco de Solidaridad a una mujer que, con su niño pequeño, viene a hacer la compra. El pequeño escucha atento las explicaciones y, sin dudarlo, se dirige hacia el interior del supermercado. Trae en la mano dos tabletas de chocolate “para dárselas a los niños”, le dice a su madre desde la inocencia.
“Gracias por lo que hacéis”, es una de las frases que escuchan los voluntarios en boca de quienes les traen alimentos. En otra zona, otra voluntaria le explica a un hombre quiénes son y qué es lo que hacen. Cuando termina de comprar se dirige a ella y le comenta que “quiero colaborar con vosotros porque esto me interesa. Siempre he querido hacer algo pero nunca he encontrado qué. Tengo cinco furgonetas a vuestra disposición para transportar la comida donde necesitéis”, la comenta visiblemente agradecido.
El Carrefour Express del barrio madrileño de Usera fue otro de los lugares en los que el Banco recogió alimentos y del que salieron agradecidos clientes y voluntarios, como comenta uno de ellos: “Creo que no exagero si digo que ocho de cada diez personas compraron algo. Muchas personas (inmigrantes, jubilados…) salían con una bolsita enana en una mano con su compra y varias bolsas o cartones de leche en la otra para dejarnos. Se notaba que era gente que llega pillada a fin de mes. Uno confesó tras dejar su aportación que él tiene que comer a menudo en comedores sociales”.
Otra de las voluntarias también muestra su sorpresa y agradecimiento por la jornada celebrada en este centro comercial: “Empezó a llegar la gente y las cajas a rellenarse. Lo que nos impresionó a todos fue que los que daban más eran los que menos tenían, ancianos, mujeres solas, enfermos, personas latinoamericanas. Un señor en silla de ruedas sólo hizo la compra para nosotros y nos dio mucha comida. Muchas mujeres nos daban un paquete de arroz o de pasta, nada más, pero fue muy conmovedor”.
Desde el Alcampo de La Laguna, en Tenerife, un voluntario destaca que “nada más entrar me sorprendió la cara de alegría, sorpresa e ilusión que tenía aquella gente que llevaba la mañana recogiendo alimentos, quise pegarme a ellos para saber qué es lo que les había pasado para estar así y me empezaron a contar la cantidad de experiencias con muchas personas y familias donde mostraban una gran gratuidad, entrega y caridad, la causa por la que allí estábamos. Gente que apenas tenía para ellos e incluso se habían negado en un primer momento a coger la bolsa verde, después aparecían con algún alimento para ayudar”.
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