Me llamo Andrea, trabajo en el sector termohidráulico, mi mujer se llama Cristina y tengo la gracia de tener tres hijos.
Empecé un gesto de educación en la caridad, o como me enseñó a llamarlo don Giussani, una “caritativa”, cuando comencé a estudiar en la Universidad de Milán. En aquellos primeros días, conocí a unos chicos en la facultad de Química cuya humanidad, la manera en que estudiaban, cómo se trataban entre ellos, cualquier aspecto de la vida, me dejó fascinado. Un día,estos nuevos amigos, me invitaron a pasar con ellos el domingo por la tarde haciendo “caritativa” en una enorme institución que acogía a minusválidos. Yo me apunté sin dudarlo, asombrado y lleno de curiosidad por conocer cuál era el origen de su humanidad, tan distinta, y así empecé a experimentar hasta qué punto es verdad que la caridad educa la vida.
Hoy soy el presidente de la Federación Nacional Bancos de solidaridad. Lo que no es más que grupos de personas, que en muchos casos han creado una asociación, y que deciden educarse en la caridad cristiana compartiendo la necesidad de los más pobres, a través del sencillo gesto de llevar un paquete de alimentos, al que solemos llamar “la caja”, a casa de familias o personas que atraviesan graves condiciones económicas y a las que le cuesta procurarse el alimento. Tratamos de ser fieles a una periodicidad determinada, unos 15 días, y vamos en parejas para recordarnos más facilmente la finalidad del gesto.
En la actualidad hay 160 Bancos de solidaridad y, sobre todo en los últimos 5 años, han vivido un enorme crecimiento. Estimamos que, por lo bajo, se atiende a alrededor de 35 mil familias y son cerca de 6 mil las personas que dan gratuitamente su tiempo a esta obra.
La mayoría de los alimentos de los Bancos de solidaridad son proporcionados por la Fundación Banco de Alimentos, que desde siempre nos ha sostenido y nos ayuda.
Personalmente conocí la realidad de los Bancos de solidaridad unos 9 años después de ese primer día en la universidad, y supuso para mí el mismo encuentro fascinante. Aquí “la humanidad distinta” tenía la apariencia de un grupo de familias jóvenes como la mía, que en cierto momento me propusieron como caritativa llevar periódicamente algo de comida a una familia muy pobre que vivía en una granja derruida del barrio milanés de la Bassa.
Han pasado ya más de 20 años desde aquel encuentro en la universidad y hoy, a los 41 años, sigo llevando la caja porque no puedo pasar sin ello. Necesito un gesto que me enseñe a mirar lo que soy verdaderamente: un pobre hombre con un gran deseo de felicidad en su corazón que ha sido abrazado gratuitamente por otro hombre, el único que puede responder a ese deseo sin decepcionarte: Cristo.
La vida se afronta de una manera distinta a la de antes cuando los días se empiezan con esta conciencia sobre uno mismo; las circunstancias, las cosas que suceden son siempre las mismas, pero empiezo a mirarlas esperando que ese pedacito de la realidad sea la ocasión de que Cristo vuelva a abrazar mi pobre vida.
Como soy el responsable a nivel nacional de esta obra, a menudo tengo ocasión de conocer a muchos amigos que han sido educados por estos gestos de caridad. Quisiera recordar brevemente dos encuentros que he tenido en los últimos meses porque dan testimonio mucho mejor de lo que pueda hacerlo yo del valor de la caritativa.
El primero fue hace unos meses. Después de una asamblea, una señora me coge del brazo, me lleva aparte y me dice: «Mire, estoy casada con un terrorista, y después de que lo metiesen en la cárcel he pasado unos años terribles, sola con mis hijos pequeños, sin dinero... había llegado a no salir de casa por miedo y vergüenza. Un día llaman a la puerta -algo muy raro en aquellos años- dos señoras que me miran y me dicen: “Sabemos que está pasando algunas dificultades. Si quiere, podemos venir a verla cada 15 días y le traemos algo de comida”. Después de unos meses en los que puntualmente esas nuevas amigas venían a verme, me di cuenta, a través de su ternura y atención, que el que entraba por la puerta dos veces al mes era el Señor, que venía a decirme: “Te amo”. Desde ese día todo ha cambiado porque los delitos de mi marido ya no eran el factor decisivo para mis hijos y para mí, lo que dominaba era el amor de Dios a nuestras vidas a través de todos estos nuevos amigos». Entonces le pregunté: «¿Y ahora tú llevas la caja?». Y ella me respondió: «Desde hace años». «¿Por qué lo haces?». «Para agredecer a Dios que haya venido a buscarme y para recordarme que yo no soy otra cosa que el objeto de Su gran amor».
El segundo hecho es el encuentro con Barbara, una chavala de 16 años que proviene de una tradición situada en las antípodas de la cristiana y que, despues de haber llevado su segunda caja, escribe esto a Marco, el amigo que le había propuesto el gesto: «Hola Marco. Esta noche llevar la caja ha sido distinto. Parecía que estaba en casa, y no lo digo porque hayamos comido con la familia. Me sentía libre, sin el embarazo que sentía la primera vez. Cuando luego, mientras nos íbamos, la señora nos ha dicho que el regalo más grande que podíamos hacerle a la pequeña Sara por su cumpleaños era el de habernos quedado a cenar con ellos, se me ha abierto el corazón y al instante siguiente me ha nacido una pregunta: “¿Cuál es el regalo más grande que me ha sucedido a mí?”. Conocer esta compañía, y en ella personas como tú, que vivían y viven de manera distinta y que día a día me ayudan a mirarme según lo que soy: una chica que sin Cristo no sería nada. Y vosotros sois así por Carlo, que es así por sus amigos de Lecco. Y así hasta hace 2010 años. El mejor regalo que puedo hacerle a Sara es abrazarla como me han abrazado a mí. He vuelto a casa llena, y me voy llena a la cama. Si ahora te digo que la caja me llama a mirar lo que verdaramente necesito, no significa que cada vez que la llevo automáticamente sea así. Sin embargo, esta noche me he dado cuenta.
Y también reconozco que no es porque yo sea estupenda, lo seas tú, o Beatriz... Es Cristo el que ha hecho y hace posible toda esta belleza. Y no hablo de Cristo porque tú lo hagas. Hablo de Cristo porque era evidente que estaba Él. Estaba como en el campamento, como en Módena, como en la Colletta, como en la Birra, como con Martina, con Andrea, con la Chicca, con Roberta, como en escuela, como siempre. Porque es así. Siempre. ¡Qué gracia más grande! Barbara».
No puedo terminar sin dar gracias a Dios por haberme tomado, a mí, tan mezquino, y haberme hecho conocer la compañía que ha nacido del carisma de don Giussani, en la que se me educa continuamente a reconocer quién soy, y a verificar la belleza de la vida cristiana, es decir, la posibilidad de la alegría dentro de cada circunstancia porque es un lugar y una posibilidad de relación con Cristo.
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