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RESEÑAS

La infancia de Jesús

José Miguel García
04/12/2012 - La Biblioteca del Año de la fe

“He tratado aquí de interpretar ahora, en diálogo con los exegetas del pasado y del presente, lo que Mateo y Lucas narran al comienzo de su Evangelios sobre la infancia de Jesús” (p. 7). Benedicto XVI explica de este modo la modalidad que ha elegido para escribir este libro. Estamos ante el tercer volumen de su gran obra Jesús de Nazaret, bastante más breve que los anteriores, y que lleva por título La infancia de Jesús. Del capítulo segundo al cuarto, el Papa estudia los relatos de la infancia que tenemos en los evangelios canónicos, mientras que en el primero nos pone delante del Misterio de la persona de Jesús, utilizando para ello la pregunta de Pilato, “Pero, tú ¿de dónde eres?”, y su genealogía. En este libro reaparece la gran preocupación que manifestaba en el proemio de su primer volumen: mostrar el verdadero Jesús, sostener la fe de los cristianos en Jesús: “Espero – dice el Papa – que, a pesar de sus límites, este pequeño libro pueda ayudar a muchas personas en su camino hacia Jesús y con él” (p. 8).
Benedicto XVI, pues, escribe pensando en todo nosotros, no exclusivamente en los implicados en el trabajo exegético. Su preocupación es acercar la persona de Jesús a los hombres de hoy. En realidad ésta debería ser la finalidad de todos los trabajos exegéticos. Como afirma el P. Le Guillou: “La exégesis sirve a la Iglesia si nos pone delante de la Presencia de Cristo”. Este gran servicio sólo puede prestarlo aquel estudioso verdaderamente enamorado del protagonista de estos relatos evangélicos y, por tanto, que vive una relación concreta y real con Él. Sin duda alguna, Benedicto XVI es uno de ellos: se deja impactar por la excepcionalidad de Jesús testimoniada en los evangelios y fascinar por la imponente belleza de su Presencia. Por lo demás, tiene la capacidad de comunicar sus conocimientos y descubrimientos de un modo brillante y ameno, facilitando enormemente la tarea del lector.
Benedicto XVI afronta con valentía las grandes cuestiones que plantean estos primeros capítulos de Mateo y Lucas, denominados por los estudiosos “Evangelios de la Infancia”. A lo largo de los años se ha ido imponiendo entre los exegetas la opinión de que estos relatos no narran historia; se suelen consideran leyendas inventadas para transmitir una interpretación teológica sobre Jesús. En las publicaciones de investigación exegética sobre estos relatos y, por supuesto, en las obras y artículos de divulgación, con frecuencia se lee la expresión “midrash haggádico” para calificarlos. O sea, estos pasajes evangélicos son una interpretación narrativa de citas o relatos del AT que se aplican a Jesús; por tanto, se trata de relatos inventados con la finalidad de transmitir una interpretación teológica de Jesús. En estos libros y artículos no es raro encontrar comentarios o explicaciones que ponen en duda la historicidad, por ejemplo, de la concepción virginal de Jesús, su nacimiento en Belén, la visita de los Magos de Oriente, la matanza de los santos Inocentes. O simplemente se da por descontado que son leyendas o relatos legendarios sin aportar ninguna prueba o argumento.
En repetidas ocasiones a lo largo del libro, el Papa defiende el valor histórico de estos relatos de la infancia de Jesús. Sirvan como ejemplo estas dos citas: “Lo que Mateo y Lucas pretendían – cada uno a su propia manera – no era tanto contar ‘historia’ como escribir historia, historia real, acontecida, historia ciertamente interpretada y comprendida sobre la base de la Palabra de Dios. Esto quiere decir también que su intención no era narrar todo por completo, sino tomar nota de aquello que parecía importante a la luz de la Palabra y para la naciente comunidad de fe. Los relatos de la infancia son historia interpretada y, a partir de la interpretación, escrita y concentrada” (p. 24). “Los dos capítulos del relato de la infancia en Mateo no son una meditación expresada en forma de historias, sino al contrario: Mateo nos relata la historia verdadera, que ha sido meditada e interpretada teológicamente, y de este modo nos ayuda a comprender más a fondo el misterio de Jesús” (p. 124).
Llega a esta conclusión después de abordar los sucesos narrados desde el punto de vista histórico y con la ayuda de las investigaciones exegéticas, teniendo en cuenta la verosimilitud de lo narrado. Su modo de razonar no sólo está libre de los prejuicios de cierta exégesis sino también se sirve de una razón abierta, en modo alguno reducida por un racionalismo raquítico. Así, respondiendo a la pregunta sobre el origen de estos relatos de la infancia, señala como fuentes tradiciones familiares que fueron utilizadas por los evangelistas para redactarlos, y señala como fuente principal para el evangelio de Lucas la misma Madre de Jesús. Y comenta: “Naturalmente, la exégesis ‘crítica’ moderna insinuará que las consideraciones de este tipo son más bien ingenuas. Pero ¿por qué no debería haber existido una tradición como ésta, conservada y a la vez modelada teológicamente, en el círculo más restringido? ¿Por qué Lucas se habría inventado la afirmación de que María conservaba las palabras y los hechos en su corazón, si no había ninguna referencia concreta para ello? ¿Por qué debía hablar de su ‘meditar’ sobre las palabras (Lc 2,19; cf. 1,29), si nada se sabía de ello?” (p. 23).
Ciertamente al ser un libro escrito como teólogo, y no con la autoridad magisterial, no todas las interpretaciones ofrecidas por Benedicto XVI serán aceptadas por los demás estudiosos. Algunas se valorarán positivamente, otras se rechazarán por inadecuadas o incompletas. Pero es innegable que el autor ha realizado con la publicación de este libro un gran servicio a la comunidad de los creyentes al introducirlos en el conocimiento de Jesús, al mostrar la razonabilidad de la fe y las bases ciertas sobre las que se apoya. También será muy útil en el mundo académico al subrayar el valor histórico de estos relatos y poner en evidencia la debilidad de ciertas posiciones consideradas como definitivas.
Las narraciones de los evangelios de la infancia desvelan el misterio de la persona de Jesús, su naturaleza divina. Seguramente uno de los más explícitos es el que cierra los dos capítulos primeros lucanos: el Niño perdido y hallado en el Templo. Benedicto XVI concluye su libro comentándolo brevemente. El evangelista hace notar la perplejidad que suscitó este comportamiento de Jesús en sus padres y la respuesta misteriosa que su madre a la pregunta dolida que le había dirigido: “¿Por qué te has portado así con nosotros?”. Tomando pie de esta escena, el Papa señala agudamente la modalidad adecuada de leer este pasaje y el resto del Evangelio, que transmite las palabras y acciones de Jesús: “La palabras de Jesús son siempre más grandes que nuestra razón. Superan continuamente nuestra inteligencia. Es comprensible la tentación de reducirlas, manipularlas para ajustarlas a nuestra medida. Un aspecto de la exégesis es precisamente la humildad de respetar esta grandeza, que a menudo nos supera con sus exigencias, y de no reducir las palabras de Jesús preguntándonos sobre lo que ‘es capaz de hacer’. Él piensa que puede hacer grandes cosas. Creer es someterse a esta grandeza y crecer paso a paso hacia ella” (p. 1430). Acoger la excepcionalidad de Jesús tal como es testimoniada en los libros sagrados y contemplarla insistentemente permite hacer el camino de la fe.

La infancia de Jesús
Joseph Ratzinger - Benedicto XVI
Editorial Planeta

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