Queridos amigos, Cristo es una presencia tan presente que nos llena de alegría y nos permite vivir cualquier situación. Nos lo testimonian todos los días nuestros hermanos perseguidos, en los que vemos cumplirse las palabras de Jesús a san Pablo: «“Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad”. (...) Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2Cor 12, 9-10). Somos pequeños, conscientes de nuestros límites, de nuestras traiciones cotidianas y de la fragilidad de todos nuestros intentos; pero por encima de todo estamos seguros de que el Padre nos ha elegido, tal como somos, para que resulte más patente aún que la fuerza es solo suya.
Con inmenso amor por nuestra vida, don Giussani nos recuerda que «sin reconocer la resurrección de Cristo nos queda solo una alternativa: la nada», pero también que «nunca reparamos en esto. Por tanto pasamos los días con esa vileza, esa mezquindad, con ese aturdimiento, esa cerrazón instintiva, con esa distracción repugnante en la que el yo se dispersa». Pero esto no es un reproche. Tanto es así que el mismo don Giussani acude en nuestra ayuda: «Que no nos desconcierte si nos descubrimos distraídos por unos minutos: volvamos a prestar atención, a tomar conciencia nada más darnos cuenta».
Nada queda excluido de la victoria que la Resurrección de Cristo ha traído a la historia: por ello, ninguno de nuestros límites, miedos o incertidumbres, ningún mal, ninguna maldad es tan fuerte como para borrar esa Presencia de nuestra mirada. Que al menos por una noche, caminando hacia la casa de María, prevalezca en cada uno la súplica a Cristo para que sea él el centro de nuestra vida. Que él sostenga cada paso y así nos veamos liberados del peso del mal que llevamos encima, sea cual sea.
Si cada uno de nosotros mantiene un corazón sencillo, el camino nos ayudará a no “petrificar” la fe que nos conduce a Loreto. De hecho, cada paso es como una petición que se repite, sobre todo cuando el cansancio se hace notar: ¿por qué merece la pena seguir adelante? Es una pregunta que sale de las fibras de nuestro ser en cada despertar: ¿por qué vale la pena seguir viviendo?
Os deseo que podáis caminar llevando en los ojos y en el corazón el abrazo de la misericordia de Cristo que nos alcanza mediante el Papa Francisco, que nos vuelve a poner constantemente en camino hacia el destino, «y cuando nosotros llegamos, Él ya nos estaba esperando». Por eso le seguimos, para que sea cada vez más nuestro lo que nos ha sucedido al encontrarnos con Jesús.
De la gratitud por el Señor vivo y presente, viene esa gratuidad por la que cada uno daría su vida por el hermano que camina a su lado. Quien se deja aferrar por Cristo y cede a su atractivo, pasa a formar parte del pueblo que nace de la Resurrección, se vuelve testigo de una modalidad sorprendente de vivir las cosas habituales. Se convierte en «brazos, manos, pies, mente y corazón de una Iglesia “en salida”» (Papa Francisco).
Son muchos los que buscan un significado para vivir, y solo lo encontrarán si se topan con personas llenas de Cristo, que por esta razón viven mejor, están contentas y afrontan las urgencias de la vida sin sucumbir a las dificultades. Al encontrarse con ellas en la escuela o en el trabajo, de vacaciones o en la habitación de un hospital, la gente puede reconocer que «la Iglesia es un lugar de humanidad conmovedora» (don Giussani), hasta el punto de desear poder vivir como ellos.
¡Buen camino, amigos!
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