Los inicios, el Meeting, el Sínodo y la presencia pública del movimiento. La entrevista al presidente de la Fraternidad de CL con motivo de los cincuenta años de la comunidad de Rímini.
¿Qué representa para CL los cincuenta años de historia de la comunidad de Rímini?
Un ejemplo, significativo para todo el movimiento, de cómo nace y se puede desarrollar una comunidad cristiana. En Rímini se ha dado esa dinámica que siempre describía don Giussani. La amistad del padre Giancarlo Ugolini con un grupo de chicos que habían conocido el movimiento en Milán y que en verano se encontraron en Rímini en la playa. La disponibilidad del padre Giancarlo para secundar lo que le asombraba de aquellos chavales. El fruto de ese inicio lo vemos ante nuestros ojos: el florecer de tantas personas, obras e iniciativas, de las que sin duda el Meeting de Rimini es la más llamativa. Todo depende de cómo cada uno acoja la semilla que germina en su vida: ese asombro por una humanidad distinta, que no se puede dejar de reconocer como correspondiente a lo que se desea para vivir. Rímini nos ofrece un ejemplo del poder que tiene esta semilla y del desarrollo que tiene lugar cuando hay personas que la acogen con toda su humanidad.
Decir Rímini significa también decir Meeting. ¿Cómo ha cambiado esta obra con el paso del tiempo y qué proyección tiene para el futuro?
Creo que el Meeting confirma lo que puede generar una fe cristiana cuando es vivida a fondo. Cuando la fe florece, genera una nueva capacidad de expresarse y de afrontar la realidad. En estos años he visto madurar la conciencia con que se hace el Meeting. Y el resultado está a la vista de todos: una propuesta cada vez más incidente, capaz de salir al encuentro de personas distintas y confrontarse con ellas. Un camino que tiene que continuar en el futuro.
¿Qué significa para el movimiento volver a aprender hoy a vivir la vida como vocación?
Aceptar el reto de las circunstancias mediante las cuales el Misterio nos conduce hacia el destino. Sin duda no nos faltan desafíos que afrontar en esta coyuntura de la historia. Enfermedades, desempleo, relaciones familiares difíciles. Hasta pruebas a nivel social y político. Vivir la vida como vocación es asumir estos retos como una posibilidad de madurar que nos permita ofrecer cada vez más nuestra contribución. En esta situación confusa, necesitamos personas capaces de testimoniar a los demás que también en medio de la crisis se puede vivir, crecer y madurar, se pueden generar respuestas a las necesidades de todos para hacer un poco más humana la vida.
Usted ha participado en el Sínodo sobre la nueva evangelización, ¿qué contribución puede ofrecer el movimiento a este desafío?
Simplemente, nuestro testimonio. El problema no es la crisis, la descristianización, ni tampoco la indiferencia frente a la fe. El problema es si nosotros, como cristianos, vivimos algo tan fascinante que esté a la vista de todos. Esto permite que de nuevo acontezca el cristianismo: no como discurso o como ética, sino como un hecho que sorprende a quien lo encuentra. Eso es lo que espera la gente. El desafío es mostrar que hoy es posible comunicar el cristianismo de manera fascinante, tal como nosotros lo hemos experimentado al comienzo de nuestra historia.
El retorno a los orígenes del movimiento que usted reclama con fuerza en este momento de profunda confusión social, ¿implica un cambio en el compromiso civil de los miembros de CL?
Absolutamente, no. Lo que queremos es volver constantemente a ese comienzo que nos ha fascinado para estar aún más presentes en la vida social, cultural y política, a cualquier nivel. Pero queremos estar presentes siguiendo el método del origen: la presencia de Cristo percibida como algo tan fascinante como para liberarnos de cualquier pretensión hegemónica. Debemos testimoniar ante todos la contribución que en estos tiempos confusos ofrece la experiencia cristiana. Los analistas evidencian con lucidez qué es lo que falta, pero se muestran incapaces de encontrar soluciones. Sin embargo, nosotros sabemos por experiencia que se puede volver a empezar – tanto a nivel personal como social – también en una situación como esta. La cuestión crucial es si estamos verdaderamente dispuestos a seguir lo que nos ha sucedido para no reducir el asombro a un mero quehacer. Pues una decisión así significaría también la muerte del compromiso social.
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