1. ¿Podré ser feliz con un hijo inesperado? ¿Puedo rehacer mi vida con un hijo que no he deseado? ¿Seré capaz de afrontar el sacrificio y las dificultades que implica? Son preguntas que muchas mujeres se plantean ante un embarazo no deseado.
Frente a las preguntas que nacen junto a la nueva vida, muchas veces la mujer está sola. Nuestro drama es la soledad, porque resulta difícil encontrar alguien dispuesto a darnos un minuto de verdadera compañía humana ante las circunstancias difíciles que tenemos que afrontar. Pero nuestra soledad es aún más profunda, pues nace de la ausencia de un significado. Dar a luz es introducir en la vida y para ello se necesita un porqué. Como dijo Teilhard de Chardin (*): «El verdadero peligro de nuestra época es la pérdida del gusto de vivir». La pérdida del sentido de la vida es la raíz de la tragedia social del aborto en nuestras sociedades.
El proyecto de ley del gobierno español es un ejemplo de esta tragedia. En nombre del “derecho de la mujer a decidir” se la abandona a una trágica soledad. Llegando hasta la grotesca idea de separar a una joven de 16 años del padre de su hijo y de la compañía de sus padres a la hora de tomar una decisión que marcará toda su vida. Esta soledad es un muro, una mentira que puede ser abatida únicamente gracias una compañía verdaderamente humana.
2. El proyecto de ley del aborto del presidente Rodríguez Zapatero tiene como objetivo principal “crear” un nuevo derecho. El aborto es exactamente lo contrario. Es quitar la vida a un hijo no nacido. Como dicen los obispos españoles en su declaración sobre el Anteproyecto, es «otorgar por parte del Estado la calificación de derecho a algo que, en realidad, es un atentado contra el derecho fundamental a la vida», que ninguno nos damos a nosotros mismos, sino que proviene del Misterio. De este modo, se ahondará gravemente una herida humana y social. Esta ley pretende, además, impulsar desde el poder un cambio de mentalidad, con el fin de ocultar una evidencia esencial de nuestra civilización: toda vida humana debe ser incondicionalmente protegida. Esta pretensión es muy clara en el desprecio absoluto hacia las personas discapacitadas, a quienes de manera inicua se niega el derecho a nacer hasta el último momento.
Para hablar del aborto como un derecho es preciso tergiversar violentamente los datos de la razón y de la ciencia, puestos de manifiesto con total claridad por la Declaración de Madrid, documento avalado por prestigiosos médicos y científicos de nuestro país. Así lo denunciaba Pier Paolo Pasolini refiriéndose a los defensores de la legalización del aborto en Italia: «Recurren a la prevaricación cínica de los datos de hecho y del buen sentido».
3. El Gobierno no se atrevería a tomar esta iniciativa política si en la sociedad no se estuviese difundiendo una mentalidad que, merced a una continua presión mediática, está cada vez más apartada de la realidad. ¿Cómo es posible que una parte del pueblo acepte una ley del aborto tan contraria a la evidencia, la ciencia, la razón y la misma sensibilidad humana? Es el resultado de una manipulación y de un vacío educativo. La batalla, por tanto, se libra frente a una concepción de la libertad sin vínculos, sin referencia a la verdad y sin contacto con la realidad. Se trata de una batalla política, cultural y educativa para crear en nuestra sociedad, como ha pedido Benedicto XVI, «un clima de alegría y confianza en la vida», una nueva «cultura de la vida».
Esa cultura de la vida puede renacer si se ponen hechos significativos a la vista de todos. Hechos que constituyan, en primer lugar, una compañía verdadera a las madres en dificultad. Lo son ya multitud de obras nacidas de la libre iniciativa de la sociedad, tales como la ayuda y el acompañamiento a las mujeres, o la acogida de aquellos hijos cuyas madres no pueden hacerse cargo de ellos. Hacen falta políticas decididas a favor de la familia, la maternidad y la adopción: medidas que generen un contexto social que favorezca el reconocimiento del valor infinito de la vida humana.
4. Para recuperar la confianza en la vida y, por tanto, la capacidad de acogerla y respetarla desde el mismo instante en que surge, necesitamos encontrar un amor incondicional, el amor de alguien que abrace nuestra vida con todas sus preguntas.
Reconocer que hay un bien que vence toda soledad y violencia es posible sólo gracias al encuentro con personas que lo testimonian con su vida. Personas que son el eco de aquel hombre de Nazaret que supo acompañar la soledad de una joven madre y devolverle a su hijo con estas palabras: «Mujer, no llores».
Comunión y Liberación
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