16 de julio, domingo por la mañana, Cervinia. Último día de las vacaciones de los adultos de la región. Se apagan las luces en el salón y, bajo las notas del Lacrimosa de Zbigniew Preisner, aparecen las imágenes de la Creación tomadas de la película El árbol de la vida de Terrence Malick. Ante las preguntas del hombre, ¿cómo responde Dios? Crea, hace suceder, genera una historia que nos alcanza. «Cada uno de los que estamos aquí», señala Angelo, «se ha visto en algún momento movido, conmovido, no por un discurso sino por una presencia presente, una presencia que se ha hecho presente dentro de una historia particular».
«¿La salvación sigue siendo interesante para ti?». Con esta pregunta nos fuimos a la montaña más de 500 personas (entre ellas 200 niños) con el deseo de ser ayudados a salir de ese formalismo que te puede invadir después de años de honrosa pertenencia al movimiento, o de creer que basta con estar en esta compañía para que permanezca su fascinación. Pero no es así.
La invitación de Angelo desde la introducción de la primera noche fue justamente la de caer en la cuenta de que somos «una extraña compañía, en la que uno no puede delegar nada, pues le toca a él», como dice don Giussani. Las jornadas se llenan de intentos: el rezo de laudes, la lectura de los Ejercicios de la Fraternidad como hipótesis a verificar, las excursiones, llenas de diálogos y sorpresas… Reencontrarse después de veinte años y descubrirse compañeros en un nuevo camino, como le decía una amiga a Camillo de Villasanta: «¿Pero cómo he podido vivir hasta ahora sin lo que hay en estas vacaciones?». Jornadas llenas también de dudas y vacilaciones. «Qué amargura ver las cosas como las veo yo… y amar aún como el resto de la gente», cantamos una tarde.
Todos los días, aparte de la misa cotidiana, había un punto firme con el que medirse, pero nunca un discurso sino un testimonio. El jueves Stefano, Simona, Nadia, Ernesto y Paola contaron las cosas más significativas que habían vivido este año: desde el encuentro de los Cavalieri con el Papa Francisco el 2 de junio a su implicaciones en las elecciones municipales –una apertura más allá de cualquier escepticismo posible–; de la caritativa con los niños en el oratorio –extrañamente «libres del resultado»– o los enfermos de Sida a Simona que, al volver de la misión en Chile para cuidar a sus padres, se encuentra dirigiendo una escuela, en una casa nueva de memores Domini, aprendiendo que seguir las circunstancias es la manera de entrar cada vez más en relación con Aquel que mora dentro de esas circunstancias.
El viernes tuvimos un encuentro con Pier Alberto Bertazzi, cuyo relato con episodios extremadamente concretos –del 68 al nacimiento de Comunión y Liberación, del congreso del Palalido en el 73 al referéndum sobre el aborto en 1981– nos permitió ver en vivo «que la potencia del inicio que cambió mi vida –conocí el movimiento en el 62, cuando tenía 17 años– es algo que por definición puede volver a sucederme ahora. Es la naturaleza del cristianismo: el encuentro con alguien, un encuentro posible hoy». De modo que no se trata de «un antes y un después de Giussani, pues todavía estoy intentando entender qué supone lo que yo conocí en 1962».
Pero junto a la evidencia de una historia particular que ha aferrado nuestra vida, surge siempre la tentación de cambiar nosotros el método de Dios. Como señalaba Bertazzi, podemos abandonarnos a un designio que no es nuestro o dejar que prevalezcan nuestras interpretaciones. Impresionante cómo marcó la diferencia entre recuerdo («guardamos lo que hemos entendido») y memoria («darse cuenta de que aquello que pasó lo puedes volver a encontrar tal cual es»).
Para mirar este riesgo cara a cara, contamos con la ayuda de Ignacio Carbajosa, teólogo y responsable de CL en España, que nos mostró mediante una serie de hechos cómo su relación con Julián Carrón, que hoy guía al movimiento en el mundo entero, ha sido la manera en que ha sucedido para él el milagro de descubrir en la realidad al principal aliado de su vida. «Hasta ponerme de rodillas y decir Tú al misterio, como un mendigo. Es una caridad tener a alguien que te descoloca continuamente», explicó, «como cuando, hace muchos años, lleno de dudas, me quedé estupefacto por algo que me dijo Carrón: “Te he dado todas las cartas, te lo concedo todo, pero tienes que hacer las cuentas con el hecho de que tú ahora no te haces a ti mismo”».
Una provocación a nuestra razón (un tanto positivista) y a nuestra libertad, una invitación a mirar lo que sucede mientras sucede. Solo hay que reconocer la propia pobreza, como vimos en el espectáculo de La leyenda del santo bebedor, adaptada por Carlo Pastori, que nos conmovió a todos.
Vuelve a mi memoria el Lacrimosa y el modo en que Dios se muestra, en un abrazo que supera todos los límites pero, como respondió Bertazzi a la pregunta de un amigo durante la cena, «tuyo es –es decir, de cada uno de nosotros– el honor de la experiencia».
Stefano, Milán
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