Touria llega a nuestra casa presa de una gran tensión. Está en una situación desesperada. Tras pasar un verdadero infierno con la familia de su marido, reclama su ayuda para llevar la situación por unos cauces razonables, pero su marido, que trabaja fuera de España, a su regreso, lejos de apoyarla, se alinea con sus padres y la invita a marcharse de casa, sin su niño, por supuesto.
Touria decide abandonar la casa de sus suegros con el pequeño Mohamed, la situación es insostenible y no puede permanecer allí ni un minuto más. Abandona la casa con lo puesto, y los Servicios Sociales, que están siguiendo el caso muy de cerca, nos piden que la acojamos. El marido la denuncia por haberse llevado al pequeño –¿cómo dejarlo allí?– y la tensión se incrementa más aún.
Touria llega a nuestra casa muy triste, nerviosa y con muchas ganas de llorar, pero allí se encuentra con lo que no espera. No solo percibirá el cariño gratuito de Milagros y María Luisa, las dos voluntarias responsables, sino también un enorme abrazo de Lola. Un abrazo que la desarbola y la sume en un incontenible llanto, aderezado con alguna que otra sonrisa.
Lola se mantiene abrazada a ella un buen rato, sin decir nada, hasta que nota cómo su nueva compañera comienza a tranquilizarse. Entre tanto, Prosper, el benjamín de la familia, ha acogido también al pequeño Mohamed y se lo ha llevado a jugar a su habitación.
Lola no comprende lo que dice su nueva amiga, en realidad nadie la comprende, porque Touria apenas es capaz de balbucear algunas palabras en español. Pero ante el abrazo de Lola, sobran las palabras y la situación comienza a desarrollarse por un cauce mucho más humano y ella percibe que ha llegado a buen puerto.
Le enseñan la casa y la habitación que va a ocupar con su hijo, Touria sonríe y agradece. Es lo único que puede hacer, porque es lo único que sabe decir en español. ¡Gracias!
Esta mujer, que ha tenido que sufrir varios años maltrato y desprecio, que se ha sentido insignificante, impotente y abandonada, que ha llegado a pensar que no servía para nada porque todo lo hacía mal –así se lo han repetido una y mil veces todos los días– de repente se encuentra con una familia de verdad, un grupo de personas dispuestas a compartir con ella un trecho de la vida, unas gentes que la aceptan sin hacer preguntas, sin condiciones previas, que gratuitamente la abrazan y le dan muestras de un amor desinteresado.
El camino que le espera no será sencillo. Dentro de su cultura hay una gran presión para que la mujer se someta al marido, sobre todo desde dentro de su propia familia, pero Touria comienza a vislumbrar un horizonte diferente. Ya no está sola. Ahora tiene a su lado gente que se preocupa por ella, gente que ha adquirido un compromiso con ella y con su hijo, gente que no la va a abandonar, y «hermano junto a un hermano son como las murallas de un fortín».
Lola insiste con su idea de vida: «Tú puedes caer muchas veces, pero tienes que ser fuerte y levantarte, y seguir adelante. La vida es difícil y te hace caer, pero tú te levantas y sigues, y sigues adelante…». Touria no entiende nada de lo que le dice su nueva amiga, pero asiente mientras sonríe porque intuye que son palabras verdaderas, que salen del corazón.
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