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CARTAS

La sorpresa de un método que cobra vida

10/07/2017

Nuestros hijos mayores tomaban este año por primera vez la Comunión. Por razones de edad podían vivirla los tres juntos, lo que convertía la celebración en un momento central de nuestra historia como familia. La pregunta era cómo hacer de ello un acontecimiento para sus vidas, es decir, cómo evitar rebajar el encuentro con el Señor a un mero celebrar, ya fuera religioso o social.

En abril habíamos ido por primera vez a los Ejercicios de la Fraternidad en Ávila. En el mismo comienzo Julián ya nos daba la clave mediante unas palabras de don Giussani: «¡Despiértate! ¡Que la oración no sea un gesto mecánico! ¡Avivemos nuestra conciencia! Recobremos la conciencia, recuperemos la responsabilidad hacia nosotros y hacia las cosas». Recobrar la conciencia de lo que es la Comunión, recuperar nuestra responsabilidad como padres para con nuestros hijos en la Eucaristía que iban a vivir, no hacer de la primera Comunión un gesto mecánico: todo eso estaba en juego.

Desde que la conocimos hace tres años, la vida en el movimiento nos había enseñado un método que se había explicitado en estos Ejercicios. Así pues intentamos aplicar lo vivido a la primera Comunión: que belleza y sencillez no están reñidos y que ésta manifiesta una realidad que se impone por su atractivo; que se puede ser niño pero ser tratado con la misma dignidad de un adulto, lo que no impide la vivencia, al contrario, la acrecienta porque no se la recubre de superficialidad; que la vida y la fe no caminan por vías paralelas y que la celebración es signo de la experiencia; que solo se puede presentar la fe como un bien, y no como una ideología, si así ha sido vivida previamente; que no hay fe sin compañía; que la vida es mucho más gustosa, mucho más plena y mucho más intensa si es con el Señor. Así que esto, justamente esto, era lo que queríamos que estuviera presente en ese primer encuentro con Cristo vivo en la Eucaristía. ¿Cómo hacerlo?

Teníamos la suerte de poder celebrarla en una pequeña capilla que, desprovista de lo superfluo, adquiría una gran belleza. Pedimos a quien canta en la Escuela de comunidad que nos acompañara y escogimos cada canción por un motivo que explicamos en el folleto que preparamos y que llevaba en portada el cuadro de Marc Chagall Crucifixión blanca; cuadro que por su carácter narrativo permitía comprender mejor que el acontecimiento de Cristo es una realidad en la historia y no una mera idea. Todo el mundo estaba puntual y en silencio, lo que permitió también que el sacerdote, un querido amigo tanto del movimiento como de los niños, pudiera tener un rato de conversación previa con ellos.

Iniciamos la celebración con una de las canciones de Claudio Chieffo. La experiencia de la música en estos años nos había enseñado que ésta no es un complemento, un adorno, una propuesta estética, sino algo central en la Liturgia. Nuestros hijos habían escuchado muchas veces las canciones del movimiento en el coche o en casa. El verano pasado tuvimos la suerte de disfrutar de una noche de cantos en la Masía que nos sedujo, y así sustituimos los tradicionales cantos escolares por una música cuya belleza nos sobrecogió a todos en la voz y guitarra de quienes nos acompañan cada semana en Escuela. Al comenzar la celebración nos dirigimos a nuestros hijos y recordamos juntos el camino que habíamos recorrido estos años, todo lo vivido: amigos, encuentros, las vacaciones del movimiento… ¡todo! Y juntos nos preguntamos si en esas experiencias notamos que nos faltara algo, si la felicidad nos era incompleta. La memoria se impuso. ¿Nos faltaba algo, echábamos de menos algo para ser plenamente humanos en los momentos que vivíamos la experiencia de Cristo? Cada uno se pudo contestar a su corazón. Ellos lo vivieron con verdadera intensidad porque su respuesta no podían ser más que la misma que la nuestra.

Yago, quien nos ha acompañado estos años, presidía la Eucaristía y les hablaba como les habla cada vez que está con ellos. No había, pues, impostura, nada era ajeno, porque todo, de alguna manera, remitía a lo que habíamos vivido ya antes. Así que no era un momento en el que prevalecía algo extraño. Al contrario, la comunión permitía vivir con plenitud lo que ya estaban viviendo con naturalidad; formaba parte de su realidad ahora en una totalidad que les iba a permitir valorar mejor si la propuesta de Cristo responde o no a los deseos de su corazón. Ahí estaban también todos con los que hemos vivido esta oportunidad de madurez humana: sus amigos, nuestra familia y la compañía de nuestra fe, algunos que la están viviendo dentro del movimiento y otros que no; pero todos en pos del mismo deseo de Dios que anida en nuestros corazones.

Acabamos con la canción Reina de la Paz porque sabemos que la vida no está exenta de dolor. La plegaria a la Virgen en forma de canto se convirtió en fuente de esperanza: nuestros hijos saben que pueden confiar en el futuro porque ya lo han vivido en el presente; nuestra vida merece la pena porque no estamos solos; la comunión nos acompaña; les acompaña, nos completa. La primera Comunión se convirtió en un acontecimiento central de nuestra familia. Para siempre.
Cata y Guillermo

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón