En 2011, al no encontrar trabajo como ingeniero, tuve que salir de mi país. Primero Chile, luego la India y después Montenegro, siempre dedicado a la construcción de túneles y galerías. En octubre de 2016 volví a Italia con la perspectiva de poner fin a mi carrera, con un tiempo de desempleo de casi un año a la espera de mi jubilación.
Inesperadamente, recibí a primeros de enero una propuesta para trabajar en Nepal. Una gran galería hidráulica de doce kilómetros. Acepté porque me pareció más honroso terminar mi carrera estando activo, porque era un trabajo interesante y por el deseo de ver y experimentar cosas nuevas.
El 13 de febrero partí hacia Kashmir para sustituir a las personas que regresaban a su patria. Una vez llegado a mi destino, recibo la noticia de que Nepal se ha esfumado, en el sentido de que mi curriculum vitae no había sido aceptado por falta de experiencia en el uso de la maquinaria que se emplea en este tipo de excavaciones.
Así que, por indicación del responsable del equipo indio y solo por mi amistad con él, decidí quedarme hasta septiembre -fecha prevista para mi jubilación- en Reasi, una localidad de casi diez mil habitantes a los pies del "Himalaya Menor", en un proyecto que consistía en tres galerías ferroviarias de casi 300 kilómetros.
Aquí la vida es muy simple: trabajo, casa, comida rigurosamente india, con algunas variaciones temáticas cuando cocino yo. Soy el único europeo en todo el distrito y a veces la soledad me pesa, al igual que la barrera lingüística.
Vivo con otras cuatro personas: un iraní, un indio y dos nepaleses. A las nueve nos vamos a la cama porque no se puede hacer nada. Es como estar en un convento. Todas las noches intento leer algo o ver algún video de don Giussani o del Meeting. Hago Escuela de comunidad vía Skype con Valerio, un amigo de Ferrara (Italia), y eso me ayuda sobre todo a ser fiel, al menos como intención, en la lectura del libro.
Hace unas semanas conocí en Delhi a Antonio, un chico español del movimiento del que me habían hablado varios amigos porque está de Erasmus. Cenamos juntos y fue muy importante para ambos. También fue precioso volver a ver a ciertas personas que había conocido tres años antes. Fui a ver a un compañero iraní que vive en Delhi: al retomar la relación con él y su familia (son musulmanes, aunque no muy practicantes) era como si nunca hubiéramos dejado de vernos. Me impresiona cómo la gente se abre conmigo y podamos hablar fácilmente de problemas familiares o laborales. A pesar de estar muy alejados, tanto en edad como en cultura.
En Reasi hay una iglesia dedicada a san Antonio de Padua, todo un milagro en una ciudad pequeña dentro de un estado con un 0,4% de católicos. En Cuaresma, todos los viernes y domingos se celebraba misa con via crucis. En misa solía haber unas treinta personas, en su mayoría mujeres y niños, aparte del párroco y cuatro monjas del sur de la India. La misa nunca dura menos de dos horas, pero es conmovedor ver cómo participan todos, comulgando y haciendo largas oraciones de los fieles. Obviamente, no entiendo nada aparte del Ave María, y el amén porque la celebración es en dogri, la lengua local. En cambio, tengo la sensación de estar en casa. Un domingo, uno de ellos me preguntó por qué había faltado el viernes anterior... La verdad es que yo pensaba que la misa solo era los primeros viernes de mes.
A mis compañeros les llama la atención mi asiduidad religiosa y me inundan de preguntas sobre la religión católica. Cuando les expliqué la liturgia de la misa (el cuerpo y la sangre) no se rieron en mi cara por educación, pero me di cuenta de que para ellos sonaba bastante extraño. Cuando me preguntaron qué significaba la señal de la cruz empecé a hablarles de la Trinidad. Todo esto me ayuda a dar razones de la fe, que nosotros tantas veces damos por descontada.
Una noche, antes de cenar, salí con dos compañeros y, al pasar por el callejón que lleva a la iglesia, les invité a ir a verla. Subimos a la sala donde se celebra la misa. Les expliqué sumariamente la liturgia y recorrimos las imágenes del via crucis. Un tercer compañero que no pudo venir me pidió que le llevara también a él (es nepalés y los tres son hindús).
Después de colgar un post en Facebook a propósito de la Anunciación y una foto que me mandó un compañero del lavatorio de pies del Papa Francisco, hablamos de la Inmaculada Concepción y del gesto de lavar los pies, como signo de un servicio. Concepto que aquí, en la India, es una verdadera revolución.
La noche siguiente, un colega nepalés me preguntó qué podía hacer para «para ser Jesús». Le dije que eso era imposible y me respondió: «No ser Jesús, ¿pero llegar a ser como Jesús?». Le contesté: «Encontrándose con Él mediante las personas que Él pone en tu camino. Por ejemplo, te has encontrado conmigo».
Tengo la sensación de estar releyendo el sentido religioso con personas que, sin saber nada de la religión católica, están naturalmente abiertos a esta dimensión de la experiencia.
A finales de marzo me trasladé a Banihal, al norte, una zona remota y de gran mayoría musulmana. El primer domingo tenía previsto ir a misa a Srinagar, pero mis compañeros locales me lo desaconsejaron vivamente, así que no lo hice. Pero sí fui el Domingo de Ramos: tuve que tomar el tren a las 6.30 para llegar a la celebración, que empezaba a las diez. Pero resultó que el párroco era un viejo amigo al que no veía desde 2014, cuando celebró la misa de la Epifanía en Jammu. Al verme, salió de la procesión para saludarme y me regaló su ramo.
Al entrar en la iglesia, se me saltaban las lágrimas por la conmoción al sentirme totalmente acogido en esta pequeña comunidad. Eran unas cincuenta personas, en una ciudad de dos millones de habitantes. El padre Roy, al comienzo de la celebración, nos dio la bienvenida a mí y a un irlandés que estaba dando la vuelta a India en bicicleta. Durante la misa en urdu, lo único que comprendí fueron las palabras de Cristo «eli eli lama sabactani», pero eso tampoco me impidió sentirse completamente en casa.
Después me detuve a charlar con algunas personas y hermanas indicas de una congregación irlandesa. Era como si nos conociéramos de toda la vida. Luego el padre Roy nos invitó a quedarnos a comer. Le regalé el CD de don Giussani con la lección a los universitarios de los ejercicios del año pasado, y le intenté explicar la importancia que tiene esta persona en mi vida.
Leyendo con Valerio la entrevista a Carrón, me llamaba la atención cuando dice: «Solo un cristianismo como una experiencia puede trasmitirse hoy». Así es, mi condición me obliga a hablar a través de mi experiencia. Y parece que mi pobre persona refleja un brillo, casi imperceptible pero deslumbrante, de lo que he encontrado. Aun en la fatiga cotidiana, agradezco esta oportunidad que se me ha dado para experimentar la belleza de nuestra experiencia.
Angelo Villa (Módena)
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