Querido Julián:
Vuelvo de mis primeros Ejercicios de la Fraternidad y me apremia contarte en caliente el impacto que este gesto ha supuesto para mí. Estos ejercicios han llegado en un momento de total aplanamiento y confusión en mi vida, donde mi inadecuación estructural frente a un mundo tan complicado lo ha ido ocupando todo, hasta el punto de hacerme olvidar mi pertenencia al movimiento y a la Iglesia, con efectos colaterales concretos (relaciones complicadas en el trabajo, indignación a diario contra "el sistema"...). Había perdido completamente el camino, encerrándome en mí mismo y en mis dramas, convencido de que no había esperanza para mí y que la vida consistía solo e esa monotonía plana. No sé decirte concretamente por qué quise ir a los ejercicios, pero mi infelicidad era tan evidente que percibí como algo nada casual que justo en este momento se me volviera a proponer este lugar. Inmediatamente me vi obligado a ser leal con mi propia historia, con el cambio que el encuentro con el movimiento en la universidad provocó un día en mi vida. No tengo grandes discursos que hacer, solo puedo decirte que para seguir mi destino y a aquel que lo cumple me basta con haber visto mediante la compañía que he tenido estos tres días y mediante tus palabras que mi escandaloso "yo" no es ningún problema, y que la manera de afrontar mis jornadas rutinarias depende de la seriedad que yo tenga con la propuesta que el movimiento hace a mi libertad: la Escuela de comunidad, la caritativa, el fondo común... Respecto a mi fe, estoy muy contento de poder volver a empezar de cero y, sobre todo, ver que esto no supone problema alguno, sino que al contrario es la mayor gracia que podría recibir de estos ejercicios, pues coincide con volver a encontrar el camino extraviado.
Daniele (Fermo)
Querido Carrón:
Quiero expresarte mi más sincera gratitud por estos Ejercicios, en los que mi mujer y yo hemos participado por primera vez. Volviendo a casa en el coche, en el silencio obligado que hemos visto que nos invadía, nos hemos descubierto nuevamente unidos, sintiendo ambos una gran sensación de vértigo. Bajando considerablemente el nivel de tus citas, describo este vértigo como el cantante Jovanotti, «sin miedo a caer sino con ganas de volar». En este momento de gracia, no tenemos miedo del camino, de la fatiga ni del futuro, sino el descaro de un deseo más despierto que nunca de caminar, ansiosos de ver cuándo el Seños volverá a salirnos al encuentro, tal vez con un rostro distinto, pero dispuesto a dejarse reconocer por su acento.
Poco más que decir: ni siquiera nos ha hecho falta entrar en casa para volver a encontrarnos con Él. Cuando estábamos aparcando, vimos a una vecina mayor que estaba intentando lavar su coche. Llevamos poco tiempo viviendo aquí y todavía no conocemos a los vecinos, pero a ella la miro con cierta envidia por su jardín. Al cruzarse nuestras miradas, gracias a todo lo que yo acababa de vivir, me sentí en condiciones de presentarme y admitir que llevaba tiempo admirando su labor. Insospechadamente, así empezó una conversación preciosa donde mi mujer y yo, aún con las maletas en la mano, le contamos quiénes somos, de dónde veníamos y que llevábamos poco tiempo casados. Así nos hemos enterado de que ellos también nos miran con cierta curiosidad. Incluso ella, que se llama María, señaló que tenemos una planta en común, pero que la mía necesita un trasplante, así que me regaló un enorme tiesto de terracota. ¡Qué sorpresa! El Señor ya nos había puesto a alguien que nos esperaba en la puerta de casa con un regalo. Y de nuevo el vértigo. Mientras miraba el rostro de la vecina, me preguntaba con el corazón vibrante: «Eres tú, ¿verdad, Señor?». Como nos has dicho, hemos recibido un don que es de otro mundo y ahora la lucha debe comenzar. Pero de algo estoy seguro: si hasta aparcando el coche puedo encontrarme con Él, no veo la hora de que llegue mañana para volver a sorprenderle de nuevo...
Martino (Forlì)
Querido Julián:
Al terminar los Ejercicios, no puedo evitar escribirte para darte las gracias de todo corazón por estos días. Mi corazón rebosa de gratitud por el encuentro constante con un lugar que siempre me reclama al centro de mi humanidad, mi corazón, y con él su infinita necesidad de Jesús. Solo así se puede vivir la vida con una pasión y una alegría que de otro modo serían impensables. Deseo ser cada vez más suya y que esta belleza, que salva la vida, pueda alcanzar a todos, desde los que tengo al lado hasta los que viven en el otro extremo del mundo. Por eso quiero comunicarte que he decidido aumentar mi contribución al fondo común, por esta gratitud que domina en mí y por el deseo de que este lugar no deje nunca de educarme.
Chiara (Rávena)
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